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11 Pasos

Ser gay en Latinoamérica. Vivirás con la peste

Ser gay en Latinoamérica es una pesadilla, porque muchos -cientos de miles- de jóvenes crecen con el doble estigma de ser pobres y homosexuales. Y de eso he querido escribir. Tengo mis propias historias, historias de mis amigos e historias que me han contado gente activista del movimiento LGTB.

Cotidianidad n789 Opinión P258
Esta es una opinión

Foto: Dhani Borges

Y después de darle muchas vueltas al asunto he creado un personaje, Andrés, un adolescente, joven de un pueblo perdido en la América Latina que se descubre gay y descubre el rechazo y la violencia por serlo. Y no lo entiende. Entonces me he propuesto contar su historia, que pretende ser la de miles de jóvenes en nuestro continente.

Vivirás con la peste

A los 13 años Andrés entendió que su forma de ser lo metería en problemas. Hasta entonces lo había escondido como podía, pero sabía que su voz tan fina –“femenina”, “de mujercita”, se decía–, el movimiento imparable de sus manos cuando hablaba, el vaivén incontrolable de sus caderas al caminar –un zarandeado de derecha a izquierda– el pudor de desnudarse ante sus compañeros tras la educación física, su timidez, sus gustos por la música alejada del rap, el reguetón, el perreo, el rock duro, la lectura y no el deporte sentían que lo delataban.

Aquella tarde regresaba del colegio cuando un grupo de muchachos, un poco mayores que él, se le cruzaron en su camino. Dos de ellos le sujetaron las manos, mientras otro le metía el dedo en el ano.  “¡Esto es lo que le gusta a la niña!” Risas. Andrés sólo pudo escuchar las risas de sus atacantes. La vista se le nubló y estuvo a punto de desmayarse. Cuando se largaron, a Andrés le quedó un largo camino hasta su casa, la calle era un infierno poblado de gente que lo veía sin decir ni hacer nada. Lo que le dolía no eran los golpes, el asalto, ese dedo brutal dentro de él. Le dolía la vergüenza. Ese día supo que el mundo sería un lugar difícil para gente como él.

El pueblo donde Andrés vivía no era justamente el mejor lugar para un niño homosexual de 13 años. Un pueblo centroamericano de costa. Un pueblo latinoamericano que podría aparecer en cualquier historia de García Márquez o de Vargas Llosa o cualquier incursión novelera de una cadena internacional. El rechazo comenzaba en casa, con un padre distante que veía de mala manera que su hijo prefiriera jugar con chicas de su edad que con chicos. Andrés tenía mayor preferencia por pintar, leer o ver a sus amigas vestir a las muñecas que jugar al béisbol con muchachos de su edad. Una noche su padre, borracho, lo atajó con violencia, lo jaló del brazo mientras conversaba con sus amigas y lo tiró dentro de la casa, gritándole que se hiciera hombre. El muchacho, humillado frente a sus amigas, no podía más que esconderse en sí mismo, lleno de rencor y odio.

Era un chico de piel tan pálida y translúcida que el azul de sus venas destacaba en brazos y piernas, delgadas como fideos. A penas superaba las cien libras y tenía ya a su edad la espalda un poco encorvada, como una reacción natural frente a un mundo que le parecía hostil y violento. Una tarde su madre le dio un manotazo en la espalda, exigiéndole que caminara erguido, como un hombre, dijo, pero eso sólo consiguió que se encerrara más en su mundo. Hablaba poco y sólo lo hacía cuando se sentía cómodo, aunque en realidad prefería el universo seguro de su cuarto, en esa casa construida a la buena de Dios o de un albañil que hubiera querido ser arquitecto, sin diseño y llena de espacios sin terminar o armados con cualquier tipo de materiales que sirvieran para formar una pared. En su habitación leía y se imaginaba un mundo en el que su pueblo no existía, su familia no estaba y él podía vagar solo, sentirse vivo. Había junto a su cama un mapa de Europa que consultaba obsesivamente: conocía de memoria cada país, cada extensión territorial, la cantidad de habitantes, la población y sus capitales. Era un experto en Europa encerrado en una casa cubierta de tejas y láminas de zinc. En aquellos países fríos estaba la posibilidad de ser feliz.

No entendía por qué la gente lo atacaba. Lloraba casi todas las noches sumido en una confusión que lo amargaba. Cuando despertaba se entregaba a los trabajos impuestos en la casa: barrer y fregar el piso, lavar trastos, limpiar muebles. Hasta el mediodía, cuando después de la comida se largaba a otro infierno, el colegio, una obligación que prefería evitar. Allá era infeliz.

En esa escuela polvosa, de aulas con ventanas sin persianas, desdentadas, calientes bajo el inclemente sol del trópico, con más alumnos que pupitres, a tal punto que algunos tenían que llevar los suyos de casa, o bien sentarse en bloques que cargaban desde el patio, Andrés sentía que la vida era una obligación amarga. Las niñas se reían de él.

De su delgadez, de su timidez, de esa falta de picardía que abundaba entre sus compañeros. El sexo era ya un gran descubrimiento entre todos y en los lavados, después de la educación física, los chicos jugaban con sus penes, los comparaban, se masturbaban y apostaban quién “tiraba más leche”. Menos Andrés, para quien era un horror siquiera quitarse la camiseta.

