(1/5) Árbenz, el más franco de los pro comunistas
(2/5) Cómo EE.UU. convirtió al comunismo en un demonio
(3/5) El complot de EE.UU. contra la reforma agraria de Árbenz (pero no contra otras)
Los agentes que se unieron mientras Allen era director sentían la emoción de estar enzarzándose en una gran cruzada. Uno de ellos lo recordó medio siglo después:
El reclutador de la CIA le preguntó al presidente de mi universidad si había estudiantes que podrían estar interesados en la CIA para hacer carrera. El presidente seleccionó a varios estudiantes de ciencias políticas y a mí, un estudiantes de inglés. Estoy seguro que me seleccionó porque sabía que yo era un maldito hijo de puta. Antes de convertirme en presidente del estudiantado en mi tercer año, yo había estado involucrado en toda clase de escándalos, lo cual continuó en alguna medida incluso después de convertirme en presidente. No había ninguna otra razón. No había leído un periódico en años, estando metido de lleno en la lectura de escritores como Chaucer, Milton, Shakespeare, y Yeats. No tenía idea de qué era la CIA. Yo era, sin embargo, un cadete de la ROTC de la fuerza aérea, lo cual significaba que tenía una obligación de trabajar en la fuerza aérea luego de graduarme. El reclutador me impresionó, y decidí unirme, pero el compromiso de tres años era un obstáculo. Cuando el reclutador me dijo que me liberaría de mi compromiso con ROTC a medio camino, le di el saludo militar y le dije que estaba listo. Todo resultó de la forma en que lo había prometido.
La gente en la academia que guiaba a gente hacia la CIA estaba convencida de que llevaba a cabo una función patriótica. Las universidades del Ivy League eran famosas en este aspecto. Casi cada universidad tenía un contacto que ayudaba a “identificar” posibles reclutas para la CIA. Desde el momento de ser reclutado te sentías un poco especial, quizás porque te decían constantemente que eras especial y estabas haciendo cosas especiales para tu país…”
Todos lo veneraban [a Allen]. Se le consideraba el padre de toda la organización. Era Dios. Una de las primeras cosas que se nos dijo fue que la CIA no era una organización militar y que no se esperaba que dijeras “Señor” o hicieras el saludo militar. La única persona por la que te tenías que poner de pie era Allen Dulles. Se le llamaba “Sr. Director” y “Señor”.
Era conocido por pasar mucho tiempo con los jefes de estación, uno por uno, cuando regresaban al cuartel general, discutiendo lo que sucedía en sus países. Su experiencia en Suiza se trataba de eso: contacto lento, silencioso, personal. Era muy bueno para eso. Siempre insistía en una relación personal con sus jefes de estación. No creo que haya sido capaz de administrar una organización internacional grande, que fue en lo que la agencia se convirtió durante su mandato. Al menos no lo parecería, dado lo mal que resultó la operación Bahía de Cochinos.
Tenía otra característica entrañable: cuando tenía que ser informado sobre un caso operacional, insistía en que el oficial directamente a cargo de la operación estuviera presente, sin importar cuan bajo fuera su rango. Dulles quería tener acceso a los detalles operacionales, y temía que serían obviados, deliberadamente o por ignorancia, si oficiales de mayor rango daban el informe. Naturalmente, los oficiales de menor rango apreciaban esta actitud. Era un tipo muy callado y de voz suave, nada locuaz ni escandaloso. Era en gran medida un caballero del Eastern Establishment. Aunque no fuera una persona terriblemente cautivadora, todos estábamos prendidos de cada palabra suya. Se encontraba absolutamente tranquilo, como si no tuviera necesidad de explicarse o impresionarte.
Como otros reclutas, este joven fue enviado a entrenamiento en un extenso campamento que puede haber sido la más grande y sofisticada escuela de espías del mundo. Ubicada en una reserva militar de nueve mil hectáreas llamada oficialmente Camp Peary, cerca de Williamsburg, Virginia, en la agencia se le conocía simple, y incluso afectuosamente, como “la granja”. Durante la Segunda Guerra Mundial había sido utilizada como base de entrenamiento para los Navy Seabees, luego como una cárcel secreta para prisioneros de guerra. Durante unos años después fue una reserva forestal. La CIA la tomó en 1951, y en pocos años Allen la había transformado en un centro para el estudio avanzado de las artes negras. Aquí, futuros agentes aprendían cómo usar disfraces, abrir cerraduras, ingresar a edificios de alta seguridad, infiltrar aparatos de escucha, usar tinta invisible, y abrir y resellar cartas y paquetes subrepticiamente. Luego se graduaban a técnicas de cruces ilegales de frontera, que practicaban en montajes a escala de cruces de frontera entre países de Europa oriental y occidental, con todo y “guardias” armados y perros de caza. Aprendieron cómo reclutar a informantes y supervisar su trabajo. A la mayoría se les enseñó habilidades paramilitares, desde salto de paracaídas hasta el uso de explosivos y armas cortas. En viajes a la cercana Richmond, practicaban técnicas urbanas, tales como pasar mensajes y eludir la vigilancia. Algunos fueron sometidos a presiones extremas, como la privación de sueño y ejecuciones fingidas.
