Ubicar la fobia es señalar al miedo. Y Andrea Ixchíu se asusta si ve dos gallinas juntas desde los cinco años. En párvulos, su maestra Irene la llevó al zoológico de Xela, la segunda ciudad más grande de Guatemala, con apenas 200.000 habitantes. La niña descubrió que allí había una granja. Inocente vio a los pollitos y las gallinas la vieron, amenazante, a ella, y le picotearon tan fuerte que necesitó 18 años para no alterarse al escuchar un cacareo.
A los 23, la hija del abogado Pedro Ixchíu hizo esperar en la puerta de su casa a una señora que trataba de entregarle una gallina. La señora solo quería agradecer a su padre por haber sacado a su marido de la cárcel. Pero dar las gracias a veces no es fácil. Angustiada, Andrea pasó 20 minutos en la puerta de su casa hasta que decidió recibir y sostener al animal. La inexpresiva mirada de una gallina le sirvió para enfrentar su fobia infantil. Pero no del todo: cuando hay varias gallinas sueltas, la mujer que superó nadando el miedo a meterse al agua, la que tiró piedras contra la embajada de Estados Unidos en Guatemala durante la visita de George W. Bush en 2007, la que denuncia la represión estatal en las comunidades que rechazan megaproyectos mineros o hidroeléctricos, sigue temblando.
Andrea Ixchíu quiso ser monja a los ocho años. A los 9, era barítono en el coro de su escuela, ganaba concursos de lectura y canto, tocaba la flauta, escuchaba Mozart y presentaba un programa de radio y otro de televisión de la Iglesia católica de su pueblo, Totonicapán, a 27 kilómetros de Xela, en el frío altiplano guatemalteco. En el programa de tele parroquial pasó de hablar del Adviento a denunciar hechos de corrupción. Ella únicamente seguía el guión. Y aunque no entendía una sola palabra, sentía que creer en Dios, cantar, hablar, comunicarse, expresarse y denunciar era lo suyo.
Cuando a un niño le gusta leer, la visita a la biblioteca de sus padres es un viaje natural. A los 10 años, Andrea ya se había leído todos sus libros y fue por los de su padre. Ahí encontró Masacres de la selva, de Ricardo Falla, un libro sobre el conflicto armado interno de Guatemala.
El libro de Falla, un recorrido por este país que pasó 30 años inmerso en un reprimido silencio por la sucesión de dictaduras, de muertes y de miedos, le provocó una pesadilla recurrente: soñaba que estaba en una casa y que se le caía encima. Luego, su padre, profesor en el colegio en el que ella estudiaba, empezó a llevarla a su clase de Historia solo para que escuchara. Era 1996, el año de la firma de los Acuerdos de Paz en Guatemala. Y las visitas recurrentes a la biblioteca de sus padres se convirtieron enseguida en un viaje sin boleto de vuelta.
A los 11 años, ser religiosa todavía le parecía a Andrea un buen futuro. La directora de su colegio, la hermana Blanca, quería que la niña fuera monja, habló con su madre y le sugirió mandarla a un convento a San José (Costa Rica). A la madre, devota católica y admiradora de Víctor Jara, le gustó aquella propuesta. Pero al padre laico, que antes fue mormón y antes evangélico, le disgustaba. “No me cuadra la idea de tener una hija monja”, decía.
Por aquel entonces, para ir a la escuela, Andrea solía cruzar junto a su hermana Lucía el empedrado de la calle de la Pulmonía, una vía en la que el viento entra como si hubiera un helador tubo de aire. Y un año después, Andrea hizo una pregunta incómoda en el colegio: “¿Cuál es el chiste de que una virgen pueda tener hijos?”, le interrogó a una de sus profesoras. Al poco tiempo, le prohibieron hacer la primera comunión en el centro, y tuvo que hacerla en una iglesia de barrio.
“En ese enojo, inicié la búsqueda y creación de mi identidad”, evoca ahora, segura de que fue un momento decisivo de su infancia.
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El padre de Andrea es hoy un conocido abogado de la unidad indígena del Organismo Judicial de Guatemala. Pero si Auri Hernández, su esposa, no hubiera participado en 1998 en un proyecto de la Unión Europea para el fortalecimiento del poder local en Totonicapán, el rumbo de Pedro, el de Andrea —que entonces tenía 11 años— y el de sus hermanas menores, Lucía y Gaby, seguramente habría sido otro.
