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11 Pasos

Sigamos instrucciones (en el sexo)

Lo maravilloso de tener muchos años con la misma pareja es poder comunicarse de forma más sencilla. Como si en vez de escribirnos cartas, sólo fueran necesarios tuits. Pequeños mensajes que, por ir sobre un acerbo de información anterior, ya tienen significado complejo. Una mirada desata carcajadas, un gesto genera acciones concretas, un mensaje de una palabra da todas las indicaciones necesarias. Hasta que, de tanto hacer atajos, se pierden pedazos muy relevantes de lo que realmente se quiere decir. Por eso siempre es bueno hacer ejercicios específicos de pláticas sin límites y sin interpretaciones que distorsionen el mensaje que se quiere enviar.

Opinión P369
Esta es una opinión

Elizabeth Hurley, como profesora, en la película Al diablo con el diablo.

Nos pasa que, como creemos que ya sabemos qué quiere decir el otro, disponemos que siempre quiere decir lo mismo. Y pues no.

Los humanos cambiamos constantemente y uno de los retos de una relación duradera es estar encima de esos cambios, para reconocerse todo el tiempo. Triste eso de pasar quince años durmiendo juntos y despertarse cada día con alguien cada vez menos conocido.

Igual sucede en la cama (o el sofá, o la cocina, la mesa, la silla, :). Pareciera que tenemos códigos no escritos de qué hacer en dónde y en qué momento, durante un tiempo definido, luego viene una pierna para acá, luego la otra para allá, y ya. “Es que como él me dijo hace xxx cantidad de años que esto le gustaba así, entonces siempre lo hago igual. Y como no me ha dicho algo diferente, pues repitamos.” “Es que ella me contó hace ratos que eso no le gustaba y allí lo dejé.”

¿Y el soberano derecho de cambiar de opinión? ¿De crecer? ¿De querer hacer cosas nuevas? Lo peor es que pareciera que nos da muchísima pena pedir que nos hagan cosas que nos dan placer, porque creemos que son “raras”. Se supone que tenemos pareja para compartir nuestros deseos y cumplirnos nuestras fantasías mutuamente. Si hay acuerdo, nada es “raro”. Además que con probar no se pierde nada, más que descartar algo que creíamos que era la última etapa del jardín de las delicias y resultó ser menos que una parada para comerse un helado a media carretera.

Es tan rico cuando se tiene la confianza de pedir. Y mejor aún cuando está el respeto para aceptar un “Ehhhmmm, fíjate que eso no me gustó mucho, hagamos otra cosa.” A nosotras las mujeres eso último nos resulta aún más difícil, porque nos han acostumbrado a ser complacientes. Como si la pareja se fuera a quebrar en mil pedazos sólo porque le dijimos que esa técnica particular no nos era placentera. Se supone que nos queremos y que creemos que no nos hacemos ni decimos las cosas por joder. Si el dedo allí me duele, pues pido que lo retiren. Total, me lo está haciendo a mí para que a mí me guste. Si no cumple su cometido, pasemos a algo más.

Allí es donde conocerse demasiado bien a veces no ayuda para aumentar la experiencia mutua. Es igual que ir a nuestro restaurante favorito y pedirse siempre el mismo plato porque es lo que nos gusta. O, peor aún, que nuestra pareja nos ordene lo mismo porque sabe que eso nos ha gustado y no quiere equivocarse.

Alguna vez vale la pena entregar las riendas de lo conocido, del control, de lo usual, de lo cómodo y decir: “Dime tú hoy qué hacer. Te sigo todas tus instrucciones.” Ver la chispa de intriga, picardía, asombro y deseo que se enciende en los ojos que nos miran es completamente seductor y hasta con más ganas se pone uno complaciente. De repente el pobre fulano tiene meses (o años) que se le había ocurrido que una posición marciana podía ser interesante y, sólo por no trastornarnos los hábitos no nos había dicho nada. O quiere que lo besemos detrás de la rodilla porque siempre le ha gustado que lo besen allí y nunca se lo hemos hecho y no se le había acordado pedirlo.

No se puede pretender comenzar de cero en una relación que ya va por mil. Obvio que se trabaja sobre algo ya preestablecido. Pero por supuesto que podemos abrirnos a la posibilidad de que no lo sabemos todo acerca de nuestra pareja y que bien vale la pena dejarnos llevar alguna vez.

Libertad para pedir. Buena disposición para hacer. Y respeto de ambas partes acerca de lo que definitivamente no estamos dispuestos ni a intentar. También eso se vale. Pero todo lo demás… sí:

Ven, inclínate aquí. Muévete para este lado. Saca una pierna. Voltéate un poco. Muérdeme aquí. Succiona. Habla. Bésame. Agárrame del cuello. Hálame el pelo. Mírame. No son instrucciones complicadas, pero cómo ayudan para darle más profundidad a todo lo que experimentamos.

Además, siempre podemos regresar a nuestra taquigrafía en pareja cuando no hay tanta energía. Y eso también está bien. Por algo pasa uno tanto año juntos.

Luisa Fernanda Toledo
/

Abogada redimida. Ahora escribe para no pagar terapia.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    alfonso villacorta /

    14/01/2017 11:13 AM

    mi amor, ponte en cuatro... en cuatro llantas y te largás ahora mismo!

    ¡Ay no!

    5

    ¡Nítido!

    Carlos Miranda /

    13/01/2017 2:55 PM

    Muy buen articulo Luisa, podría considerar el uso de un tipo de letra mas agradable. :-)

    ¡Ay no!

    3

    ¡Nítido!



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