Desde copiar en un examen, hacer trampa en un deporte, ser infiel a tu pareja, defraudar al fisco, aceptar una mordida o estafar a tu socio, la deshonestidad tiene como semilla la decisión irracional. Los grandes escándalos de falta de transparencia, conflicto de intereses y corrupción pueden tener consecuencias nefastas tan impactantes como las mentiras que creemos que no le hacen daño a nadie. Estas últimas pueden crecer y salirse de control, causando grandes estragos para una sociedad.
Si hablamos tan solo de una forma simple de corrupción, Transparencia Internacional ha publicado que en los países donde el soborno es más común, el desarrollo es más lento; despojando a los ciudadanos de los servicios más básicos. Las niñas tienen menos acceso a la educación, hay mayor índice de muerte infantil y pobreza…¿suena familiar?
Pero, si sabemos que la deshonestidad es perniciosa, ¿por qué lo hacemos? ¿Qué es lo que nos hace actuar de manera irracional? Poco se conoce sobre las causas y complejidades de la deshonestidad, sin embargo, este fenómeno despierta la curiosidad académica. Dan Ariely, doctor en psicología y economía conductual de la Universidad de Duke, estudia la forma en que las personas toman decisiones observando su comportamiento. Su acercamiento es distinto al de los economistas de la teoría de la elección racional –pues no supone que los humanos tomamos decisiones conforme a modelos de comportamiento social y económico.
En términos generales, los humanos hacemos trampa y mentimos porque podemos – si nadie se va a enterar o si el beneficio personal va a ser mayor al precio a pagar, lo más seguro es que lo vamos a hacer.
Mediante varias publicaciones que incluyen un documental (disponible en Netflix) llamado Dis(Honesty), The Truth about Lies (2015), Ariely estudia las motivaciones de las conductas irracionales o deshonestas y cómo impactan la economía. Sin duda, sus estudios pueden arrojar luz sobre los efectos que pueden tener las decisiones de referentes de poder en un país, cuando de corrupción se trata. Ariely y sus colegas nos revelan que esto de mentir y hacer trampa es potencialmente posible en todas las personas, pero hay situaciones en que la propia moralidad individual puede llevar a que broten comportamientos honestos. Esto, claro está, de la mano de “candados” sociales e institucionales que previenen caer en la tentación.
Un elemento común entre las faltas éticas que aparentan ser inocentes –como decirle a tu jefe que no vas a llegar a trabajar porque estás enferma pero en realidad saliste con tus amigas– y las de mayor calibre, como declarar un bien subvaluado para pagar menos impuestos, es que el terreno de la mentira y la opacidad es resbaloso. Es decir que quien engaña, tiende a recaer. Todos le hemos rebanado esquinitas de verdad a un hecho, pero cuando tomamos ese camino y excusamos nuestros comportamientos desviados –como suponer que si todo el mundo lo hace, entonces está bien– se tiende a mentir más y en mayor escala. De la mentira piadosa al desfalco sólo hay un paso.
Algunos mitos que los estudiosos de la deshonestidad comienzan a romper son aquellos que están ligados al género, religión o cultura. Por ejemplo, la creencia general de que ciertas culturas son superiores en cuanto a integridad está lejos de ser veraz. La certeza del castigo y la tolerancia a ciertos comportamientos pueden variar de país a país, pero el impulso de montar una farsa ya sea mínima o monumental, en lo privado o en lo público, es el mismo.
Los experimentos de Ariely también demuestran que las personas pueden ser motivadas a actuar honestamente, cuando se les recuerda las reglas éticas fundamentales sobre las que actúa –o que al menos cree que le definen. Pasajes bíblicos, lecturas de superación tipo Og Mandino, así como ver la película del apogeo y caída del deportista Lance Armstrong pueden potencialmente llevar a meditar sobre las consecuencias antes de tomar una decisión irracional. Asimismo, creer en la confiabilidad ajena tiende a desarrollar integridad, que en el largo plazo pueden forjar confianza social y producir mayores beneficios económicos. Ejemplo de ello son las tiendas donde se puede tomar un artículo y dejar el pago, sin necesidad de un cobrador. Este modelo se aplica en algunas escuelas de la India para inculcar integridad a los niños y que se vean motivados a actuar acorde a las reglas aunque nadie los esté viendo.
Pero no hay forma de ganar; si mentís los demás dejarán de confiar en vos. Si decís la verdad, vas a caer mal. Oscar Wilde reconoce en estas palabras la irracionalidad de la mentira en contraste con la incomodidad de la verdad. Hay que escoger un camino y solamente sopesar qué consecuencia se prefiere afrontar, porque las dos implican riesgos que solamente la persona que decide es capaz de sopesar, medir y luego, elegir.
Edgar López /
En "La Decadencia de la Mentira" de Óscar Wilde sitúa a la mentira como un arte que de a poco se ha trivializado por el simple hecho de justificar cada mentira, cuando la prueba de la mentira es la mentira como tal -lo mismo que con la verdad- En las "Mentiras Piadosas" de Sabina nos habla de lo necesarias que resultan para evitar malos ratos. No defiendo a la mentira pero en ocasiones es un arte que ayuda a evitar malos ratos, en otras es sucia. Ciertamente hay una doble moral que se puede generar en torno a la mentira.
JP /
O verdades Incompletas...
Creo que las mentiras que han mantenido firmeza, son las que poderes políticos, sociales y económicos difunde a través de diferentes medios, que fortalece un sistema o cultura de alguna región, sabotea daña retrasa y crea un ambiente contaminado de farsas hacia un mismo y hacia terceros.