Varios de los graduados de “la granja” llegaron a unirse a la Office of Policy Coordination [Oficina de Coordinación de Políticas], que de acuerdo a uno de sus antiguos oficiales, Joseph Burkholder Smith, “era un nombre falso que escondía el hecho de que las misiones reales de la oficina eran la guerra psicológica encubierta, los actos políticos encubiertos, y los actos militares encubiertos”. En sus memorias, Portrait of a Cold War, Smith recuerda lo que un oficial con el que se reportaba le dijo a él y a otros nuevos reclutas cuando fueron contratados.
“Acaban de unirse al brazo de la guerra fría de EEUU”, dijo el oficial. “En este departamento no estamos en el negocio de inteligencia. Somos uno de los brazos de acción ejecutiva de la Casa Blanca. Algunos nos llaman el departamento de “trucos sucios”, pero esa es una descripción demasiado superficial. Lo que hacemos es llevar a cabo la política exterior encubierta del gobierno de EEUU. Obviamente no podemos dejar que ni los soviéticos, ni los chinos, ni nadie más sepa que éste es el caso, pero todo lo que hacemos está autorizado por el propio Consejo de Seguridad Nacional del presidente, y organizacionalmente hablando, nuestra línea de mando pasa a través del CSN y directamente al presidente.
Mientras el poder de Allen llegaba a su cúspide, se enfrentó con las primeras críticas desde el congreso. En un discurso dirigido a un senado que un reportero describió como “callado y atento”, Mike Mansfield expresó la crítica pública a la CIA más fuerte que se había escuchado hasta la fecha en Washington. Ya que la agencia estaba “librada de prácticamente cualquier forma ordinaria de revisión por parte del Congreso”, dijo Mansfield, nadie podía estar seguro de que estaba “quedándose dentro de los límites establecidos por la ley” o “excediéndolos para convertirse en un instrumento de ciertas políticas”. El presidente del Comité de Apropiaciones del congreso, el representante John Taber, quien de acuerdo con un historiador era por “naturaleza agresivo y sospechoso”, forzó a la CIA a responder a una larga serie de preguntas y convocó a Allen para que diera un testimonio extendido. Taber concluyó que la CIA era ineficiente y derrochadora, y congeló temporalmente las nuevas contrataciones. Mansfield llegó más lejos al proponer un proyecto de ley para crear una “comisión de observación” que supervisaría a la CIA, para la cual encontró a veintisiete copatrocinadores. Allen se resistió ferozmente. Con la ayuda de amigos en el senado—incluyendo a Leverett Saltonstall de Massachusetts, hogar de United Fruit—logró descarrilar el proyecto de ley.
En la primavera de 1954, EEUU probó una bomba de hidrógeno increíblemente poderosa en el atolón Bikini en el Pacífico; los comunistas vietnamitas liderados por Ho Chi Minh ganaron batallas decisivas en su guerra contra Francia; una “junta de la lealtad” en Washington interrogó al científico nuclear más famoso del país, J. Robert Oppenheimer, sobre cargos de que era un agente soviético; y miles de estadounidenses pudieron ver, en audiencias televisadas, las acusaciones del senador McCarthy sobre la supuesta infiltración de comunistas en el ejército de EEUU. Allen fue capaz de convencer al congreso de que éste no era momento de apretarle las riendas a la CIA.
“La CIA nunca ha tenido, antes de eso o desde entonces, más apoyo del Departamento de Estado, o, porque el secretario Dulles era tan poderoso, más libertad para infiltrarse en embajadas estadounidenses, consulados, y las oficinas de Servicios de Información de EEUU en países extranjeros”, ha escrito el biógrafo Leonard Mosley. “Tenía libertad total para llevar a cabo proyectos de enorme significado táctico o estratégico con poca o nula supervisión de sus gastos o de la naturaleza de sus actividades. En 1954, la CIA tenía cuatrocientos de sus agentes operando en Londres, controlados no solo por el jefe de estación local pero por un director residente, o representante superior, que se reportaba directamente con Allen Dulles…El Acto [de Seguridad Nacional] de 1947 había establecido al Consejo de Seguridad Nacional para supervisar las operaciones en que los muchos brazos de la agencia estaban ahora implicados, pero en los dos años desde que Allen había trabajado como director de la CIA, el Consejo no tenía control real sobre las actividades que ordenaba y aprobaba—actividades diversas, protegidas de la interferencia ajena por el ala fraternal de su hermano”.
