El porqué del asesinato de Berta, según su familia, nace y muere en quién fue: una mujer que denunció a la industria extractiva de Honduras para salvaguardar al pueblo indígena lenca, exponiendo su oposición a la hidroeléctrica Agua Zarca y a todos los proyectos de represas mediante la organización que creó en 1993, el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh).
– Díganle al presidente que saque a Agua Zarca.
– Sí, Mamá Bertha.
Desde que asesinaron a su hija, la abuela Aurora Beth Flores insiste a sus cuatro nietos en que den ese mensaje en cada manifestación que organizan para esclarecer el asesinato.
Con 83 años, Mamá Bertha es la lúcida matriarca, ex alcaldesa de La Esperanza en tres ocasiones, que exige a sus nietos no bajar la voz. Aunque el presidente Juan Orlando Hernández ni les ha llamado ni les ha recibido. Aunque sólo saben quién es el testigo presencial con el que trabaja el Ministerio Público (MP) porque es amigo de la familia. Aunque el MP es el mismo que admitió demandas contra Cáceres las dos veces que la empresa que construye Aguas Zarca la denunció; el mismo MP que archivó las denuncias de Copihn a los proyectos hidroeléctricos en zonas lencas.
El proyecto de Agua Zarca, de la empresa hondureña DESA, que hasta ahora ha contado con apoyo del Banco Centroamericano de Integración (BCIE), está ubicado cerca de la reserva Montaña Verde, a 205 kilómetros de Esquipulas, en la frontera entre Guatemala y Honduras. El proyecto es una represa para generar energía aprovechándose del río Gualcarqué, que es sagrado para la comunidad lenca.
Para entender la historia de Berta Z. Cáceres y Berta Cáceres, Mamá Bertha es crucial. Porque la ambientalista era la menor de sus hijas, la que vivió casi toda su vida con ella en su casa y crió allí a sus hijos, y porque la ayudó como asistente en los nacimientos en los que ejercía de partera en comunidades indígenas de todo el país. “Ahí nació su sensibilidad hacia los pueblos indígenas, sobre todo lencas, porque conoció las condiciones de marginalidad”, dice Berta Zuniga Cáceres, la nieta. La literal y metafórica revolucionaria historia de Berta Cáceres (asesinada el 3 de marzo, un día antes de su cumpleaños 45), la cuenta su menuda y delgadísima hija.
Berta, nacida el 24 de septiembre de 1990, hace 25 años, dice que le cuesta trabajo engordar, pero que ha perdido más libras en el último mes. “Mi mami bromeaba y siempre decía que no iba a cumplir 50 años. Me quedé después asombrada de su misma premonición”, dice templadamente la joven en un hotel de Ciudad de Guatemala, tras clausurar una conferencia de la oenegé Impunity Rights Watch, el 31 de marzo.
“Encontrar autores materiales es fácil, pagar un sicario es muy fácil, pero lo que queremos es saber quién está detrás”, añade. Su familia denuncia vínculos entre el gobierno y la empresa de la hidroeléctrica.
Si la broma de la madre fue macabra, la entereza de la hija es estremecedora: “Todo el movimiento social piensa que si ya se atrevieron a matarla a ella, que era una lideresa, Honduras se va a convertir en un infierno. Se confirma que el descaro es muy grande. Lo que ha hecho (el Gobierno) lo hace por presión internacional, no por justicia. El día que la mataron dije: ‘ahora hay que hacer muchas cosas”.
Honduras es el país en el que un día cualquiera, como el 4 de abril de 2016 –como pasaba en Guatemala hace diez años–, es portada en los medios que un grupo de oficiales de la cúpula de la Policía Nacional podría estar vinculado con el asesinato del director de Lucha Contra el Narcotráfico (DLCN). Un país con escuadrones de la muerte en 2016. “Los escuadrones han sido denunciados muchas veces; son parte de la deformación de las fuerzas represivas que perpetran los intereses de los poderosos”, dice por mensaje dos días después del primer mes tras la muerte de su madre, desde Honduras, mientras posterga el segundo semestre de su maestría en estudios latinoamericanos en la UNAM, en Ciudad de México.
“Llega un momento en que uno se enferma de estar en ese país. Yo lucho, pero fui buscando la maestría por la misma hostilidad que yo sentía”, dice Berta Zúniga, que asume que, de sus cuatro hermanos, será quien encabece la lucha, porque dos siguen estudiando y ella ya obtuvo su licenciatura en Educación y es la que más cerca ha estado en los últimos años a Copinh, sin tener un cargo dentro de la asociación.
El testamento y el seguro
– Voy a hacer mi testamento, pónganse de acuerdo.
– Eso es absurdo, por qué.
– Ustedes qué saben. Uno se puede morir si no por esta lucha, por otra cosa.
Esta recreación de una conversación de 2015 entre Berta Cáceres y sus hijos evidencia que la líder comunitaria, premio Goldman (el nobel del activismo ambiental), tenía claro que vivía en peligro. “Nunca supe si hizo el testamento”, dice Zúniga. “También se hizo un seguro de vida”, añade mientras juega con su pelo.
