Quisiera hacer énfasis en tres puntos relacionados. Primero, aún y cuando el tono de la administración de Trump es notablemente abrasivo, su interés en cumplimiento estricto de los controles fronterizos y las deportaciones reflejan un patrón histórico de la política migratoria de los EEUU. Es más, sin importar lo que pueda decir o hacer la administración, es relativamente poco lo que puede hacer Guatemala para influenciar el tenor de la política migratoria de los Estados Unidos. Segundo, el retorno de los deportados crea enormes desafíos y riesgos para la economía, sociedad y seguridad guatemaltecas. Tercero y último, aunque estos riesgos son reales y graves, la capacidad de aprovechar el enorme potencial de los migrantes que regresan puede mitigar los daños y riesgos potenciales y transformarlos en oportunidades.
La deportación ciertamente no es un fenómeno nuevo. Durante todo el tiempo que los guatemaltecos han emigrado hacia el norte y especialmente cuando lo han hecho en olas, los Estados Unidos ha reaccionado haciendo valer fuertemente su derecho soberano de controlar sus fronteras. Los políticos en los EEUU han perseguido políticas dirigidas a hacer más estricto el cumplimiento fronterizo. Éstas típicamente se traducen en rechazar a personas que llegan a los cruces de las fronteras y sacar por la fuerza a los guatemaltecos que viven sin papeles legales en los Estados Unidos.
Contrario a las percepciones populares, un examen retrospectivo de la historia de la política migratoria de los Estados Unidos resalta su tinte bipartisano. Demócratas y republicanos por igual, han promulgado políticas de cumplimiento de corte duro, que contienen un alto cociente de deportación. Sólo se necesita revisar las últimas tres presidencias para fundamentar este argumento. Las administraciones de Bill Clinton, un demócrata, George W. Bush, un republicano y Barak Obama, un demócrata, resaltan similitudes claves en enfoque. Clinton introdujo el detenimiento como una política clave de cumplimiento de migración, Bush se hizo famoso por realizar redadas masivas en lugares de trabajo y Obama sobresale por mandar de vuelta a recién llegados y por básicamente extender la frontera de los Estados Unidos hasta el sur de México.
Los inmigrantes en los Estados Unidos tienden a reconocer esta dimensión. La consistencia percibida en las políticas de los EEUU de las últimas varias décadas templó un poco el pánico que muchos inmigrantes sintieron cuando evaluaban el prospecto de una victoria de Trump durante los últimos días acercándose a las elecciones.
Se me vienen dos ejemplos a la mente. En octubre del 2016, mientras esperaba abordar un vuelo de Guatemala hacia Atlanta, conversé con una guatemalteca que había obtenido la residencia permanente en los Estados Unidos, pero cuyos amigos y comunidad eran mayoritariamente guatemaltecos y salvadoreños indocumentados. Le pregunté cómo evaluaban las elecciones de los EEUU sus parientes y vecinos. Tomándome por sorpresa, ella me explicó que, como evangélica, no podía apoyar a Clinton debido a su posición pro aborto. En cuanto a la política migratoria y el destino de los inmigrantes no autorizados, ella argumentó que su comunidad estaba escéptica. Ellos no creían verdaderamente que una administración de Trump o de Clinton fueran a ser tan diferentes una de la otra cuando se tratara de políticas de inmigración. Apunté sus palabras: “Trump habla mucho acerca de cómo va a deportar a todos los inmigrantes sin papeles. Pero uno tiene que decir que no sabemos cuál sería la política de Clinton. Si te recuerdas, ella estaba a favor de enviar de vuelta a casa a los niños centroamericanos que viajaran sin compañía; su jefe deportó a tantos inmigrantes. ¿Realmente hace diferencia quién sea Presidente?”
Unos días después de las elecciones, me reuní con un activista guatemalteco no autorizado y un amigo en una cafetería en Los Ángeles. Esperando encontrarlo en un estado de pánico, llegué preparada para consolarlo y subirle el ánimo. Para mi sorpresa, él estaba mucho más calmado y compuesto que yo. Confesó haber votado por Jill Stein, porque ella era la candidata más progresista y enfatizó que no miraba muchas luces entre Clinton o Trump en cuanto a política migratoria. Recordándome del apodo de Obama como “Deportador en Jefe”, dudó que fuera a haber un mar de cambios en la política migratoria bajo una administración de Trump. “Y si lo hay, lucharemos en contra”, concluyó desafiante.
Obviamente, nunca sabremos si Clinton se hubiera acercado a la política migratoria con un toque más suave, pero los primeros cien días de la administración de Trump señalan su convicción de llevar a cabo su visión de “la fortaleza América”. La promesa de Trump de construir una pared ha sido retrasada temporalmente por presiones de aprobar un presupuesto que mantenga abierto el gobierno, pero su administración continúa comprometida con un enfoque de línea dura que podría robarle a Obama su apodo de Deportador en Jefe. La lista de crímenes por los cuales los inmigrantes son susceptibles ahora de ser deportados se ha expandido. Ya no son sólo los individuos que han cometido crímenes serios los que son perseguidos para ser deportados, sino violaciones menores — como manejar en estado de ebriedad o utilizar papeles de identificación falsos — son cada vez más considerados como causa suficiente para la deportación.