La madre de Andrea, trabajadora social, hizo que toda su familia entendiera qué significaba ser de y vivir en Totonicapán, un municipio de mayoría indígena k’iché, uno de los 22 idiomas mayas del país. Totonicapán está dividido en 48 cantones que fungen como unidades de autogobierno porque tienen sus propios alcaldes comunales y se organizan en torno a una junta directiva.
Al alcalde de cada cantón —que es la autoridad maya elegida cada año en una asamblea comunitaria— se le suman los alguaciles, que mantienen el orden, los fontaneros, que revisan las tuberías del agua potable y las pilas, los escolares, que ayudan a los maestros, los guardabosques, los que cuidan los baños termales y el secretario.
Este sistema tiene su origen en Atanasio Tzul, el primer líder comunal de Totonicapán, un dirigente indígena que siempre rechazó el pago de impuestos a la corona española y que acabó asesinado.
En 1819, hace casi 200 años, Atanasio Tzul viajó a España y regresó con un título que decía que el bosque de Totonicapán, un nuboso paraje subtropical lleno de coníferas, era propiedad del pueblo indígena de San Miguel de Totonicapán. Una certeza jurídica que definió al municipio. Hoy, cuando los 48 cantones se movilizan en contra de alguna ley o de un proyecto empresarial, las protestas son noticia nacional. Su fuerza política y su arrastre social son incuestionables.
Hasta 1998, Pedro Ixchíu no entendía el funcionamiento de los 48 cantones. “Tenía ideas estúpidas sobre los derechos indígenas en Guatemala”, recuerda. Pero en 1999, le pidieron que escribiera un libro sobre el sistema comunal de su pueblo y un año después le nombraron alcalde comunal de la Zona 2, el barrio donde vive en Totonicapán, y comenzó a ver las cosas de otra manera.
Andrea y su madre buscan ahora el libro de su padre en el cuarto de Andrea. Es sábado y son las 9 de la noche del dos de mayo de 2015. La mayor de los Ixchíu no vive ahí desde diciembre, desde que trabaja en Ciudad de Guatemala, pero trata de dormir en su antiguo refugio al menos una vez al mes. Su habitación, que tiene una cama de 1,30 coronada por gatos de plástico y libros de historia, indigenismo, sociología, feminismo, literatura contemporánea y psicoanálisis, es la de alguien que ha ido acumulando cosas desde la niñez, cosas que sus padres nunca tiraron.
En el alfeizar de su ventana, que tiene vistas a los mantos verdes del Cerro de Oro y del monte Cuxliquel, hay varios juguetes de Playschool: un halcón milenario, un Yoda de plástico, un R2D2, una Leia, dos Sid y un Chewbacca.
“Chewbacca es mi favorito. No es un Jedi, pero es un rebelde, lucha con ellos y eso me llega”, dice sonriente esta mujer que se define como infoactivista porque, con su equipo de trabajo y de colaboradores, promueve la defensa de los territorios indígenas a través de un proyecto digital independiente sin ánimo de lucro llamado Prensa Comunitaria.
Desde 2012, la organización forma a comunicadores en las comunidades para documentar, en todos los soportes posibles, los conflictos entre la población local y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado; problemas que se generan, sobre todo, por los mega proyectos de las hidroeléctricas y por las minas de capital extranjero. Además da seguimiento a las detenciones y encarcelamientos de los lugareños y retransmite las consultas populares cada vez que hay algún disenso.
Y desde 2012 la lucha de las comunidades es también la lucha de Andrea: la lucha de los Jedi y de Chewbacca.
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Andrea cumplió el estereotipo de la pre adolescente encabronada con su mundo a los 12 años. Se hizo fan del metal cuando su amigo José le prestó la cinta del And justice for all, de Metallica. Descubrió Napster como quien descubre un nuevo Dios, y mandó la religión católica a la chingada. Así lo dice ella, sin remordimiento: “a la chingada”.
