Se trata de un dispositivo metálico rotatorio en forma de disco con imágenes diferentes que distinguen el lado 1 y el lado 2. Al momento de emitir su voto, usted elige dos candidatos cualesquiera y activa el dispositivo. El lado correspondiente le dice si gana su primero o segundo candidato. Repite el proceso con el candidato ganador y otro de la lista, como si fuera eliminatoria de fútbol, hasta que no queden más candidatos disponibles en la papeleta. En ese momento usted marca el que ha sido seleccionado por el complejo proceso de la rotación sobre el eje principal del disco metálico, en combinación con la caída libre de su centro de masa bajo la acción del campo gravitacional terrestre.
Las elecciones son una cita romántica que también son un juego sucio. Nos gustan porque nos hace sentir incluidos, que participamos, que tenemos poder de decisión. El ciudadano consciente sabe que el voto se debe reflexionar sobre la base de información confiable y bien documentada. Esa es la parte romántica e idealista. Las cosas no son así.
La verdad es que los candidatos manipulan información, encuestas, sentimientos, influencias, voluntades; dan regalos, hacen rifas, oran con el pueblo, abrazan niños, besan ancianos, regalan dinero, donan sillas de ruedas. Así no sirven las elecciones. Convenzan a los que están felices con su tamal, su agua y la licuadora que les regalaron en el mitin, que eso de que los candidatos se jacten de respetar la Constitución, ser transparentes y jurar fervor democrático no significa que sea cierto.
Los que no vamos a votar tomamos la postura de que nos da igual quién gane. Habría otra forma en la que también da igual quién quede: donde todos los candidatos fueran tan confiables y capaces que estamos seguros que cualquiera hará un buen trabajo. Es la situación diametralmente opuesta a la nuestra: en donde todos son tan malos que da igual quién quede.
Ante nuestro predicamento resulta plausible pensar que cualquier ciudadano educado, honrado y trabajador, seleccionado al azar podría hacer un mejor trabajo que cualquiera de los actuales candidatos. No es una idea descabellada. Se usó en la antigua Grecia. Tenía la ventaja de ser menos corruptible que las elecciones, ponía a los ciudadanos en igualdad de elección y le daba poder a la gente ordinaria. La mayor desventaja aquí es la legitimidad, pues a la gente le gusta sentir que tuvo algo que ver con la selección del gobernante. Es así como caemos de nuevo a las elecciones.
Hasta que encontremos un mejor sistema o nos dé igual porque todos son buenos candidatos, tendremos que aguantar votaciones con indignación, con vergüenza o con rabia.
Queremos candidatos dignos de nuestro voto, pero el problema no es solo los candidatos, es más complejo. No se puede votar sin analizar, no se puede analizar sin educación y no se puede estudiar con hambre. Por eso el candidato exitoso es aquel que le da a la gente lo que necesita según su nivel de miseria. No vamos a tener candidatos dignos de nuestro voto hasta que acabemos con nuestra miseria.
Los candidatos que tenemos son los que corresponden a nuestra realidad. Su campaña política es una venta de chatarra que la gente ve como agencia Ferrari. Mientras exista esa Guatemala, existirán candidatos nefastos.
Pase lo que pase el domingo o dentro cuatro, ocho o doce años, no dejemos que los malos gobernantes nos arrebaten el futuro. Sigamos trabajando, dando el ejemplo e influenciado el entorno inmediato. Nuestras esperanzas son grandes y nuestros anhelos profundos. Profundos como Guatemala.
Cristobal /
Lo dice alguien cuyo ego es tan grande que solo votaría si él fuera un candidato.
Mario Santizo /
"no dejemos que los malos gobernantes nos arrebaten el futuro", contradictorio con el hecho que no votará.
Decir y Hacer /
Dice el expresidente del Uruguay, José Mujica:
Para saber lo que es más urgente,
el presidente debe vivir como los mas pobres de su país,
no como los mas ricos.