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11 Pasos

Egipto quiere que el delantero del Liverpool sea su presidente

En marzo los egipcios fueron convocados a las urnas. Llegaron escépticos porque, como de costumbre, ya todos sabían quién sería el ganador. Aun así, la jornada dejó una sorpresa. El segundo nombre más votado fue el de un tipo que no tiene más tribuna que la gramilla del estadio de Anfield; el 11 del Liverpool, Mohamed Salah.

11 Pasos

Ilustración: Diego Orellana

En la tierra de los faraones no hay mucha democracia que digamos. Cinco de los nueve presidentes que ha tenido en 65 años de independencia han sido militares. Gamal Abdel Nasser gobernó diez años igual que Anwar el-Sadat que gobernó hasta que fue asesinado; le sucedió Hosni Mubarak quien retuvo el poder treinta años. Casi el mismo tiempo que pasó Egipto sin clasificarse a una Copa del Mundo.

El país que más veces ha ganado la Copa de Naciones Africanas (7 en total) no ha tenido igual suerte en los campeonatos mundiales. La última vez que clasificaron a uno fue en Italia 90.  Después de eso vinieron 28 años de muy mala suerte porque siempre que llegaban los últimos partidos de la clasificatoria, el equipo pinchaba y terminaba quedando eliminado.

En noviembre de 2017 la pesadilla casi se vuelve a repetir. Recibían en el estadio de El Cairo a la selección de Congo y a falta de una jornada, tenían todo a su favor para asegurar la clasificación. De lo contrario tendrían que ir a ganarse el pase a territorio rival.

Metieron el primer gol pero a quince minutos del final, les empataron. El estadio había quedado silenciado bajo la noche del Nilo hasta que una falta en el área les dio un penal de último minuto. Esos once pasos suelen marcar para siempre la vida de los jugadores. Esos once pasos separan a los jugadores de los héroes y quien tomó la responsabilidad de patear ese balón frente a las 70 mil personas que llenaban el estadio, fue el goleador de la eliminatoria, Mohamed Salah.

No entiendo nada de árabe pero vale la pena ver el video original y escuchar al narrador una y otra vez mientras la gente salta en las gradas y grita, grita, grita como en 2011 lo hicieron desde la Plaza Tahrir.

Una revolución que llegó a la cancha

Durante cincuenta años en Egipto ha regido una Ley de Emergencia que le quita derechos a los ciudadanos para darle más poder a la policía. Una ley vigente bajo el pretexto de impedir el arribo al poder de grupos islamistas pero que de paso, ha servido a los militares para aferrarse a los cargos.

Con esa ley en la mano fue que Mubarak gobernó durante 30 años hasta que en 2011 llegaron a Egipto las olas de una serie de revoluciones en el mundo árabe. En enero de aquel año, cuatro personas se quemaron vivas para denunciar la corrupción y el abuso de poder. Lo que siguió fue una serie de protestas tan multitudinarias que luego de tomar la plaza, desobedecer toques de queda y hacer camitas épicas, llevaron a Hosni Mubarak a renunciar al cargo para más tarde ser condenado a cadena perpetua.

Aquella crisis social alcanzó al fútbol. El 1 de febrero de 2012 se enfrentaban dos equipos del campeonato local. El Al Ahly, afín a los manifestantes y el Al Masry, fiel a Mubarak. Los seguidores de estos últimos se metieron a la cancha armados con cuchillos para atacar a los jugadores rivales. El estadio fue un campo de guerra. El ejército envió helicópteros para evacuar a los heridos. Al final 74 personas murieron y 500 resultaron heridas. Los goles poco importan. El hecho quedó inscrito para la historia como la Tragedia de Puerto Saíd.

Tras la salida de Mubarak hubo elecciones pero el ganador, Mohamed Morsi, sólo duró un año en el cargo. Pertenecía a los Hermanos Musulmanes, una organización política de corte islámico a la que Egipto y las potencias mundiales acusan de haber creado a Al-Qaeda y otros grupos terroristas.

Los militares le dieron un golpe de Estado, declararon ilegal a la organización y catalogaron como terrorista a todo aquel que la apoyara. Incluyendo a Abu Trika, un jugador apodado “el Zidane egipcio” que alguna vez fue la estrella nacional.

Salah para presidente

Hoy el estatus de estrella lo ocupa Mohamed Salah, el hombre que logró saltar al fútbol europeo cuando su país se hundía en la crisis. Deslumbró en el fútbol belga donde protagonizó su único acto político. Se había negado a jugar un partido porque decía que dejar que la policía de israelí fichara su pasaporte era reconocer al Estado que “usurpa” tierras palestinas. Al final viajó pero en vez de la mano abierta, saludó con el puño a sus rivales.

A Salah le tocó madurar y fue fichado por el Chelsea pero en esos equipos grandes y millonarios hay poca paciencia para pulir nuevos talentos. Lo mandaron a Italia, se abrió paso como goleador en la Fiorentina y luego llegó a la Roma para llenar el vacío que dejaba Francesco Totti con su retiro.

Hacía falto algo para que el faraón desempolvara por completo su talento. Hay jugadores que no estallan hasta encontrar al entrenador adecuado, como un hombre sediento de iluminación que espera encontrar a su maestro. El de Salah, fue Jürgen Klopp. El tipo que hace un lustro deslumbró con un Borussia Dormunt que, contra el fútbol de “orquesta sinfónica” de Guardiola, ofrecía un “rock vertiginoso”.

Klopp, experto en tomar jugadores de bajo perfil y crear superestrellas lo llevó al Liverpool para integrar un tridente mortal con Mané y Firmino.

El ciclo de Salah es impresionante. En dos años devolvió a su selección a una Copa del Mundo y volvió a meter al Liverpool en lo más alto de la Champions League, para intentar arrebatarle al Real Madrid la posibilidad de ser tricampeón de Europa.

Su pelo murusho, su barba espesa y la silueta del jugador que juega con la manga larga agarrada a los pulgares, ya es una imagen consolidada. En una Europa obsesionada con el temor al terrorismo islámico, Salah derriba tabúes hincándose para orar en dirección a La Meca mientras el estadio le respeta el momento guardando silencio unos segundos para luego romper en ovación.

En su país es todo un símbolo. Fue por eso que el pasado 30 de marzo, cuando los egipcios fueron convocados para reelegir como presidente al mariscal Abdelfatá al Sisi, un millón prefirió escribir el nombre de Mohamed Salah en la papeleta.

 

Por fanatismo o protesta, el nombre de Salah se fue colando en las boletas.

 

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