De pequeños, los hermanos Olivia, Berta, Laura y Salva Zúniga Cáceres hacían manifestaciones por los derechos de los niños en su casa; dibujaban murales sobre la explotación en la sede de Copinh; jugaban con niños garífunas. Vivían bajo una fuerte influencia del movimiento contestatario latinoamericano: guevarista, martinista, bolivariano. “Lo normal en una familia revolucionaria”. Lo normal.
“Sabíamos que eran distintos, teníamos choque cultural, pero mi madre procuraba resolver el conflicto”, recuerda Berta Zúniga, que apenas usa el cuaderno que tiene en la mesa, del que dice que pensaba usarlo si las preguntas eran muy largas.
La resolución del conflicto fue a puro encuentro: encuentro con ese mundo indígena que su madre les presentaba, al tiempo que iban a escuelas mestizas. “Eran escuelas bastante racistas; veíamos verticalismo, machismo, autoritarismo… En esa contradicción fuimos sensibilizándonos”, dice la hija de una mujer que era cercana a la teología de la liberación y a la cosmovisión maya.
Después, los hijos de Cáceres, que apenas se llevan un año de diferencia, fraguaron su aprendizaje en las escuelas de educación popular: centros de formación antisistema, anticapitalista y antipatriarcal. Así, dice, fue más fácil tener conciencia política fuerte: “En medio del conflicto y el hostigamiento, ella nunca nos aisló de la lucha; nos exigía que participáramos desde nuestras capacidades”.
Preparada para la muerte
Menos de un mes después de su muerte, la habilidad que tiene de hablar en pretérito de su madre da la impresión de que Berta Zúniga ha sido preparada para las ausencias. Y ella admite que no es una impresión. La hija de Salvador Zúniga y Cáceres, ambos fundadores de Copinh y separados desde finales de los noventa, es fruto de dos personas muy activas políticamente. De niña le marcó la ocasión en que metieron a su papá en prisión por participar en el derribo de una estatua de Cristobal Colón, tras una movilización por los 500 años de colonización española.
“Ella y papá nos hicieron conscientes de que si algo malo pasaba, era una posibilidad. Vivimos en un país sumamente agresivo, donde ya hemos presenciado muertes en el movimiento social. Ella no concebía que habláramos de salvar el mundo y que no hiciéramos nada”. Berta Zúniga vive en México, Laura estudia Obstetricia y Salva, medicina, en Buenos Aires. Olivia es la única que vive en La Esperanza. Como Mamá Bertha.
El día que se despidieron del cadáver de su mamá, Berta fue la primera en ver el ataúd. Después, se reunió con sus hermanos para hablar, solían hacerlo con su mamá. “Dijimos: de alguna manera a nosotros nos la quitaron, si a nosotros nos dolió, también les va a doler a ellos. No en sentido de venganza, si no de buscar justicia”.
Sin ningún tipo de información oficial, Berta recuerda que su madre fue a buscar información de la hidroeléctrica DESA al Registro de Comercio una semana antes de su muerte. Por ser una sociedad anónima, no se la dieron. Realmente no saben quiénes son los directivos de la compañía. A estas alturas, el MP tiene dos líneas de investigación: crimen pasional o asesinato por disputas de poder a lo interno de Copinh. Nada de un asesinato político por ser una activista, líder ambiental y social.
“El interés de acabar con la vida de ella era de en de todos los proyectos que se desarrollan en la zona”, acusa su hija. “Tenemos claridad de intereses que tenían en desaparecer a mi mami. Pero siempre pensamos que iba a ser muy tonto por parte de la empresa asesinarla, pero ahora vemos que buscaban descabezar el movimiento social y el proyecto sigue construyéndose”, dice la voz que hereda la voz de Berta Cáceres.
El Aleph /
Hay muchos títulos para esta nota y el que le pusieron es el menos afortunado. En todo caso llamarle ANTE AMENAZAS CONSTANTES, BERTA ERA CONSCIENTE DEL RIESGO QUE CORRÍA. Bertita Zúñiga, mis respetos para ti y para toda tu familia, me quito el sombrero.
Mario /
Todo mi respeto y admiración para Berta hija. Tenés que saber que en Honduras hay mucha gente que apoya la lucha del pueblo lenca, y que repudiamos completamente el crimen de tu madre.
Raul Valdivia /
La mamá de Berta Cáceres se llama Autraberta, es la primer y única mujer alcaldesa de La Esperanza, Intibucá, del 82, 85 y 98, fue regidora y diputada suplente del Congreso Nacional en 1998, donde introdujo la moción parea que Honduras ratificara el acuerdo 169 de la OIT que establece que ante cualquier proyecto en pueblo indígena debe haber una consulta previa abierta e informada, presionando su aprobación con el apoyo de la masa mobilizadora de Berta y del COPINH. No entiendo el nombre porqué sale así y porqué comienza este artículo así.
Mari /
Una voz energica y coherente...gracias por la nota
Carlos E. Martinez /
Nunca acallar las voces
Desolador y esperanzador a partes iguales.
claudia pinzon /
Gracias Elsa!
Daniel /
Es un ejemplo que no se debe quedar en el olvido. Una voz en vida y una familia a quien apoyar. Que toda latinoamerica conozca, aprenda y valore su lucha y la de su familia. fuerza y coraje