Uno cuenta su vida como elige recordar. Y Andrea Ixchíu es capaz de estructurar sus momentos como una cronología de quiebres definitivos. Concisa, técnica en su agudo tono de voz, habladora, usando palabras en inglés. No se pierde. Andrea sabe que comunica ideas desde los cinco años. Antes de entrar al kínder, su tío abuelo Laureano le enseño a escribir y a leer, a sumar y a restar; y sumar y restar momentos es contar una vida.
En el muy conservador Totonicapán, la niña ejemplar dejó de ser ejemplar.
La gente del pueblo se fijó en su cambio y el rumor se convirtió en chisme certificado: “la niña del programa de la iglesia ahora hace rock satánico”, decían.
Cuando era joven, el abogado Pedro Ixchíu quiso ser biólogo. Andrea a los 18 se mudó a Ciudad de Guatemala para estudiar Biología en la universidad San Carlos. A veces, organizaba festivales musicales en su facultad. Conoció la escena punk alternativa de la capital y se integró enseguida en ella. Cerró el pensum en 2011 sin acabar la carrera y, tras dos años lejos de su gente y cansada de la vida citadina, retornó a su pueblo para estudiar Ciencias Jurídicas.
Andrea aún no ha acabado la carrera —va por el cuarto año— y tiene un trabajo remunerado en la embajada de Noruega de Ciudad de Guatemala, donde regresó en diciembre de 2014. Pero la embajada cerró en el país en julio de 2016. Pero no suele hablar mucho de eso. Andrea habla sobre todo de política y de los derechos de los pueblos.
Hoy, sentada en el comedor de su cocina con un periódico de principios de mayo de 2015 entre las manos, su madre se queja: quiere que se saque una carrera. Y después dice que su hija es muy comprometida, igual que su papá, y sonríe en silencio como quien se quita importancia, dejando a un lado su papel en la obsesión de la familia por entender su identidad.
“Tengo mucho que ver con el activismo de Andrea, lo tengo que asumir con toda la dureza del caso —dirá don Pedro unos días después en una cafetería del centro de Ciudad de Guatemala—. Pero en este país se mata gente. Tengo miedo de que me la maten”.
Andrea tiene las mismas pestañas finas, los mismos parpados levemente caídos y los mismos labios delgados que su padre. Y la misma mirada nublada que se ilumina cuando habla de las causas que defiende.
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Una tarde de mayo de 2015, Lucía Ixchíu, la hermana de Andrea, apunta con el dedo hacia las cruces de los asesinados y Andrea hace detener el carro y comenta:
“Aquí mataron a las personas. Aquí fue la masacre”. Aquí es el kilómetro 169 de la ruta interamericana, entre Nueva Catarina Ixtahuacán (Sololá) y el departamento de Totonicapán.
Esto es Alaska.
Alaska es un paraje pedregoso y llano, también llamado Chwipatan, a tres mil metros de altura. Alaska se llama así porque aquí siempre hay neblina, llovizna, lluvia o chaparrón. Alaska se llama así porque es muy frío. Porque su aire es blanquecino. Como suponemos todos que es Alaska.
En este alto, el 4 de octubre de 2012, a eso de las dos y media de la tarde, el ejército de Guatemala disparó hasta matar a seis mayas k’ichés e hirió de bala a 34 mientras trataba de reprimir una manifestación multitudinaria contra una reforma constitucional que pretendía aniquilar la figura de la autoridad indígena.
La masacre fue el quiebre del pueblo. “Totonicapán era una tumba. Daba la sensación de que el pueblo se iba a convertir en polvorín (en cualquier momento)”, recuerda Andrea.
Poco después, la junta directiva de los 48 cantones le pidió que fuera la vocera ante los medios y que se ocupara de las redes sociales.
La muerte hizo que la comunicadora que nunca estudió Comunicación conociera a Kimy De León y a Nelton Rivera, fundadores de Prensa Comunitaria, que llegaron al pueblo a cubrir la masacre. Y juntos formaron un equipo de investigadores sociales para explicar el país con otro método: hablando desde y para las comunidades que defienden sus tierras.
“No nos gusta ser hipócritas, somos profundamente parciales. Estamos con la gente de la comunidad”, dice ahora esta mujer que siempre se hace amiga de sus fuentes.
Andrea no se entiende sin su familia. Tampoco sin su equipo. Andrea se entiende en plural.
