Como sucedió aquí, en Honduras se destapó un grave caso de corrupción en la administración del seguro social. Al igual que en nuestro país, las demandas sociales incluyen la dimisión de un debilitado presidente cuya participación en la depredación del Estado es incuestionable. Y como en Guatemala, el presidente, a pesar de su bajísimo nivel de aceptación social, se aferra al puesto.
Las similitudes de estas manifestaciones simultáneas no son solamente de interés académico. Nos ofrecen además la oportunidad de vislumbrar un nuevo capítulo en la historia común de nuestra región. Me refiero a la posibilidad de forjar un proceso de integración social en Centroamérica; es decir, de crear alianzas entre los movimientos sociales del istmo. Tal proceso serviría como complemento a la integración económica que se ha venido gestando durante las últimas dos décadas. Porque, como explica Alex Segovia en su libro Integración Real y Grupos de Poder Económico en América Central, la expansión regional de los grandes grupos económicos ha avanzado rápidamente desde principios de los años 90. Sin embargo, esta expansión empresarial no ha ido acompañada de un contrapeso político o social.
Por varias razones, el momento actual es particularmente prometedor para comenzar a construir un movimiento social de alcance regional. Más allá de la desazón colectiva con el sistema político, en los países del istmo están surgiendo nuevas voces que auguran un recambio generacional. Líderes universitarios, indígenas, campesinos, migrantes, cooperativistas y de la clase media urbana comienzan a despuntar.
Partícipes de una experiencia colectiva similar, marcada por la violencia, las políticas de seguridad represivas, la falta de empleo digno y la migración a Estados Unidos, estas nuevas voces ya no sugieren, sino que demandan, cambios de fondo. Conectados por las nuevas tecnologías de la información, su capacidad de coordinación y colaboración a nivel regional se puede ver sustancialmente magnificada.
La regeneración de la propuesta social va de la mano con una diversificación económica que está poniendo a prueba las estructuras políticas. Creadas en los 90, estas estructuras son cada vez menos representativas del sentir popular. Por ello es que, con un poder económico al alza, algunos de los nuevos actores buscan incidir en un sistema que tradicionalmente los ha excluido. Pero los diques y murallas de la estructura política tradicional han logrado, hasta ahora, resistir la presión. La organización a nivel regional puede ser un mecanismo efectivo para sobreponerse a estas barreras.
Una integración regional como la que propongo ofrece oportunidades en al menos dos áreas. Por un lado, podemos concebir un proceso de aprendizaje y diseminación en que las estrategias de protesta, movilización e incidencia creadas en un país de la región se difunden al resto. Existe ya cierta experiencia de organización de este tipo, sobre la base de alianzas laborales transnacionales. Pero estos casos, ligados al sector de la maquila, normalmente han involucrado a sindicatos locales participando en campañas de boicot organizadas por las confederaciones sindicales de Estados Unidos. Sus objetivos han sido relativamente estrechos, enfocados en mejorar las condiciones en una o dos empresas de la región.
En el escenario actual, la organización, el enfoque y los objetivos serían distintos. La base debe incluir a una mayor cantidad de nuevos actores sociales, no solo al debilitado movimiento sindical. El ímpetu provendría de las organizaciones de la región, no de Estados Unidos. Las alianzas se orientarían a cultivar un repertorio de estrategias de movilización e incidencia, con una idea clara de las condiciones ideales para utilizar una u otra estrategia. Estas estrategias, además, buscarían tener un impacto no sólo en el plano económico (es decir, en un pequeño número de empresas), sino también en la política local y regional.
Es en ésta área de incidencia política que la integración social ofrece su segunda gran oportunidad: la posibilidad de magnificar el poder de los nuevos actores. Porque no sólo con la elaboración de nuevas estrategias de movilización e incidencia se va a tener un impacto político. También se requiere una base organizacional amplia para hacerle contrapeso a los actores de poder tradicionales. Hasta ahora, los nuevos actores sociales se han mantenido relativamente fragmentados; sus luchas han sido muy localizadas. Bajo un esquema de integración social, su unificación y coordinación conjunta incrementaría sustancialmente su poder de incidencia. La colaboración en la propuesta ampliaría sus fuentes de apoyo.
En sistemas en que las decisiones trascendentales han recaído, por décadas, sobre las cámaras empresariales, las fuerzas armadas, las iglesias y la Embajada de Estados Unidos, la unión en un bloque regional no sólo reconstituiría el tablero político (especialmente si consideramos el menguante poder de algunos de los actores tradicionales). También sentaría las bases para crear un futuro distinto.
Por ello, es hora de mirar más allá de nuestras fronteras y luchar no solamente por la #JusticiaYa en nuestro país. Es hora de un movimiento de #JusticiaYa regional.
El plan para la prosperidad tiene como fin, integrar al triángulo Norte a Norteamérica. Por seguridad, inmigraciones y recursos. El agua en California (6 economía del mundo) esta escaseando a niveles record. Etc etc.