Siempre esperaba a que todos se marcharan para poder cambiarse. Una tarde, cuando pensaba que por fin estaba solo, entraron tres de sus compañeros cuando el muchacho estaba desnudo. Dos lo tomaron por los brazos y un tercero lo tiró de la cabeza. “Agachate, que tengo algo que te va a gustar”. El atacante, esbelto, con un cuerpo que empezaba a mostrarse fibroso, sacó su miembro erecto y lo metió con violencia en la boca de Andrés. Embistió varias veces, causando arcadas en el joven. Se corrió en su boca. “Bien que te gusta, mariquita”. Salieron de lavado dejando al chico tirado en el piso, desnudo, con un hilo de semen corriendo de la comisura izquierda del labio.

****

– Llegará un día en que me largaré de aquí. Llegará un día que nadie me verá, que no me molestarán, que no me harán daño. No sé por qué me persiguen. ¡Por qué lo hacen! No es mi culpa vivir, yo no lo pedí. Si existe Dios, ¿por qué lo permite? Quiero ser como ellos, quiero ser normal. Quiero tocar a las chicas como lo hace ellos, hablarles como les hablan ellos, quiero ser grosero como lo son ellos, quiero llevarlas detrás de la escuela al final de la tarde. ¿Por qué tenía que haber nacido? ¡Si ni ellos me quieren! Me humillan siempre, como si se arrepintieran, como si fuera un error en sus vidas. ¡No tenía que haber nacido!

Huiré, me iré a Europa, viviré allá solo, haré mi vida, lo quiero. ¡Y nunca volveré! No le escribiré a nadie, nunca, nunca. Seré feliz, porque esa es la felicidad, estar solo. ¿Pero por qué a mí? ¿Por qué soy diferente? ¿Por qué no soy como ellos? No me gusta cómo visten, ni lo que dicen. Son sucios, unos animales. Y ellas, ellas son peores. Les coquetean, llegan con esas faldas tan cortas a pesar de los regaños de los profesores, se pintan los labios de rojo intenso, quieren que las besen, que las toquen, se entregan fácilmente. ¡Putas! Y se ríen de mí, me juzgan, me desprecian. ¡Putas! Yo no quiero estar aquí. ¿Por qué me tuvieron? ¡Quién se los pidió! Dios mío, ¿por qué me haces sufrir? ¿Por qué?

 

 

Carlos Salinas Maldonado
/

León, Nicaragua (1982). Irremediablemente enganchado al periodismo. Editor de Confidencial.com.ni y colaborador de El País. Un reportaje suyo le cambió la vida. @CSMaldonado


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Gustavo Hernandez /

    14/08/2015 9:25 PM

    Si la hoja de un árbol no se mueve si nos es la voluntad de Dios entones la voluntad de El es que cosas como estas sucedan, Dios mio consedeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que si puedo y sabiduría para conocer la diferencia. Nadie, pero nadie sobre la faz de este mundo esta en el derecho de juzgar a otro ser humano por su esencia como ser humano, en lo personal me apiado por lo que sufren muchos de ellos, pero mas se apiadarían ellos de muchos de nosotros, porque en este mundo nadie, pero nadie esta en el derecho de lanzar la primera piedra. Somos unos hipocratas, porque vemos a alguien así en la calle y lo miramos de reojo, por debajo del hombro, nos burlamos, los señalamos o hasta los atacamos verbal o físicamente nos reímos de ellos, pero, hacemos lo mismo con un delincuente, un marero a un político corrupto a un narco, a un pastor-cura? NO, porque no nos conviene, no tenemos valor o simplemente no nos interesa, con esto no quiero decir que aquel que le grita corrupto a un corrupto tiene el derecho de gritarle marica a un homosexual, porque el homosexual por ser homosexual no le esta robando nada, mientras que el corrupto si le esta robando sus impuestos.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    cecy /

    14/08/2015 8:34 AM

    Este artículo me cambiado significativamente mi postura hacia los homosexuales. Gracias

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Peter Lim /

    13/08/2015 3:16 PM

    Simplemente LAMEBTABLE. Cada quién es libre de hacer con su vida lo que quiera y no necesita tener la aprobación de los demás. El hecho que alguien sea diferente no le da derecho a la sociedad a tratar a esa persona con desprecio y sobre todo con violencia.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Mercedes Escoto /

    13/08/2015 12:38 PM

    Excelente nota, la cruda realidad, necesitamos educación en valores y aceptarnos por el simple hecho de ser personas y no por nuestra orientación sexual, dura tarea.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Allan /

    13/08/2015 11:18 AM

    triste... es la cruda y perversa realidad.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Nina /

    13/08/2015 10:48 AM

    Impactante lo que sentí al leer cada párrafo, porque nadie tiene derecho de abusar de nosotros porque pensemos y seamos diferentes. No tiene nada que ver con la preferencia sexual, sino con que cada mente posee capacidad diferente de percibir el entorno. De alguna u otra manera, si uno no se siente comprendido o aceptado, esa fuerza nos puede llegar a buscar otros lugares donde encajar. Qué duro puede ser el ser humano cuando algo no llena el perfil que la misma sociedad ha determinado.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Steph Arana /

    13/08/2015 10:41 AM

    Q triste historia! Nos falta mucho por evolucionar, tener una open mind y aceptar a todo ser humano! Muy buen blog Carlos!

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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