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Un mes después de la masacre de Alaska, en noviembre de 2012, la junta directiva de los 48 cantones le propuso a Andrea ser la guardiana del bosque de Totonicapán y durante un año la bióloga sin tesis se convirtió en buscadora de cazadores furtivos y en mediadora para resolver conflictos por fuentes de agua. Además aprendió a poner castigos ejemplares —en cierta ocasión, a un italiano y a un alemán a los que pilló in fragranti les hizo escribir cuatro carteles gigantes con la siguente frase: “este es el bosque comunal de Totonicapán, de los 48 cantones de Totonicapán. Aquí está prohibido cazar”—. Y siguió apoyando a Prensa Comunitaria.
En Prensa Comunitaria también trabajan las dos hermanas menores de Andrea: la platicadora Lucía, estudiante de Arquitectura, y la inquieta Gaby, estudiante de Psicología clínica. Ambas, al igual que Andrea y que sus padres, se reconocen como indígenas mayas k’iché, a pesar de que ni hablan la lengua tradicional de Totonicapán ni visten su traje típico.
La hermana mayor de las Ixchíu lleva hoy una playera de los Ramones.
“Andrea es un efecto en cascada en sus hermanas. (También) ha influido en mí y en su mamá. No es fácil sacar al macho que uno arrastra al vivir con ellas”, dice su padre.
Andrea es combate. Lucía es batalla. Gaby directamente es la guerra.
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La madrugada del 3 de mayo de 2015 suena la balada número 2 de Chopin en una computadora en la cocina de los Ixchíu, a las cinco de la mañana. Gaby, la corresponsal en Totonicapán de Prensa Comunitaria, está despierta, preparando el desayuno para ocho personas, para el equipo de Prensa Comunitaria. Así quedaron la noche anterior, cuando tras dos horas de discusión ella dijo: “ya saben lo que hay que hacer: moverse”.
Y eso es lo que ella hace precisamente ahora, concentradísima: pica fresas y mangos para meter en los panqueques.
Solo Chopin acompaña a la pianista de la familia bajo la luz de la lámpara del techo.
A Gaby le fastidia el pasotismo, la indiferencia, de su generación. Dice que por eso casi no tiene amigos de su edad.
Tres horas después, el equipo de Prensa Comunitaria transmite una consulta popular en directo a través de Radio Caminante, la radio de la organización. Sus integrantes graban con cámara de vídeo a los votantes que acuden a los once centros de votación, les entrevistan e informan sin descanso en las redes sociales.
En la consulta pueden votar personas desde los siete años. Los 280.000 habitantes del departamento de Totonicapán están decidiendo si quieren o no megaproyectos.
Las urnas cierras a las seis de la tarde: 39,988 votan NO y 298 SÍ.
El bosque de Totonicapán en el que se encuentran es un regreso permanente para Andrea Ixchíu. Caminarlo le duele mucho. Se ha partido dos veces las piernas. Pero ese es su único temor en el bosque: otra rotura. Porque Andrea perdió el miedo a las alturas en diciembre de 2012, cuando cruzó siete cerros con otras 2.000 autoridades comunales.
Aquella noche, Andrea no reconocía qué tenía delante ni a los costados. Ubicar su fobia, precisarla, despojarse de ella, fue señalar un miedo menos: ahora ya no le teme al fondo del bosque.
katheryn fernanda sohom ixen /
es muy útil para las personas que la aman como su familia su esposo sus hijas o hijos .
Mario /
precioso! la verdad toda mi admiración, no sabia que había estudiado biología pero también de eso se tratan las notas cotidianidad de descubrir cosas nuevas de las figuras que saltan a la palestra de la opinión nacional.
Me gusta mucho la crítica de abajo ya que deja ver que los guatemaltecos analizan las cosas (quizá desde la óptica de un cangrejo en la canasta de cangrejos) y sobre todo deja ver como somos en sociedad y lo poco tolerantes que somos a una visión alternativa de las cosas. El planeta entero está en crisis y ningun sistema a respondido a ese inmenso número de gente que se morira de hambre y de falta de asistencia sanitaria hoy en el mundo, por eso es bueno participar, proponer y organizarse, solo así se encuentran soluciones.
Muchos éxitos
P. Choy /
No entendí lo de Chubaca?
