Y pues, sí, queremos eso que vemos, un par de zapatos, el carro que nos pasó al lado, la hamburguesa de la valla. Todo eso nos llena los ojos que se conectan con nuestras emociones y luego nuestro corazoncito le cuenta a la cabeza que quiere algo, que se lo merece, que trabajó mucho, que está muy bonito, lo que sea, y el cerebro formula todas las razones lógicas necesarias para ir y matar la tarjeta de crédito.
Sin embargo, pareciera que lo “normal” en nuestras relaciones a largo plazo es que, como vemos a nuestra persona todos los días, se nos olvida que alguna vez dejábamos de respirar sólo de recordarla. El deseo tiene alas y sale volando con la cotidianidad. O por lo menos eso es lo que hemos aprendido.
Puede ser que todas esas cosas que le echamos encima a nuestra vida en pareja le van gastando el filo a la parte que nos cortaba por dentro. Hay pocas cosas tan arrebatadoras como sentir esa desesperación por el otro. Y conservar esa intensidad todo el tiempo es imposible. Tampoco se puede estar triste o enojado o eufórico todo el tiempo. Los estados de ánimo son fluctuantes y hay que saber navegar las olas manteniendo el barco a flote.
Lo que nos pasa es que, como ya no sentimos ese calorcito nuclear en medio del cuerpo cada vez que vemos a nuestra pareja, creemos que desapareció y jamás va a volver. Nada más errado.
El deseo, como cualquier otra cosa, se alimenta y crece en la medida en la que lo cuidamos. Comenzando con no dejar de hacer las pequeñas cosas que hacíamos cuando jugábamos a quitarnos la ropa por primera vez. Un mensaje que implique diversiones más tarde, un cumplido especial, una foto a media reunión (esta es mi especialidad y creo que ya no abren mis mensajes. Me voy a llevar una gran amolada cuando tenga una emergencia y no vean el Telegram porque creen que es una nude).
Cada quien tiene una forma particular de mantener ese gusto. Pero sí es cierto que allí siguen los mismos ojos que nos hacían perdernos, la misma sonrisa que nos sube las comisuras de la boca, el mismo olor que era el mejor perfume del mundo sobre nuestra piel. La frecuencia no debería disminuir las ganas. Al contrario, tener y querer más, siempre, debería ser la regla.
Además, vivimos con esa contradicción de estar con la misma persona que cambia cada día. Porque esa es nuestra condición como humanos: el cambio constante. Tal vez eso es lo que me parece más fascinante de tener una pareja por mucho tiempo: recordar y encontrar lo que me ha gustado de siempre y descubrir y conocer todo lo nuevo que es, conforme pasa el tiempo.
No todos los cambios son agradables, pero todos me obligan a esforzarme por replantearme qué me gusta. Y siempre encuentro algo.
Ver todos los días lo que deseamos. Poner una mano sobre la piel que nos acompaña por las noches. Acurrucarnos un momento en los brazos que nos envuelven por las mañanas. Tomarse un tiempo para poner suaves los labios con el beso del saludo. Enviar suspiros por video. Llenarle la mente con todas las cosas interesantes que descubrimos, porque uno también cambia y qué rico que lo vuelvan a conocer.
Y luego están esas escapadas de la rutina que nos sacan del diario y nos dejan vernos de nuevo. Para algo están abiertos los moteles las 24 horas. Una visita al medio día debería ser parte del juego del placer. Los espejos en el techo, los sillones de formas curvas, las camas extrañas, todo está encaminado a una sola cosa: coger. Allí no hay duda de qué se va a hacer. ¡Qué certeza más excitante! Agréguenle a eso que no hay restricciones de ruido y tienen para pasársela fantástico unas horas.
Deseamos ser deseables. Deseamos desear. Tenemos el regalo maravilloso de sentir placer y es maravilloso encontrar a alguien con quién compartirlo. Al final del día, lo que se esconde al fondo del deseo es simplemente nuestra propia decisión de no dejarlo que se vaya.
Rodimiro /
..."y el cerebro formula todas las razones lógicas necesarias para ir y matar la tarjeta de crédito."
Muy linda su forma de escribir, me quitó la caparazón que uso diariamente. Usted hace en 3 minutos de lectura dejar este cuerpo y vivir sus palabras.
Ya tiene un admirador