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Uno renuncia a su jefe, no a su trabajo

En el mundo laboral coexisten dos tipos de seres vivos, los jefes y los empleados. Cuando uno es joven suele estar del lado de los empleados, hasta que con el paso del tiempo gana la experiencia necesaria para evolucionar a los cargos donde se toman decisiones y se tiene autoridad, fenómeno usualmente conocido como “hacer carrera”.

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Esta es una opinión

Una representación exacta. :)

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Sin embargo, el proceso no siempre se da de esta forma y puede pasar que uno se tope con uno de esos energúmenos que no tienen idea de qué trata el trabajo, de esos que son como el triunfo de la bestialidad sobre la razón o de esos que, simplemente no son buenos líderes, con los que hay que lidiar porque llegaron a jefes y validan ese dicho de que uno renuncia a su jefe, no a su trabajo.

Muchos de nosotros nos hemos topado con jefes sumamente exigentes, de esos que no dudan en gritarte y regañarte de mala manera cuando el trabajo no está bien hecho. A veces sobrevivimos a esas condiciones hasta que aprendemos cómo se hacen las cosas y otras veces decidimos que la vida es muy corta para estar soportando que alguien te trate como idiota todo el tiempo. La diferencia entre ambas situaciones es qué tanto respeto le tenemos a ese jefe porque valoramos cuánto puede enseñarnos y estamos dispuestos a aprender de su experiencia, aunque sea por las malas.

Eric Jackson publicó en mayo un artículo en Forbes en el que dice que a pesar de la crisis financiera en Estados Unidos, en marzo de este año 2.4 millones de estadounidenses renunciaron a su trabajo, no por tener segura una mejor oportunidad o por la posibilidad de ganar más, sino porque no soportaron a sus jefes. Él da una serie de consejos para que los jefes mejoren en su papel y conserven a los buenos elementos en sus equipos de trabajo, aunque no habla directamente de una cualidad que otros autores señalan como fundamental para los líderes, la empatía.

En 1996 una enfermera llamada Theresa Wiseman publicó el ensayo titulado «Un análisis conceptual de la empatía», en el cual distingue la diferencia entre la empatía y la simpatía. Explica que la empatía tiene cuatro fases fundamentales: la persona debe tomar perspectiva, no hacer juicios respecto a lo que el otro siente, reconocer sus emociones y comunicarse a ese nivel (este video de RSA, en inglés, lo explica en dos minutos y medio).

 

 

La empatía nos lleva a conectarnos con el otro. Wiseman afirma que «las consecuencias de la interacción empática es que quienes reciben la empatía, ven satisfecha su necesidad básica de ser comprendidos, se sienten valorados y están listos para cambiar y comprender a otros. La persona que es empática se siente satisfecha porque sabe que ha prestado una ayuda que otro necesitaba».

Si en el trabajo, que es una de nuestras relaciones básicas en la vida, nos topamos frecuentemente con malos jefes que no entienden de empatía, de lograr lo mejor de sus equipos de trabajo, qué podemos esperar de relaciones más amplias y complejas como la que llevamos con nuestros gobernantes y dirigentes políticos. Quizás no deberíamos renunciar a nuestro país, sino a nuestros políticos.

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Conoció los cómics porque un día se empachó de literatura, aunque nunca dejó de creer que se puede cambiar al mundo un lector a la vez. Ama el cine y los dulces de anís.


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