La dijo hace cien años, en 1914, en parafraseo su texto “Recordar, repetir y reelaborar”, Nuevos consejos sobre la técnica del Psicoanálisis II. Hoy lo etiquetaría con #biendicho #esoexplicamucho.
El psicoanálisis se ha hecho cargo de la historización individual del que consulta, del paciente. Es decir, el cuestionamiento de la historia “oficial” de la persona. Esta fascinación con la historia es buena parte de lo seductor del psicoanálisis.
El psicoanálisis parte de la premisa que el comportamiento enfermo del presente tiene sus raíces y explicaciones en el pasado y que éste marca de manera importante lo que vemos y lo que no vemos. Pero mucho más importante: cómo reaccionamos a ello.
Hace algunos años, vino un familiar desde Canadá. Recuerdo la sorpresa que me dio su sorpresa de ver a tantas personas armadas. Particularmente la cara de extrañeza y miedo cuando en una moto vimos un guardia de seguridad con una escopeta pasar a la par nuestra. Tengo que admitir que yo no me había percatado de lo intimidante de la escena. Para mí era el equivalente al cuadro de la sala de mi casa, que forma parte de ella pero no determina su función. ¿O sí?
El anterior incidente quedó asociado a cuando por primera vez toqué el tema de trauma en una clase de posgrado en psicología en el que daba clases. Les pedí un ensayo de trauma-trans-generacional. Son los traumas que pasamos de generación en generación. Para mi sorpresa, el 80% de los ensayos eran sobre el conflicto armado de los 80. El grupo de alumnas estaba compuesto por miembros de una generación más joven que la mía. (Las generaciones se miden, a grandes rasgos, por decenios y agregando tres años hacia arriba o hacia abajo.)
Con las deficiencias intelectuales que se me achacan por ser rubia, tener ojos claros, haber estudiado en la Marroquín, etcétera, yo crecí en la Guatemala citadina de clase media de los 80. Mi tía paterna era catedrática de Derecho de la Universidad de San Carlos y había salido por esas fechas, a mis 7 años, de “manera confusa” del país.
Confusa para mí, como confuso fue cuando en el patio de la casa de mi abuela, yo repetí un chiste del presidente en aquel momento (cuyo nombre no me acuerdo), y los adultos en pleno se me tiraron encima para que callara, bajo amenaza de futuras golpizas. El terror de mis adultos era evidente, algo malo podía pasar si se escuchaba aquel chiste.
Elaborar estos recuerdos, recordar si se quiere; me permite llegar a otro punto. En esos tiempos, los que éramos niños urbanos, teníamos una sensación difusa de inseguridad, nunca quedaba del todo claro quién era el bueno y quién era el malo (necesaria organización de la realidad de un pequeño). Vivíamos en una “guerra sin cuartel”, con un peso particular del silencio y del secreto que todavía ahora me hace cuestionar lo que estoy escribiendo.
Todavía temo la posibilidad que aparezcan mis adultos y me den la golpiza prometida por la broma. Tal vez todavía siento el temor de que puedan desaparecer mis adultos o los secuestren en alguna carretera.
Esa guerra sin cuartel se verá reflejada en la repetición de mi vida cotidiana. No se tiene claro si el guardia de seguridad es bueno o malo, quién o cómo me va a asaltar, sin certeza de en quién confiar. Estamos des-sensibilizados y rodeados de armas, silencios y secretos a voces.
Repetimos la queja, como el lamento de la herida, pero parece que ya no nos acordamos cómo y cuándo empezó o por qué. Repetimos para no recordar, porque recordar es incómodo, doloroso, culposo e irremediable, recordar es endosarle la carga emocional al relato.
Pero así como irremediable es que ya pasó, como psicóloga he visto que el remedio viene de recordar en el “allá y entonces”, para que no revivamos en el “aquí y en el ahora”.
Quejarme y culpabilizar no aporta. La propuesta es que la historia de cada uno la hablemos, aunque incomode, que recordemos aunque duela.
von Ahn /
Estimada Claudia, excelente artículo. Felicitaciones, que bueno ver otro artículo suyo.