De entrada, se entiende la existencia de esas expresiones que forman parte del trato cotidiano y que revelan un enorme lastre que perpetúa la jerarquización de la población por la variable étnica. Se entiende, de veras que se entiende. De hecho, el racismo es uno de los valores que se integran a nuestro ser como parte del proceso de socialización.
Nos enseñaron así, nos construyeron así, nos inculcaron que el ideal es lo blanco y a esta pigmentación de la piel se le adjudicó una serie de virtudes relacionadas con la prosperidad, mientras que a lo indígena se le endilgó el atraso, la precariedad, el subdesarrollo.
La historia del país es la historia de la explotación económica de los pueblos indígenas, del despejo de sus tierras, de la persistencia para eliminar su cultura, de su sometimiento social y político, del genocidio.
Y todas estas expresiones de violencia, unas más crueles que otras, necesitaron de un discurso social que las explicara en términos de necesidad para el progreso. Y así de terrible es la situación: Para justificar sus acciones, para darle sentido a la riqueza que acumulaba gracias a la fuerza de trabajo de otras personas, el explotador necesitó construir ciertas ideas sobre el explotado. Esas ideas se convirtieron en estereotipos racionales sobre los cuales se basó la relación de jerarquía racial.
Ahí tenemos por ejemplo que la palabra “indio” se utiliza para designar características o vicios que pueden presentarse en cualquier persona sin importar su pertenencia étnica pero que se adjudican como parte de la naturaleza de las personas indígenas. El término “indio” se utiliza como insulto para designar a alguien sucio, necio o haragán.
También existen expresiones que parecen mucho más sutiles pero que remiten a la imperiosa necesidad de la sociedad racista de homogenizar y hacer invisibles a las mujeres y a los hombres indígenas. El histórico “María” para designar a cualquier mujer indígena, aunque su nombre sea otro, o el más reciente “chino” para llamar al joven que atiende el comercio.
Y eso se aprende desde la escuela. Durante la primaria, por ejemplo, una de las maestras insistía en decirnos que la pobreza del país era culpa de los “indios”. Para ella no existía la desigualdad, la historia le valía poco y el sistema de explotación instaurado durante la Colonia, perpetuado durante el período liberal y profundizado con el neoliberalismo, no era tal. Ni siquiera era capaz de verlo.
Por eso se entiende la incapacidad de observar el racismo en sus mínimas expresiones. Se comprende que al ser parte de la cultura e, incluso, parte constitutiva de nuestro trato y de nuestras relaciones, de nuestro modo de pensar, identificar el racismo sea una cuestión difícil.
Sin embargo, lo que sorprende y cuesta entender es esa postura generalizada y reacia por demás para sostener y hasta defender las prácticas y el lenguaje racista. Sucedió recientemente con la disculpa que ofreció la dueña de la marca “María Chula” luego de una resolución de CODISRA. Nuevamente se presenta esa idea distorsionada de la sociedad y del país al afirmar que “todos somos guatemaltecos” y que es una exageración lo sucedido.
Pues no, no es cierto. El Estado de Guatemala, a pesar de la institucionalidad surgida a partir de los Acuerdos de Paz a favor del reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, perpetúa la desigualdad y la jerarquización social a partir de la pertenencia étnica.
Varios estudios demuestran el nivel de exclusión de los pueblos indígenas y la incidencia de ésta en la vida de las personas y en sus posibilidades para acceder a los servicios básicos. El más reciente, presentado por el ICEFI demuestra, por ejemplo, que mientras el Estado de Guatemala invierte alrededor de Q.6.90 diarios por cada persona ladina y mestiza, apenas destina Q3.10 diarios a personas indígenas.
Y ahí encontramos el triunfo del racismo sobre nuestras prácticas y lenguaje cotidianos, necesario para mantener al sistema económico de explotación basado en la diferencia racial. Al defender la existencia de las expresiones racistas que estigmatizan e invisibilizan a los pueblos indígenas, no se hace otra cosa que sostener, a través del discurso, una realidad que condena a la pobreza y a la exclusión política a la mayoría de la población que habita este país.
Miguel Ángel Alvarado Arévalo /
Actualmente existe una política de anteponer la discriminación racial sobre la económica. Pretenden eliminar dentro del imaginario la lucha de clases y convertirla en una lucha racial. El color blanco existe pero en Europa; 500 años de mestizaje produjeron una amplia pigmentación de la piel. Los indígenas mayas dejaron su traje regional, solamente las mujeres mantienen su traje, aunque una mayoría lo dejo (la ropa de paca es más barata). Algunos blancos, ladinos o mestizos como les clasifica, pretenden mantener el control de los indígenas atraves del Paternalismo, no le permiten a los grupos indígenas valerse por si mismos, como si no tuvieran las mismas competencias que cualquier persona. Con amigos así, para que quieren enemigos. Los argumentos de desarrollo de los mayas son racionales, los de sus defensores "ladinos, mestizos o blancos" son hepáticos. Pretenden hacernos olvidar que vivimos en un sistema capitalista caníbal. El mestizaje continúa... paró en los libros de texto, pero en la tealidad continúa.