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Una noche de ópera, artistas desprotegidos y amor sin final feliz

Con sala llena, se presentó en Guatemala la ópera La Bohéme de Giacomo Puccini. Una obra en cuatro actos que aborda el amor, la juventud y la soledad desde una perspectiva que mezcla lo trágico con lo bufo. Aquí, una reseña.

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Esta es una opinión

Foto: Cortesía CCMAA/Elfego Barrios

Escasamente he escrito de ópera. No porque no esté familiarizado con ella o no la vea, sino porque en Guatemala son pocas las ocasiones en que se sube al escenario en toda regla. Algunos lo que hacemos es ver las transmisiones de la temporada de invierno del MET-Opera que presenta el IGA, pero comentar esa no tiene tanta incidencia como verla y escucharla en vivo con todo el montaje que supone, desde escenografía, vestuario, orquesta y por supuesto voces como ocurrió con La Boheme, de Puccini, presentada el sábado 28 de julio, en la Gran Sala Efraín Recinos, del CCMAA, producida por Querido Arte, empresa del tenor Mario Chang y su esposa María José Morales.

Esa tarde la sala estuvo llena. El apoyo publicitario fue un éxito, la convocatoria de la Fundación Ramiro Castillo Love es alta y bueno, se trataba de una de las óperas más populares del compositor italiano y más elogiadas, incluso por Verdi. La apuesta era casi segura. En todo caso, “el acontecimiento social” auguraba que llegaría la clase acomodada del país, incluida gente que nunca se asoma a presentaciones de ópera o a recitales de arias, pero aquí sí.

En cuanto a la presentación, comenzó tarde; supongo que en gran parte por la desorganización del lugar para recibir a más de dos mil personas. Está obra, la cuarta de Puccini, está basada en el libro Escenas de la vida bohemia, de Henry Murger donde el escritor retrata a personajes de la vida nocturna  y urbana de París de la segunda mitad del siglo XIX. En particular de artistas reales fuera de la norma, de la vida bohemia, gente pobre, que vivía en condiciones menesterosas, por eso en su momento tras su éxito de venta se dijo que había sido “un triunfo del socialismo”. En fin, por ratos se creyó que no era una obra literaria, sino periodismo de la más alta categoría.

Y en esa historia, pero enfocada en el romance entre Rodolfo y Mimi, se basa esta ópera, recreada de forma sucinta. Guión escrito por Giuseppe Giacosa y Luigi Illica y la música de Puccini, muestra que más allá de bellas melodías o de pretextos para lucirse en lo vocal, acá el compositor procura expresar que la juventud es pasajera e irrecuperable, también aborda el amor, la soledad y la melancolía. Tiene música divertida sí, pero con verdades tristes como la que afirma que Rodolfo (Mario Chang) nunca será un gran poeta ni Marcello (Anthony Clark Evans) un gran pintor.  O que la juventud y la belleza están siempre condenadas a desaparecer. Hay que decir que esta es una ópera que en su momento sufrió de críticas, como la hecha por el músico español Manuel Enrique de Lara: “Es una mescolanza indiscernible entre lo trágico y lo bufo. La música y el humor cambian de una escena a la otra de manera súbita e inesperada”. En contraste otros, como Giovanni Pozza dijeron que, “era una eficaz muestra de comedia y patetismo”, y al final apunta, “la música complace igualmente a quienes gustan simplemente de regocijo como aquellos otros que son más exigentes”, algo de lo que tenía razón.

En esta puesta en escena en mi opinión se perdieron detalles. En la escenografía hubo aciertos, sobre todo en la segunda parte cuando todo ocurre en ese barrio latino y en una calle transitada. Pasan niños, payasos, una banda marcial. Se armó la algarabía y se lució el color. En el tercer acto también se logró esa sensación de ambiente frío y de lugar nevado, aunque con decorados que parecían ser reutilizados. En cuanto al vestuario no reflejó mucho la precaria existencia de los jóvenes artistas y Mimi (María José Morales) se supone que era ¡bordadora de flores! Y eso no se ilustró.

Sobre la voces, destacaron por supuesto Mario Chang (Rodolfo), Clark Evans (Marcello), Barnaby Rea (Colline), Deryc Papadopolo (Alcindoro) y no se diga Julia Dawson (Mussetta), la que en verdad se robó el show gracias también a su capacidad histriónica. Lástima que sus intervenciones fueron breves. Su voz, hay que apuntar, se impuso con desparpajo frente a una orquesta que no siempre sonó con el brillo y la presencia que se requería pero sí con dinámica. En cuanto a Mimi(Morales), supo dar la nota hasta el tercer acto (aunque se advertía nerviosa). Hay que decir que ella no cuenta con sobrados recursos vocales, sobre todo en la zona aguda, su timbre es dulce pero frágil y en cuanto a la composición escénica, por ratos no tenía carácter ni presencia, por ejemplo, se supone que el cenit de la obra ocurre en el cuarto acto con la polifonía de las voces, que se dio, pero sin sustancia y en el caso de Morales con poca credibilidad. Ella se supone que estaba enferma, estaba triste. En cuanto a Rodolfo (Chang) ha adquirido bastante habilidad para expresar emociones sin exagerar como también para proyectar su voz. Aprovechó de nuevo para lucir su voz.

El trabajo escénico de Mary Birnbaum (directora) fue en verdad admirable. Aunque algunos tramos desconcertaron, como la llegada de Mimi bajo la nieve ya enferma, o cuando Rodolfo resulta que ya no estaba enamorado de Mimi o que el médico al final no llegara. Son partes que dejan al público en duda, pero también es comprensible no pedir mucho en un país donde como digo al inicio hay muy poco ejercicio en el montaje y decorado de óperas completas y donde aún no se cuenta con la infraestructura para armar estos proyectos, aunque también pudo ser que se haya hecho con demasiada prisa. Esto puede mejorar y ojalá ocurra. Pero también es cierto que la productora por tercer año, se esmera en plantear producciones ambiciosas, pero también es cierto que no guarda interés, por ejemplo, en reclutar más voces nacionales en los estelares algo que podría abonar más a las obras y sin necesidad de importarlas, pero también estimularía el quehacer en el país. Ojalá el público y los aplausos continúen apoyando estos proyectos.

Jorge Sierra
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Lleva quince años dedicado al periodismo musical. Ante cada concierto, disco y encuentro con músicos lleva en mano su libreta de notas. Los programas radiales que dirige le han demandado ser un escucha de amplias miras.


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