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Somos buena gente

“El mundo es cruel”, dice un amigo, supongo que para alegrar la fiesta, tras varias copas de vino y con la panza llena. Es un hombre tímido desde que ganó el premio nacional por su novela sobre nuestra necesidad de reconocimiento en una sociedad vanidosa que condena la vanidad, conservador desde que la disidencia se puso de moda y se convirtió en casi obligatoria, y cínico desde el día que se enteró de que no todos los pájaros emigran ni todos los que sí lo hacen vuelven al final.

Cotidianidad n246 Opinión P258
Esta es una opinión

Flickr.com/photos/skulik

Sé todo esto de él, soy consciente de sus evidentes cualidades de predicador de la realidad verdadera, y sin embargo, le contradigo. Es mi instinto animal de supervivencia que me empuja a ello o quizá mi rebeldía adquirida contra los convencionalismos perezosos. Dices blanco, yo digo gris, dices Estados Unidos, yo digo Uruguay y me quedo tan ancha. Aunque puede que solo sea una simple ceguera, una falacia lógica, una muestra del pensamiento ilusorio que adoran los místicos y deploran los escépticos. Yo adoro a los místicos.

“No lo es”, le digo para apaciguar su exaltación a la vez que asumo el riesgo de que la velada encantadora se torne en un carnaval de chistes banales e idioteces insoportables. Es un riesgo grande ya que yo prefiero filosofía en mis cenas. Anhelo profundidad, cuanto más oscura mejor, y basándome en estas premisas invito gente a mi casa. Si en los últimos tres meses no has pensado ni una vez en suicidarte, no vengas. Ese es mi lema.

Por eso está él aquí. Y por la misma razón me sorprende ese repentino positivismo mío, tan inadecuado en ocasiones festivas de esta índole, esa inabarcable fe en la bondad del ser humano cuando los hechos, los datos, las noticias, ¡oh, la realidad, tan inaguantable, tan soez!, muestran todo lo contrario.

En noches así, de luz oscura, me fascina la victoria, aunque siempre mínima, de Mozart sobre Wagner.

Pero ya es tarde. A él le duele el alma, le duele la vida, y sabe que tanto sufrimiento causa indigestión. Mejor expulsarlo, pensará como un hombre práctico que es. Descargar la porquería del mundo, que en algún sentido es de todos, sobre el resto de los invitados evita el malestar intelectual posterior cuando ya haya llegado a su cama y la habitación empiece a dar vueltas y él esté completamente solo. En estas condiciones los fantasmas cobran fuerza y resultan invencibles.

“El mundo es cruel”, insiste mi amigo con el regocijo que le caracteriza y se viene arriba. “Solo miren al Estado Islámico decapitando gente, con el cuchillo frío acariciando el cuello, quemando vivo a sus rehenes, terroristas secuestrando niñas en Nigeria y el mundo aguardando silencio mientras hay millones de mujeres forzadas a prostituirse, hombres aprovechándose de ello, y multinacionales rociando pesticidas por toda la tierra que producen cánceres cuyo cura solo se lo pueden permitir los ricos y no esas mujeres trabajando en maquilas ni esa gente hambrienta, desilusionada entrando a escondidas a otros países, y luego todos esos barrios llenos de drogadictos, de desesperanzados, de desechables que ya constituyen no solo ciudades sino países enteros.

"De hecho Guantánamo está en muchos lugares, como esas mujeres violadas y obligadas a parir, mujeres practicando ablación a sus niñas, y se multiplican las pandillas basadas en violencia que se dicen familias mientras las familias cada vez más se parecen a un campo de batalla donde alguien siempre muere, y nadie escucha nuestros desgarradores gritos de ira, de socorro, de impotencia desde Palestina, Honduras, Siria porque es ahí donde está la muerte, siempre violenta, siempre horrible, cuando podría ser apacible. Y todo esto está pasando ahora mismo, en este planeta nuestro...”.

El mundo no es cruel. Los humanos lo somos; pero no solo ni sobre todo.

Estas palabras suenan en mi cabeza de descendiente de Rousseau mientras miro a los ojos al hijo de Hobbes. Por un impulso lúgubre no quiero abrir la boca. Podría romper la magia que ha creado su discurso pavoroso. Hacer que se escape la atracción fatal que sentimos hacia el lado tenebroso de nosotros mismos, que tan pocas veces nos atrevemos a explorar y satisfacer, porque es arriesgado (y aquí precisamente reside su poder catártico) aceptar que también nosotros podemos ser muy crueles. Que lo somos a menudo en dosis mínimas. Hacerlo exige un esfuerzo intelectual ya que si te acercas a Mordor sin la protección del racionalismo, sin desconectarte del resto de la humanidad, te ahogas.

“Y luego…”, sigue mi amigo con entusiasmo viendo el resto de invitados encogiéndose cada vez más, “…nos prometen el paraíso porque el infierno ya está aquí, en las calles, en nuestras casas, en nuestras vidas”.

Escuchándole nos sentimos angustiados, sí, indignados, también, hasta enfadados. Con el mundo, pero también con él. Y nos defendemos. Nos gustaría levantarnos y hacer del mundo un lugar mejor para todas y todos, claro que nos gustaría, ya que somos buena gente, hacemos cosas buenas, pagamos impuestos, compramos cosas, muchas cosas, firmamos peticiones para salvar perros y para acabar con la violencia contra las mujeres, ponemos “me gusta” y compartimos artículos y fotos que denuncian injusticias, hacemos la cama, todos los años le decimos “te quiero” a nuestra madre y reciclamos, ¡por Dios!

Somos buena gente.

Y sin embargo, al final de la noche nos levantamos para irnos a casa. Cuando estamos en nuestras camas calientes, entre sábanas limpias, respiramos aliviados recordando ya vagamente la conversación porque todo eso pasa, sí, pero no aquí. No en nuestro pequeño castillo, dentro de nosotros. Estamos a salvo. No es un pensamiento racional, es pura fe, es hasta peligroso diría Schopenhauer, pero al final del día es lo único que importa porque gracias a ello podemos dormir.

Además, la velada fue un éxito.

Anna Maria Penu
/

Escritora, politóloga, feminista europea en cuya piel América Central está empezando dejar sus huellas. Se nota en mi mirada, en mi manera de estar en el mundo. Aquí escribo con humor, con dolor y ternura. Escribo para seguir caminando.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Karen López /

    25/03/2015 9:47 AM

    Una anécdota bellamente escrita. A mis pocos o muchos años de vida, he descubierto que la vida se ha de ver con un punto ecléctico de discernimiento, o caeríamos en una oscura catarsis. Muy buen artículo.
    Saludos.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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