Los periódicos de los últimos días exponen la cara de Thurman ante el público que se ensaña con ella. Su nuevo aspecto, con evidentes cambios, ha desatado una tormenta, ha provocado una conmoción mundial. Al parecer vivimos en un mundo donde en general, y la gente buena (las mujeres), como las hadas, no envejece. Hay consternación, hay espanto por la cara de Thurman, hay hasta preocupación, pero es fingida. Sin embargo, el morbo, esa perversa satisfacción de ver la caída, la decadencia de la belleza normativa, es auténtica. Y muy cruel. Hace no mucho pasó lo mismo con Renée Zellweger, con Courtney Cox, con Demi Moore y con muchas más.
“Para arreglar algún defecto”, aventura mi amigo.
A ver. ¿Acaso vivimos en un mundo donde no existe una presión inhumana sobre las mujeres de mantenerse jóvenes, bellas, perfectas? ¿Acaso este mundo de exigencias salvajes para y con nuestro cuerpo no induce a pensar que todas tenemos defectos, deficiencias y taras? ¡Todas! Y si no nos arreglamos el pelo, los pechos, los labios, hasta la vagina nuestra valía como mujer, nuestro impacto e influencia en el mundo se queda en nada.
Somos invisibles, indeseables, inservibles. Y más en una industria tan superficial e hipócrita como Hollywood. Porque la fealdad, la salida de la norma y la protesta concienzuda contra los mandatos de la perfección es considerado una especie de fracaso como mujer. Es casi nuestro deber, nuestra responsabilidad ser bellas.
“Pero ¡mirá a Kate Winslet o a Meryl Streep! No se han hecho nada y están guapísimas y reconocidas por su trabajo”, sigue mi amigo, indagando en su propia decepción por la caída de un mito de belleza. “Para mí Scarlett Johanson no es más guapa que Uma Thurman y tiene 15 años menos.”
La última frase me dolió un poco porque me han dicho que me parezco a Scarlett. Cuando me arreglo, se entiende.
Tomo un trago de café, sin apartar la mirada de mi amigo, y me atraganto. Toso y un hilo de café dibuja un río en mi barbilla. Pido disculpas. Después me limpio con mucha elegancia a la vez que me doy cuenta que es ridículo este anhelo de belleza, esta ansia de ser reconocida, adorada, alabada por mi aspecto físico. Pero aquí está. La tenemos todas, porque así hemos sido socializadas y educadas. Y queremos sentirnos deseadas. Como ha subrayado Cristina Vega, “la producción subjetiva de la feminidad está atravesada por una construcción del deseo propio a partir del deseo del otro o del deseo de ser deseada”.
Nuestro primer deseo es ser deseadas. Luego viene todo lo demás. ¿Y nos seguimos preguntando por qué Thurman se ha pudo haber hecho eso?
Y esto nos convierte en objetos.
Un día después sacan un artículo de Taylor Swift, la famosísima cantautora de 24 años, con el titular “La prueba de que Taylor Swift es tan guapa que parece irreal”. No es que parezca irreal, lo es. Intercalan fotos reales con las de sus réplicas de cera. Sabemos lo que vemos, sabemos que esta persona no es real y si lo es, está maquillada, peinada, vestida por profesionales y además retocada por Photoshop. Lo sabemos, racionalmente, pero la imagen perfecta se queda en nuestra retina, penetra en nuestro subconsciente y ahí nos manipula eficazmente. Se vuelve a la vida.
Escribe la protagonista, Harriet Burden, en la sublime novela “El mundo deslumbrante” de Siri Hustvedt: “Todo objeto visible es un objeto emocional. Atrae o repele. Si no produce ninguna de estas reacciones, el objeto no perdura en la mente y carece de significado. Los objetos con carga emocional permanecen vivos en la memoria”.
Y ver a Taylor Swift, su perfección, nos atrae.
Aunque no seamos del todo conscientes de este efecto que tiene en nosotras, así son las fuerzas subliminales. Ese tipo de percepciones inconscientes moldean nuestras actitudes, pensamientos y emociones. Rigen nuestras decisiones tanto cotidianas de alisarnos el pelo o acolocharlo, de depilarnos, de usar rímel y brillo de labios hasta decisiones más radicales, más quirúrgicas. También pasó a Zellweger y creímos profundamente que le había pasado a Uma Thurman. Nos puede pasar a todas. Y esto sí es espantoso.
P.D. Dos días más tarde, Uma Thurman sale en la televisión para desmentir que se haya operado. Al parecer solo fue un maquillaje malo. Sí, a mí también me dejó perpleja la revelación. Este hecho, sin embargo, no me tranquiliza para nada porque solo confirma lo dicho anteriormente: todas tenemos fallas que hay que arreglar. Sea con operaciones o maquillaje grotesco.
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