A pesar de sus éxitos políticos, Allen se enfrentó con dificultades privadas. Aún tenía un matrimonio infeliz. Clover empezó a viajar por largos periodos. El libido legendario de Allen perdió poder; tuvo un amorío con una mujer que trabajaba con él, y quizás otras, pero ya no estaba al acecho con el mismo entusiasmo que alguna vez hubiera mostrado. A veces, los ataques de gota lo obligaban a descansar en cama. Las drogas que tomaba para su condición tenían efectos secundarios dolorosos. Sin embargo, su entusiasmo por el trabajo nunca decayó. Un reportero le preguntó una vez qué era la CIA.
“El departamento de estado para países poco amigables”, respondió.
La mayoría de los oficiales que Allen eligió para conducir su operación en Guatemala reflejaba la insularidad de la CIA en sus inicios. Venían de contextos de élite y estaban conectados entre sí a través de redes que incluían internados élite, universidades, programas universitarios de derecho, la Oficina de Servicios Estratégicos, bufetes de abogados y bancos de inversión de Wall Street, el Consejo de Relaciones Exteriores, y fiestas de coctel en la costa norte de Long Island en las que, de acuerdo a una versión, se tomaban cantidades “fenomenales” de alcohol. Allen liberó a estos hombres de lo que de otra forma hubieran sido vidas aburridas, y los trajo a un mundo incomparablemente emocionante. Se unieron a la CIA no para observar, reflexionar, analizar y ponderar, pero para conspirar, actuar, pelear, confrontar, atacar, y subvertir. La mayoría no hablaba español y jamás había puesto un pie en Guatemala.
El comandante de campo de PB/Success sería Albert Haney, previamente un hombre de negocios de Chicago que había liderado la estación de la CIA en Seúl y había dirigido incursiones paramilitares en Corea del Norte. El bien parecido y bienhablado Tracy Barnes, cuyo pedigrí incluía la Ivy League, la Oficina de Servicios Estratégicos, y el bufete de abogados Carter Ledyard & Milburn en Wall Street, dirigiría el aspecto crucial de guerra psicológica. Sus encargados de propaganda serían David Atlee Phillips, confiado con crear una falsa radio de “Voz de la liberación” que transmitiría desinformación a Guatemala, y el futuro ladrón de Watergate, E. Howard Hunt, quien produjo caricaturas anti-Árbenz, afiches, panfletos y artículos de periódico para usarse en Guatemala y en el resto de América Latina. Más arriba, la línea de mando continuaba hacia J. C. King, jefe de la división del hemisferio occidental; el director adjunto para planes, Frank Wisner; Richard Bissell, el asistente especial de Allen; y en la cúspide de la pirámide el mismo Allen.
Con su equipo encubierto listo, Allen tuvo que enfrentar un último problema de personal. El jefe de estación de la CIA en Guatemala, Birch O’Neill, se había mostrado reacio a plantar propaganda tendenciosa en la prensa local, no creía que la reforma agraria de Árbenz fuera comunista, y parecía, como ha escrito John Prados, “demasiado cauteloso como para ser parte de una intrépida operación encubierta”. A Allen le gustaba pensar que cada uno de sus jefes de estación sabía más sobre el país en el que trabajaba que cualquier otro estadounidense. O’Neill, sin embargo, no veía Guatemala de la misma forma en que lo hacía él. Siguiendo el patrón establecido cuando su hombre en Teherán se opuso al golpe contra Mossadegh, Allen quitó a O’Neill y lo reemplazó con un oficial que tenía menos experiencia pero era más obediente.
Mientras Allen se aseguraba de que su hombre en la escena cumpliera sus órdenes, Foster hacía lo mismo. El embajador estadounidense en Guatemala, Rudolf Schoenfeld, era intensamente anti-Árbenz pero también un diplomático profesional con treinta años en el servicio extranjero. Foster concluyó que titubearía a la hora de ayudar a derrocar un gobierno con el cual estaba acreditado. Lo reemplazó con John Peurifoy, quien en su breve estadía en el departamento de estado se había ganado una reputación como uno de los menos diplomáticos entre los diplomáticos estadounidenses.
Luego, Foster quitó a dos especialistas en América Latina que temía podrían dudar de la conspiración. El primero en irse fue John Moors Cabot, el subsecretario de estado para asuntos inter-americanos. Era un accionista de United Fruit y ferviente anti-comunista pero consideraba la situación guatemalteca “muy complicada”, porque “en América Latina se creía en gran medida que el gobierno de Guatemala era izquierdista, sí, pero no comunista”. Luego Foster reemplazó al embajador estadounidense en Honduras, John Draper Erwin, quien conocía el país de manera íntima, con Whiting Willauer, un veterano de operaciones aéreas clandestinas en China.
