“¡Este es un llamado a destruirlo todo!” gritaban los muros de La Plata, Argentina, en la versión número 34 del evento feminista más grande de Latinoamérica: Encuentro Plurinacional de mujeres lesbianas, trans, travestis, bisexuales y no binaries.
En febrero de este año, Lu, una amiga y defensora de derechos humanos argentina, me contó que todos los años las mujeres feministas de varias partes del mundo se toman una ciudad “conservadora” de Argentina y arman allí una revolución de asambleas, talleres y marchas multitudinarias. La primera versión de este Encuentro sucedió en 1986, cuando un grupo de activistas convocaron a un debate colectivo sobre la situación de las mujeres en la Argentina post-dictadura. Querían abordarlo desde temas como la identidad, violencia, educación, participación política, sexualidad, trabajo, familia, tiempo libre, utilización del cuerpo, entre otros y crear estrategias para el cambio.
Desde ese entonces el evento se ha mantenido autónomo, democrático, autosostenible y autoconvocado. No tiene banderas políticas ni organizacionales y ha servido para fortalecer debates políticos y sociales que consiguieron victorias históricas para Argentina como la ley de Violencia de Género, la ley del Matrimonio Igualitario y quizás el más sonado: la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.
Lu presentía que este año el Encuentro iba a estar a reventar. Se había decidido hacerlo en La Plata, a dos horas de la capital, y nadie iba a tener excusas para dejar de ir. Entonces la idea de asistir al Encuentro se me volvió recurrente. Marqué en mi calendario 12, 13 y 14 de octubre y estudié la programación una y otra vez. Noté que se abrían nuevos talleres: relaciones sexo afectivas diversas, migraciones, activismo gordx, ciberfeminismo, ecofeminismo, monogamia, no binaries y otras 80 opciones más.
Dos semanas antes logré reunir el dinero para el tiquete y convencí a dos amigas para que me acompañaran. Se estimaba una participación de 200 mil mujeres y yo me imaginaba ahí, prendiéndole fuego a todos esos ideales tóxicos con los que crecí y, quién sabe, de pronto también a una catedral.
Aún sin dimensionar a lo que íbamos, llegamos a La Plata un viernes en la tarde, justo a tiempo para la fiesta previa al Encuentro. Viajamos en tren. Poco a poco los vagones se vaciaban de hombres e íbamos quedando puras mujeres con pañuelos verdes amarrados al bolso. La complicidad era inmediata en cada cruce de miradas. “Es como si nos reuniéramos todas las raras del colegio”, escuché decir. Y sí, estábamos ahí porque nos convocaba ese llamado a querer cambiarlo todo, a ir contra los roles que nos han impuesto sobre cómo debemos ser y cómo debemos habitar este mundo.
“La previa” fue en el Olga Vázquez, una “casa okupa” del feminismo donde confluyen diversas propuestas culturales, proyectos de trabajo colectivo y organizaciones populares. Un lugar transgresor hasta las entrañas, con muros empapelados que gritaban: “¿Cree que su heterosexualidad tiene cura? ¿Es ud. Heterosexual? ¿Cómo se dio cuenta? ¿Cuál cree que es la causa de su heterosexualidad?”
Y en uno de los stickers pegados en el baño se leía “Los reflejos en este espejo están distorsionados por los ideales de belleza que nos impone el CIStema heteropatriarcal capitalista”. Toda interacción que ocurría en ese lugar era una invitación directa a deconstruir el establecimiento de estándares sobre la salud, la belleza o lo deseable. Un llamado a habitar nuestro cuerpo sin la imposición de los discursos de supremacía.
Y lo que pasó en el Olga Vázquez, se quedó en el Olga Vázquez. Sólo puedo decir que no hay mejor melodía que la cumbia villera que tocaron las bandas de chicas ese día, que el pogo que se armó no tiene nada que envidiarle a Rock al Parque, que las chicas más guapas eran las más libres y que no hay nada más sexy que un cuerpo rebelde.
Aunque habíamos estado tentadas a quedarnos en los alojamientos gratuitos y solidarios que instalaron en los colegios públicos de la ciudad para que las mujeres descansaran y pudieran dejar sus pertenencias, terminamos durmiendo en un AirBnb ubicado en pleno centro de La Plata.
Al otro día, el sábado, la ciudad amaneció inundada. Durante la mañana llovió sin parar pero eso no impidió que la asistencia a los eventos fuera masiva. La Universidad de La Plata prestó sus salones y ahí se dieron los talleres, que eran más bien debates abiertos y horizontales donde todes podían opinar: alguien se ofrecía voluntariamente para llevar la agenda y tomaba nota de los comentarios.
Era un espacio seguro de sororidad, hermandad y aprendizaje colectivo. No había expertos y nadie sabía más que nadie. Cada vez que se llenaba un taller se abría otro en simultáneo sobre el mismo tema. Al final del tercer día leeríamos las conclusiones de cada grupo para establecer un plan de acción que atendiera las diversas problemáticas que deberían incluirse en la agenda política nacional.
Como venezolana viviendo en Colombia decidí meterme en el taller de migraciones. En seguida simpaticé con cientos de mujeres bolivianas que, como yo, han experimentado actos xenófobos en los países fronterizos. Compartimos el habernos enfrentado con burocracias estatales, con la persecución y la criminalización, pero también coincidimos en la disposición de acompañarnos en la lucha por hacer que se respeten nuestros derechos. Todavía nos hablamos todos los días en un grupo de WhatsApp.
Más tarde ese mismo sábado marchamos en contra de los transfeminicidios que habían aumentado 275% desde el 2005, y el domingo fue el gran aquelarre del Encuentro. Se rumora que fuimos al rededor de 700.000 personas las que poblamos los parques, rodeamos iglesias y dibujamos poesía en muros y paredes. Salieron las ancianas y sus nietas, las incomprendidas, las gordas, las negras, las migrantes, las indígenas, las campesinas, las trans, las racializadas, todas las discriminadas que han sido blanco de exterminio. La energía femenina atropellaba en las calles e hicimos tetazo, nos besamos, nos emancipamos.
Vivir esta experiencia con amigas-hermanas que admiro y que están en esta misma búsqueda de cuestionarlo todo, en especial nuestros privilegios, fue fundamental para decir con convicción que no estamos solas. Somos millones de mujeres y en las calles nos despedimos para siempre de la indiferencia. Estuvimos calladas por tanto tiempo que ahora el miedo se reveló y se convirtió en lucha. Formamos parte de un feminismo incómodo: anticapitalista, antirracista, plurinacional, disidente, alegre y furioso.
Somos una manada organizada y no nos conformamos con un par de victorias ni con el binomio varón-mujer. Este es un llamado a destruirlo todo. Como dice un poema de la argentina Liliana Daunes: “Cuidamos el fuego, incluso en el que ardimos. Somos brujas. Somos guardianas de la memoria. Por eso, nuestras hermanas caídas, desaparecidas, quemadas en esas y otras hogueras, vienen ardiendo entre nosotras. Las brujas de aquellos tiempos seguimos siendo las brujas de hoy.”
feminiateo /
Hace falta una nueva religión que, partiendo de un gran amor a la naturaleza y basándose en la igualdad de los géneros y en la no discriminación, consiga reconfortar ante la muerte. En infinito5.home.blog lo desarrollo.
Victor lopez /
En lo que estoy de acuerdo es en algo: las feministas son unas brujas, hay que darles una escoba ( pero no para que nos peguen) ES PARA QUE SE VAYAN VOLANDOOOO.