Su instrumento en realidad no era el piano, sino era la orquesta. De hecho, muchas de sus composiciones eran un aporte colectivo, pero él estaba al frente de esa colectividad. Duke Ellington un incansable de la composición, que incluso escribía en papeles que encontraba cerca, fue hasta cierto punto un hombre normal, fumaba poco, vivía sin problemas ajeno al alcohol o las drogas (como cosa rara en esos tiempos). Lo suyo era la música. Lo suyo era probar una cosa y otra. Lo suyo era hacer del jazz un idioma quizá más sofisticado y al mismo tiempo popular. Este lunes 29 de abril, se conmemoran los 120 años de su natalicio y bien vale la pena recordar a esa persona que producía un sonido vital e innovador con la participación de todos sus músicos, y con lo que destacó en una carrera que duró más de 50 años.
De manera que no voy hablar acá de la cantidad de discos que grabó (se han lanzado cerca de 200), ni que estuvo casado cuatro veces, ni que era un hombre corpulento de 1.90 de estatura, ni que era admirado por Stravinsky y Miles Davis, ni tampoco de los premios que recibió como el premio Grammy (12 veces), el Pulitzer en 1999 en su centenario o el doctor honoris causa por parte de Berklee College of Music, entre muchos logros más.
Uno de los puntos que llama la atención es que él cuando componía lo que hacía era que su otro yo, Billy Strayhorn (compositor y/o arreglista) o cualquier integrante proponía un tema. Ellington la tocaba al piano. Luego entraba la sección rítmica. Después se incorporaban los metales. El saxofonista barítono Harry Carney o Johnny Hodges u otro improvisaban sobre el tema. Los metales le proporcionaban un movimiento de fondo. Y entonces Ellington escuchaba, tocaba con parsimonia las armonía, pensaba y de pronto sabía: esta pieza debe sonar así y de ninguna otra manera. Y si después se apuntaba en la partitura era solo para conservar lo que se había improvisado en ese momento.
Fue en 1953, durante los cuatro años que la orquesta de Ellington tocó en el club Kentucky cuando en ese juego se dio un paso importante, tanto en lo comercial como en lo musical. Fue cuando empezaron a producir la música jungle. Consistía en que los músicos se le unían en esos momentos de ensayo y composición para hacer lo que él hacía con la ayuda de efectos mudos y boquillas que gruñían y sonaban en una forma desacostumbrada. El sonido del gruñido que de ordinario se producía con un pistón de goma que se acercaba y se retiraba de la campana de la trompeta o el trombón, era descrito por su primeros testigos como originada por “un alma demente en los infiernos”.
Nadie supo cómo le hacían ni quien la inventó, lo cierto es que ante Ellington llegaron tres virtuosos con boquillas mudas y gruñidos, Charlie Irvis en el trombón, que utilizaba varios implementos para modificar su tono -como una lata vieja con el fondo aplastado como cono-. Según dice Ellington era “una cosa que quedó después de que tiró y destrozó una boquilla muda especial par ajustarse a un trombón y hacer que sonara como un saxofón”. Luego estaba el trompetista James Bubber Miley y Joe Sam (que sustituyó a Irvis). Con ellos conseguía que el resto gruñeran los pistones, pitaran los tenores, rechinaran las flautas y clarinetes, y así poder conseguir sonar bastante salvaje, como en una jungla. En otras palabras sus músicos le daban, como él les daba a ellos, tonalidades y frases musicales, y lo ayudaron a construir muchas de sus mejores composiciones. Era el perfecto ejemplo de la empatía musical en ambas direcciones.
Desde ahí, uno descubre que no le quitaba su impulso a los músicos, y en el fondo solo les ayudaba a desarrollar sus capacidades ocultas, y ese fue parte de su secreto. Porque también hay algo más. Barney Bigard saxofonista y clarinetista comentó en su momento que Ellington hacía arreglos en forma incorrecta en el papel “porque escribía horrible”. “Colocaba las cuerdas en forma extraña, le daba a otro instrumento la parte que era común para el clarinete como, más tarde, solía asignar como instrumento principal el saxofón barítono que Harry Carney ejecutaba en el Cotton Club para darle más variedad al sonido de la banda. Trucos como éste eran los que, junto con el sonido mudo y los gruñidos de los metales, hacían tan distinta la música de Ellington”. Y es que lo que buscaba y nadie comprendió sino hasta después era que Ellington hacía que la composición encajara en la personalidad tonal del músico. De ahí los cambios.
Ellington comentó una vez: “Nosotros llegamos con un estilo nuevo. Nuestra ejecución era pura, salvaje y tensa. Esa era la forma en que nuestros chicos tenían que tocar y así lo planeábamos. Le poníamos a nuestra música el sentimiento y el espíritu negro. No eramos los primeros que lo hacían, pero quizá le agregábamos algo más”.
Y ese algo más fue exitoso, era lo que muchos desconocían de este hombre amante de la comida china y los huevos con jamón. Hoy se recuerda aquella anécdota que contó Paul Whiteman y su arreglista Fierde Grofé y es que durante una época, noche tras noche iban al club en la que tocaba la orquesta de Ellington, porque querían imitar algunos de los sonidos típicos de ella, por fin se resignaron: “No se le puede robar nada”. Sí, porque hay que recordar que su instrumento no era el piano, era la orquesta y su espíritu.
Vulpes Zerda /
Duke Ellington, sin duda uno de los grandes maestros... ¡Jeep's blues, una obra magistral!
Miguel /
Bien Jorge,