Podríamos debatir la justicia de las políticas de Trump hasta quedarnos sin aliento. Pero tomando en cuenta la relativa poca influencia que un país como Guatemala tiene sobre la formulación de la política de los EEUU, es más importante para Guatemala, como un país de destino para deportados, que reconozca los desafíos y riesgos que se le vienen encima y a la vez tome ventaja de las oportunidades que presentan los migrantes que regresan para el país.
Regresando a mi segundo punto, los desafíos y riesgos de las deportaciones masivas son graves y sustanciales.
Los desafíos económicos se avizoran enormes. Durante mucho tiempo, la emigración ha servido como una válvula de escape que le quita la responsabilidad al Estado de Guatemala de tener que realizar las reformas equitativas y sostenibles de desarrollo que servirían para aliviar la pobreza extensa que afecta algo entre las dos terceras partes y las tres cuartas partes de la población guatemalteca y que está mayormente concentrada en las comunidades indígenas rurales. Las remesas que les proveen los inmigrantes a sus familias y comunidades reducen aún más la responsabilidad del Estado de Guatemala. Los inmigrantes sustituyen al Estado en el sentido que envían dinero a sus casas que le permite a sus familiares enfrentarse con sus necesidades de subsistencia, a niños a ir a la escuela, provee fondos para la construcción de vivienda decente y ayuda a familias a abrir negocios locales.
Una imagen de Snapchat tomada hoy daría la falsa impresión que las remesas van a continuar jugando su papel de válvula de escape económica y que continuarán siendo el contribuyente principal al PIB del país. Los estimados sugieren que más de US$1 millardo fue repatriado sólo en enero del 2017, aproximadamente el doble del promedio mensual generado durante el 2016.
Pero justo al igual que en Snapchat, la imagen va a desaparecer pronto de la pantalla. Inmigrantes sabios y nerviosos que temen que sus días en los Estados Unidos bien puedan estar contados, son los que están repatriando ese dinero. Una vez detenidos, ya no tienen acceso a los ahorros que han ido reuniendo con mucho esfuerzo durante años. La repatriación en masa deja poco en el banco qué enviar en el futuro y los nuevos que van llegando que son detenidos cada vez más y deportados, no tienen ahorros de qué hablar.
Los inmigrantes que han pasado años trabajando y ahorrando en los Estados Unidos están inseguros acerca de qué hacer con sus ahorros. Aunque el sistema bancario continúa siendo una fuente de corrupción, es mucho más robusto que lo que la memoria de los inmigrantes le da crédito. Aquellos que se fueron en los 2000´s o antes miran el sistema como débil, recordando bancos incipientes y fallidos. Desconfían de poner sus ahorros ganados con tanto esfuerzo en bancos locales y eso a la vez limita su acceso a créditos bancarios. Así como me lo mencionó un inmigrante: “No sé qué hacer con estos fondos. ¿Los escondo en la casa? ¿Qué pasa si los meto en un banco? Probablemente pierda todo; Guatemala no es como los Estados Unidos.”
Las dinámicas sociales y culturales presentan un desafío adicional a la reintegración migratoria. Los migrantes que regresan tienden a estar desorientados cultural y socialmente al regresar a casa. Ellos han sido separados de una sociedad y de una vida en los Estados Unidos en las que estaban integrados, aún y cuando fuera en las sombras. Aquéllos que han pasado décadas en los Estados Unidos se ven significativamente transformados por sus experiencias. Ya no son granjeros indígenas peones que viven en caseríos rurales remotos, arrancando una existencia de subsistencia. Muchos han vivido en pequeñas ciudades de los EEUU. Aunque pueda que hayan pasado años recolectando fruta y uvas, esto no se parece en nada a sus lotes rurales y las granjas de arándanos de Oregón y los viñedos de Napa están muy lejos de los pequeños lotes de tierra que alguna vez cultivaron y las plantaciones en las que trabajaron como peones itinerantes.
Muchos también han pasado años viviendo en ciudades ocupadas y cosmopolitas de los EEUU. Estos inmigrantes se han convertido en cosmopolitas a su vez. Están acostumbrados a interactuar con diversas nacionalidades, a comer comida étnica, a navegar sistemas de transporte complejos y a estar conectados con eventos globales.
Irónicamente, aún y cuando viven a la sombra de la ley, ellos reconocen y aprecian los beneficios de una sociedad, como la de los Estados Unidos, en donde los ciudadanos y el Estado se sujetan a reglas y leyes. Recuerdo de forma vívida trabajar en un caso de asilo hace unos años en el que el miedo más grande del solicitante era ser deportado a una sociedad sin leyes en la que no se podía confiar en la policía y en la que el crimen era generalizado. “Allá no es como aquí, eso es lo que más me asusta. No existe imperio de la ley.” “Pero”, le presioné, “la ley no te protege a ti, ¿no?” “No en todo”, contestó, “pero aún así se siente más seguro.”