Ana S /
Bastante drama, mencionan al señor Rivera que con todo respeto se dedica a la división y gran parte de su familia ha sido activista de izquierda desde la época del conflicto y de eso viven (sería interesante ver cuánto tributan para el desarrollo de las comunidades). Nadie recuerda al señor que juraban que había asesinado el ejército y luego apareció muerto por distintas causas. Tienen todo el derecho de pensar como quieran, pero sentirse héroes para luchar por cuotas de poder es vivir engañados (igual que los guerrilleros y los soldados, marionetas de intereses extranjeros). Hay muchos jóvenes que sin tomar actitudes de confrontación y odio están haciendo grande al país, muchos de ellos desde las comunidades. Ya basta de envenenar las almas de este sufrido pueblo.
Celso Hernández /
Es vergonzosa la posición de ciertos delincuentes que atacan a los activistas sociales. Estos han de ser escuadroneros o hijos de escuadroneros, molestos con que la juventud maya, que familias enteras luchen por su futuro y por su territorio. Adelante en la lucha.
Celso Hernández /
Excelente artículo. Felicitaciones a los Ixchiú y que sigan en su lucha. Estamos con Uds.
Peter Lim /
Bien nómada, muy bien. Han sacado el cobre!
Que no les gustó mi comentario? Pues hacen lo que critican de los medios vendidos al gran capital: PRACTICAN LA SENSURA! pues han eliminado mi comentario posteado el 20 de este mes a las 21 horas!
Mi error/osadía? Pues haber sido crítico con la columna, el contexto de Totonicapán y las inconsistencias de la niña puck. Ustedes a lo suyo, son igual o peor que los medios tradicionales, bueno tal vez peor puesto que se venden como un medio "alternativo, fesh, cool, etc."
César A. /
Este artículo debiera llamarse: ' Oda al terrorismo, resentimiento y odio '.
¿Aplauden ser delincuente apedreando la embajada, posando con delincuentes en fotografías y oponiéndose al desarrollo?
Vergüenza les debería de dar. ¿no los veo tomar su balsa hacia Cuba? Ya dejen de estorbar y busquen oficio, sean productivos a la sociedad y no parásitos.
Lucas /
Es inconsistente. Si estuviera en contra de las mineras a cielo abierto y materiales pesados pero A Favor de las Hidroelectricas, tendria credebilidad. Una cosa es la explotacion de la tierra Textualmente y otra Las Energias Renovables, son cosas diametralmente opuestas. Que lamentable que no razonen sobre su propio discurso. Claro esta que responden a una agenda de otras transnacionales (combustibles no renovables) y no verdaderas convicciones. Y quizas ni siquieran sepan su error.
Eliseo Quintanilla /
Que bueno que existan mujeres que piensen en la comunidad, pero qué lástima que se le rinda honor, no a una guerrera de la sociedad (como aquí la presentan), sino a una vividora del discurso, incongruente y delincuente. Partiendo de que ella misma acepta haber agarrado a pedradas la Embajada estadounidense. Podrá estar muy en desacuerdo, pero existen formas CIVILIZADAS y EDUCADAS de hacerse escuchar. No se diga que habla tanto del daño que hace el odio a la sociedad, pero ella se comporta de la misma forma con lo que no le parece.
Ojalá que fuera no nos conocieran por personajes así, hijos de la farsa mediática, sino por verdaderos actores comunitarios; responsables, consecuentes, capaces.
Gustavo Adolfo Monzón Escobar /
Mis respetos por Andrea, a lo largo de mi caminar migrante me he encontrado con grandes mujeres, pero sobre todo hay grandes mujeres jóvenes, he aprendido "bien mucho" de ellas, es grandioso, es liberador, es resistencia viva, es aliciente, es ánimo ancestral... hoy si le conozco mucho más de cerca, y desde esta distancia toda mi cercanía solidaria.... gracias de nuevo Elsa por esta nueva cátedra de nuestros jóvenes líderes mayas y que auguran una Guatemaya distinta, comunal y responsable....
César A. /
¿le parece ser responsable delinquir?
Realmente es impresionante lo que hacen algunos por justificar sus malas acciones, llamando a sentimientos 'ancestrales'.
¿Que tal si buscan una vida digna y dejan de culpar a otros?
Ya basta de ser parásito de la sociedad y asumir un rol realmente de líder, si eso es lo que desean.