Una vez estuvo listo el equipo diplomático, Foster se puso a la tarea de conseguir algún tipo de autorización internacional para lo que él y Allen planeaban hacer—sin revelar explícitamente lo que aquello era. La Organización de Estados Americanos, que estaba basada en Washington y era bastante sumisa ante el gobierno de EEUU, había planeado un encuentro en Caracas, Venezuela, y él decidió asistir. En la sesión de más relieve, profirió un discurso dramático en el que advertía que América Latina se encontraba bajo ataque “del aparato del comunismo internacional, actuando bajo las órdenes de Moscú”.
“Hay mucho espacio para las diferencias nacionales y la tolerancia entre las instituciones políticas de distintos estados americanos”, dijo. “Pero no hay lugar aquí para intereses políticos que sirven aquellos de un amo extranjero”.
El jefe de la delegación guatemalteca, Guillermo Toriello, respondió que “conspiradores y los monopolios extranjeros que los apoyan” estaban atacando a su gobierno porque buscaba “ponerle un fin al feudalismo, colonialismo, y la injusta explotación de sus ciudadanos más pobres”. El New York Times reportó que el aplauso luego de su discurso duró el doble que el aplauso a Foster. Un delegado dijo a Time que Toriello “dijo muchas de las cosas que el resto de nosotros hubiéramos querido decir de habernos atrevido”.
Al final, el poder de EEUU, que Foster utilizó en una serie de reuniones privadas, resultó abrumador, y el 28 de marzo la OEA aprobó su resolución. Declaraba que “la dominación o control de las instituciones políticas de cualquier estado americano por parte del movimiento comunista internacional…requeriría de acciones apropiadas en acuerdo con los tratados existentes”.
La resolución de Caracas fue una obra maestra de destreza diplomática. Más adelante, Toriello se maravillaba de su ingenio.
“Pedirle a otras repúblicas americanas que tomaran acciones conjuntas en contra de Guatemala de cualquier otra manera hubiera parecido ser lo que realmente era: interferencia en los asuntos internos de una nación miembro, en clara violación de los principios básicos del sistema inter-americano”, escribió. “Felizmente para el Departamento de Estado, el talento del Sr. Dulles, tan exitosamente comprobado en varios triunfos diplomáticos en Europa y Asia, logró probar la cuadratura del círculo con una solución ingeniosa: para no ser acusados de intervenir, digamos que ha habido una intervención extranjera en una nación americana y que venimos en su ayuda. Llamémosle al odioso movimiento nacional-democrático en Guatemala una “intervención comunista” y, asegurando que solo nos mueve la gran tradición democrática de EEUU y la necesidad de salvar a la “civilización cristiana”, liberemos a ese país de esta agresión extranjera”.
PB/Success hubiera seguido su curso independientemente de la decisión de la OEA, pero la resolución de Caracas le concedió al complot una apariencia de legalidad. El Washington Post alabó la resolución como “una victoria contundente por la libertad”, y el New York Times la llamó “un triunfo para el Secretario Dulles, para los EEUU, y para el sentido común en el hemisferio occidental”. El presidente Eisenhower dijo en una conferencia de prensa que estaba “diseñada para proteger, y no para perjudicar, el derecho inalienable de cada estado americano de elegir libremente su propia forma de gobierno y de sistema económico”.
Mientras se acercaba la fecha de PB/Success, Allen visitó su base de operaciones, establecida en un complejo de hangares vacíos en una base de las fuerzas aéreas en Opa Locka, Florida. Todos estaban muy animados. Los pilotos contratados por la CIA se preparaban para llevar a cabo bombardeos sobre Guatemala. David Atlee Phillips estaba escribiendo guiones para la radio con el fin de convencer a los guatemaltecos de que una rebelión a gran escala estaba en marcha. Otros agentes estaban construyendo la leyenda alrededor de Carlos Castillo Armas, el coronel guatemalteco dado de baja a quien la CIA había elegido para comandar su “ejército fantasma”. Ésta era una de las bases más grandes que la CIA había construido. Allen estaba encantado.
“¡Continúen con el buen trabajo y háganlos pedazos!”
** El más franco de los pro-comunistas es el capítulo sobre Guatemala del nuevo libro The Brothers: John Foster Dulles, Allen Dulles y su secreta guerra mundial, del periodista Stephen Kinzer. La editorial Times Books autorizó la traducción y publicación de este capítulo en Nómada. Nómada y Rodrigo Fuentes lo publicarán en cinco entregas, cada viernes.
jaime /
Excelente trabajo, me gusta!!!
Amory Marroquin /
Exelente trabajo Nómada, pero ¿dónde esta la 5ta parte?
ANONIMO /
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ANONIMO /
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