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Las placas tectónicas quizás influyen en nuestro mestizaje

Todo un universo de concepciones ancestrales fue sepultado bajo el manto de una nueva cultura y una nueva lengua. En el choque de las placas tectónicas de nuestra cultura, en su tensión permanente y en la fuerza de su impacto va surgiendo ese mundo nuevo que imperiosamente tenemos que nombrar.

Cotidianidad Opinión P258
Esta es una opinión

la primera pagina del manuscrito del Popol Vuh, guardado en la Biblioteca de Newberry, Chicago, Colección Ayer

“Así, pues, se completa todo lo relacionado al K’iche’, que ahora se llama Santa Cruz”.

Este es uno de los testimonios más rotundos del impacto entre dos mundos. En él se condensa el dramatismo de un arrasamiento y una creación. América Latina es hija de esa violenta paradoja, retratada con maestría por los autores anónimos del Popol Vuh.

Esas palabras son el último nudo que envuelve nuestra historia antigua y la profecía de nuestra problemática modernidad. Desde entonces somos parte de un mundo nuevo, no porque haya sido “descubierto” en 1492, sino porque debió ser nombrado nuevamente.

Nombrar, de acuerdo a las cosmovisiones ancestrales del centro de América, es un requisito esencial para el inicio de cualquier acto creativo. El mundo surge a partir del discurso ritual, cuando las potencias creadoras –Tz’aqol, Bitol– manifiestan su palabra, su deseo. Por eso es tan importante consignar, al final de nuestro libro sagrado, el nuevo nombre del K’iche’: porque lo que sucede a esa escritura es el surgimiento de una realidad radicalmente nueva.

En su ensayo Poesía y Nuevo Mundo, Raúl Zurita afirma que “los hispanoparlantes de este continente hablamos una lengua que guarda de una u otra forma en cada palabra, en cada giro, en cada una de sus letras el recuerdo de las condiciones en que esa lengua se impuso. Hablar es siempre hacer presente una historia y ello no es privativo de nosotros; sin embargo, lo que particulariza lo sucedido en estos territorios es que la magnitud de esa imposición y sus consecuencias hicieron del mundo otro mundo y no tienen parangón en la historia humana”.

El proceso geológico que sacó estos suelos de las profundidades marinas y que aún hoy se produce cotidianamente bajo nuestros pies, se refleja en el proceso cultural que implica el impacto de un mundo contra otro, el desmantelamiento de una cultura milenaria y la creación –al unísono– de una nueva realidad a lo largo y ancho de este continente.

El suelo guatemalteco se sitúa sobre tres placas tectónicas: la Placa de América del Norte, la Placa del Caribe y la Placa de Cocos. Entre estas últimas se produce un fenómeno denominado “subducción”, que básicamente es el deslizamiento paulatino de una capa (la del Caribe) sobre otra (la de Cocos). El hundimiento de la Placa de Cocos, que se produce algunos kilómetros al sur de la línea costera del Pacífico, determina la constante actividad sísmica y volcánica de la cordillera que atraviesa el sur de la América Central, y estimula la formación y crecimiento de nuevas capas de suelo que van moldeando muy lentamente nuestra geografía.

Algo muy similar sucede en términos culturales: todo un universo de concepciones ancestrales fue sepultado bajo el manto de una nueva cultura y una nueva lengua. Sin embargo, ese mundo empuja con su fuerza de siglos, con su potencia telúrica, y levanta las nuevas geografías de la expresión americana. En el choque de las placas tectónicas de nuestra cultura, en su tensión permanente y en la fuerza de su impacto va surgiendo ese mundo nuevo que imperiosamente tenemos que nombrar.

Este proceso de síntesis, hibridación y mestizaje se expresa con particular nitidez en el arte, puesto que en la plena libertad del ejercicio creador emergen códigos que yacen en lo más profundo de nuestra conformación colectiva. ¿Cómo explicar de otra forma la misma y vieja savia que nutre obras como la Clarivigilia primaveral de Miguel Ángel Asturias, la Pequeña sinfonía del Nuevo Mundo de Luis Cardoza y Aragón o El tiempo principia en Xibalbá de Luis de Lión?¿Cómo darle sentido, fuera de este marco, a las expresiones más notables de nuestros lenguajes plásticos –Carlos Mérida, Efraín Recinos, la magnífica escultura colonial–? La esencia colectiva que aflora en las más diversas manifestaciones del arte popular, desde las formas más tradicionales –los sones– hasta las más experimentales –Joaquín Orellana– de nuestros lenguajes sonoros tampoco escapan al proceso telúrico que marca los rasgos de nuestras particulares formas de expresión.

Hemos aprendido a ver, a decir y a imaginar el mundo a través de un código trasplantado muy dolorosamente. Nuestra escritura, nuestra obra es testimonio de ese trauma histórico y al mismo tiempo es promesa de una redención posible. En cada palabra, en cada forma, en cada color y en cada sonido se congregan las multitudes pasadas y futuras de estas tierras para decir su dolor, y para decir también su esperanza en ese presente perpetuo y compartido que implican los genuinos actos de creación. Santa Cruz no cubrió del todo al K’iche’.

*Este texto es la segunda parte de una serie del autor. El primero fue "America Central: Fuimos al mar. Ahora somos caníbales", del 29/10/14.

Luis Méndez Salinas
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Escribo, reescribo y edito. Estudié arqueología porque me atrae el pasado. Me apasiona el futuro y eso me ha llevado a la escritura. Intuyo que Guatemala sigue siendo una posibilidad, y hacia ella me dirijo. Catafixia Editorial es uno de mis vehículos, así como la escritura en libertad.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    ANONIMO /

    26/02/2015 8:32 PM

    […] Las placas tectónicas quizás influyen en nuestro mestizaje […]

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    ANONIMO /

    13/11/2014 2:03 PM

    […] fue “America Central: Fuimos al mar. Ahora somos caníbales”, del 29/10/14. El segundo, Las placas tectónicas quizás influyen en nuestro mestizaje, del […]

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Cristián Guerra /

    06/11/2014 5:11 PM

    Nunca lo había entendido así, de la forma como lo explicás, me recuerda a las piedras y decorados mexicas que se usaron para levantar el Sagrario y las primeras grandes estructuras españolas en la antigua México-Tenochtitlan, las piedras rojas más antiguas provienen de los mismos cimientos de templos arrasados. Igual pasó aquí, es interesante...

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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