Así, la deportación hace una mella psicológica grave. Los que regresan son separados de las familias, amigos y comunidades que han construido en los Estados Unidos. La experiencia de la deportación es aún peor por el sentimiento de abandono que muchos sienten cuando regresan, la escasez de servicios de saludo mental en Guatemala y el estigma generalizado sobre los que sufren padecimientos psicológicos. La experiencia y habilidades que adquieren en los Estados Unidos son devaluadas — es difícil obtener certificación por la educación que hayan completado o por experiencia laboral que hayan obtenido en los Estados Unidos.
Acerca de mi tercer punto, estos riesgos pueden ser mitigados y convertidos en oportunidades. Los deportados, la sociedad guatemalteca, el Estado y la comunidad internacional debe reconocer el enorme potencial que traen de regreso los migrantes a sus países de origen. Se necesitan políticas y programas que aprovechen los abundantes recursos que traen consigo los migrantes que regresan a sus países. Los inmigrantes traen un vasto despliegue de experiencia laboral. Para nombrar sólo algunas: agricultura, en donde han sido expuestos al cultivo de diferentes plantas con técnicas sofisticadas; la industria de la construcción, en donde frecuentemente han ganado experiencia valiosa en la renovación de casas como parte del proceso de gentrificación; y en el sector de servicio, en donde han trabajado en hoteles como porteros o atendiendo el mostrador y en restaurantes como lavaplatos, meseros y chefs en una vasta cantidad de restaurantes que sirven comida étnica poco conocida en Guatemala.
Muchas de estas destrezas son escasas en Guatemala. Con apoyo en forma de créditos y certificaciones, para empezar, los inmigrantes que regresan tienen el potencial de contribuir grandemente al desarrollo de sus sociedades. La infraestructura de turismo en Guatemala es muy deficiente — ¿por qué no encontrar formas de desatar el potencias de los migrantes que regresan y que traen años de experiencia?
Sin ánimo de minimizar los riesgos a la seguridad, los migrantes que regresan también tienen el potencial de empujar los esfuerzos por construir una sociedad guatemalteca gobernada por el imperio de la ley. Tal y como he descubierto a través de mi trabajo con los que buscan asilo, los guatemaltecos que han vivido en los Estados Unidos son propulsores fuertes de una sociedad que provee seguridad ciudadana, en la que prevalecen las reglas y en la que la policía protege en vez de ataca a los ciudadanos. Me hablan de un deseo de dar de regresa — me dicen que cuando sí regresen verán a Guatemala de forma diferente y lucharán por un cambio social y político.
Ha llegado el momento. ¿Por qué no poner a prueba su compromiso? En vez de ver a los inmigrantes como pasto para el crimen organizado, ¿por qué no agregarlos como aliados que apoyan la transparencia, la legalidad y que pueden tener ideas acerca de las formas de construir el tipo de sociedad a la cual han aspirado desde hace tanto los guatemaltecos?
Desarrollar iniciativas que involucren a los migrantes que regresan en el desarrollo y la democratización no requiere que se reinvente la rueda. La belleza radica en que ese plan ya existe; estos son los objetivos fundamentales de la Alianza por la Prosperidad (Alliance for Prosperity). Lo que se necesita es una mano que dé la bienvenida, combinado con una buena dosis de voluntad política, compromiso social y un esfuerzo sostenido de conexión colaborativa entre los migrantes que regresan y sus comunidades, las élites guatemaltecas, los actores del Estado y los socios internacionales en un esfuerzo común por construir la Guatemala más próspera y justa. Exactamente el tipo de Guatemala que tendría una verdadera oportunidad de cortar el ciclo de migración.
George o georgina /
Con el debido respeto creo que el articulo-opinion tiene mucha retorica, pudo haber sido mas condensado y a puntos mas importantes que el sentimiento fatalista migrante; la investigadora se queda corta al tratar a profundidad el tema de la exclusion, el clasismo, el racismo, la explulsion de esta gente de sus areas territoriales; lo que la clase pudiente, dueña del Estado, quiere es que la mayoria de los nacionales se larguen de sus territorios, para ampliar su territorios de monocultivo, y estos, al ser echados, si les va bien llegan a los EUA, si no serán parte de la periferia de las ciudades en Guatemala, y el gobierno del Estado le viene del norte si esta gente tiene que comer, donde dormir y mucho menos si va a ir a la escuela; de todas maneras son carne de cañon para las mafias, compuestas las mafias, por los politicos, militares y los cacifes. Hay tanto que hablar sobre esto que me quedo corto aqui.
Maribel Pacheco /
Buenas dosis de la realidad de los migrantes, en verdad es difícil pensar en lo que pasan los guatemaltecos migrantes allá pero alegra ver el desarrollo y la lucha que hacen todos los días por salir adelante es necesario que lo poco que se pueda hacer desde el gobierno local se haga.