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¿Cómo convivir con los desaparecidos?

He ido a muchos funerales últimamente. Más allá de que sean tristes, los funerales son necesarios. Toda cultura y toda religión tiene su ‘protocolo’ para abordar la muerte, para llorar a sus muertos. Mientras más sensación de comunidad haya, más íntimos y efectivos resultan estos procesos (velorios), se percibe un mayor sostén compartido, y eso da como resultado una mejor forma de enfrentar el duelo.

Cotidianidad n789 Opinión P258
Esta es una opinión

Familiares y amigos despiden a algunas de las víctimas en la tragedia de El Cambray II

Foto: Rocío Conde

Lo cierto es que para poder acceder a los sistemas dolorosos pero reparatorios del duelo, debe existir un muerto, cuestión que me costó mucho tiempo entender. De pequeña, creciendo durante el conflicto armado (en un medio atravesado por secretos y peligros latentes y reales), recuerdo no entender la búsqueda incesante de algunos que para mí –si no habían regresado en dos años– estaban muertos. A lo lejos recuerdo a Nineth Montenegro, ruidosa y valiente, buscando a su esposo. En mi cabeza (en aquel entonces y por aquellos silencios) eso no solo era peligroso, sino inútil. Habría que seguir pensando en los efectos que en mi generación causó ese tipo de represión y violencia. De cualquier manera, me es más fácil hablar de desaparecidos en términos de catástrofes pseudo-naturales y masivas, y no de lo que ha significado la categoría de ‘desaparecido’ en la historia sociopolítica de la humanidad.

Es hasta ahora que, en la clínica, en la vida y a través de ambos procesos, logro dimensionar la importancia de ‘dar sepultura’ a nuestros muertos. Tengo un amigo bombero, su grupo fue de los primeros en responder a la emergencia del deslave en El Cambray II. Estuvimos en contacto durante todo el proceso, algo que él me agradeció. Sin embargo, la que está agradecida soy yo: él y sus compañeros mitigaron de alguna manera la impotencia que muchos sentimos.

En uno de esos días me dijo la frase más extraña: “Estamos contentos, encontramos el cuerpo de Wendy” (refiriéndose a su compañera Wendy Pú). Hay algo importante y literalmente ‘vital’ en sentir el dolor por la pérdida de nuestros seres queridos. Y es que si cargar a un muerto es difícil, sostener a un desaparecido es insoportable.

En uno de esos funerales a los que asistí recientemente, el deudo comentaba que no habría querido ir al funeral de su ser amado, pero que “menos mal” había ido. Con la mirada perdida y tocándose la frente me dijo: “Porque si no la mente me haría juegos”.

En ese congelamiento del espacio y del tiempo en que el ‘desaparecido’ no regresa, se produce un quiebre. La esperanza, tan característica como el dolor en el ser humano, hace que se fabrique una serie de efectos ilusorios diseñados para preservar la posibilidad de su reaparición. En ese sentido, el desaparecido puede transformarse en una ‘aparición’, como resultado de un interior que se proyecta para intentar reparar la herida, el vacío que –sin la presencia del cuerpo, del muerto– no puede cicatrizar. Eso puede generar efectos espectrales y lúgubres, que podrían explicar mucho acerca de los ‘fantasmas’ que nos persiguen como país.

Hay canciones que dan cuenta de estas situaciones, por ejemplo Penélope de Joan Manuel Serrat y El Muelle de San Blas de Maná. En algunos casos, los ‘juegos mentales’ que provoca una desaparición generan que el vivo habite un tiempo muerto, que se gasta en la espera de una reaparición. Entonces, el desaparecido está muerto en vida y el vivo está muerto en tiempo. Las cosas se quedan intactas. El puesto en la mesa queda servido.

En cuanto a los desaparecidos en la tragedia de El Cambray II, debemos entender que enterrar y quedar soterrado no es lo mismo. Será necesario dar algún tipo de representación imperfecta a los cuerpos no encontrados, para que tengan la categoría de ‘muerto’ que permita la asimilación de lo sucedido en los seres queridos.

Los muertos de El Cambray II son nuestros muertos, como comunidad y como país. Los soterrados tendrán que habitar en un lugar donde podamos hacer homenaje a su vida, registrando su muerte, reivindicando la causa que ellos representan.

 

* Para conocer más acerca del duelo, les recomiendo el artículo de Andrea Vargas, en la página 10 de este número de la revista Lúdica.

Claudia Castro Ruiz
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Orgullosa guatemalteca. Dice mi mamá que soy heredera de hadas y amazonas, y que soy psicóloga porque no he querido ser psíquica. Me fascina la mente humana. Del mundo y su magia, lo que más me interesa es presentárselo amablemente a mi hija.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Sr. Difunto /

    28/10/2015 8:07 PM

    Cuando tengas una perdida muy querida, comprenderas a cabalidad.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    lana porres /

    28/10/2015 10:53 AM

    Lamentablemente en Guatemala se viviò una guerra asimetrica...lo que dio como resultado un emparejamiento inmediato de acciones que si no se tomaban uno de los contendientes hubiera perdido rapidamente la guerra y no hubiera podido cumplir con su mandato constitucional.

    ¡Ay no!

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    ¡Nítido!



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