En una casita de Belém, en Brasil, un burócrata aficionado a la literatura nombró a sus tres primeros hijos en honor a los filósofos griegos Sóstenes, Sófocles y Sócrates. Éste último era el mayor de todos.
Muchacho privilegiado. Creció alternando los libros y la pelota en tiempos en que su país era más balas que samba. En 1964 un golpe militar derrocó al presidente Joao Goulart y el niño Sócrates vio como su padre quemó la biblioteca para no ser capturado por disidente.
Así fue como decidió alternar los libros y la pelota, con la política. Cuando se graduó en la universidad de Sao Paulo como doctor en medicina ya era un indiscutible en el once inicial del Botafogo F.C.
Socialista convencido. Alto y flaco, de piernas largas y pies chicos. En el campo parecía una de esas cigüeñas tuyuyú que habitan en los márgenes del río Paraná. Desgarbado, de pelo murusho y barba de días. La suya era una belleza elegante. Una rareza.
Rareza. Pelé decía que Sócrates jugaba mejor para atrás que para adelante. Su pegado particular era el taconazo. Una malformación le permitía meterle a la pelota más fuerza de lo normal cuando le pegaba con el talón.
Era lento, mitad por su físico y mitad por el tabaco, pero su aporte al jogo bonito era su clase para tocar la pelota, para distribuirla desde el medio campo y poner a correr a sus compañeros. Líder innato, tenía visión periférica y don de mando.
Por eso cuando llegó al Corinthians en 1978, llegó para transformarlo. Para hacer de la cancha una tribuna. Como el Sócrates griego, el Sócrates brasileño abogó por una democracia verdadera.
La camisola como pancarta
Brasil a principios de los ochenta, hiperinflación y muchos muertos. Aún hoy no existe una cifra exacta sobre la cantidad de víctimas de los 50 años de dictadura militar. No eran buenos tiempos tampoco en el Corinthians, muchas deudas y poco fútbol.
Los malos resultados requerían cambios brutales y esos cambios llegaron en 1982 de la mano de “un joven sociólogo con ideas revolucionaras para la administración deportiva”[i]. Se llamaba Adílson Monteiro. Aquel muchacho de inmediato conectó con una plantilla de jugadores rebeldes y políticamente comprometidos. Además de Sócrates estaba Wladimir y Casagrande. Los cuatro pusieron en marcha el mayor experimento deportivo que ha existido en el fútbol brasileño.
En tiempos de dictadura decidieron que el fútbol serviría para mostrarle a la sociedad el sabor de la democracia. Autogestión deportiva. Le arrebataron el poder a los directivos y se los dieron a todo el club. Todos, desde el presidente a los jugadores, pasando por los técnicos y los utileros, votaban para decidir las alineaciones, la estrategia, los uniformes y las reglas dentro del vestuario.
En los primeros días la afición abucheó a Sócrates y él respondió dejando de celebrar sus goles. Sólo era cuestión de tiempo para que aquella democracia rindiera resultados. Primero vino la final del campeonato paulista en 1982 y luego un bicampeonato entre el 82 y el 83.
Y en esos años también llegó la reorganización popular y los jugadores la apoyaron con las camisetas. En la dorsal, arriba del número, los nombres de los jugadores fueron sustituidos por consignas políticas: “Quiero votar para presidente”, “Elecciones Ya” y la más famosa: “Democracia Corinthiana”, un término acuñado por el encargado de marketing del club.
La dictadura protestó, los jugadores resistieron.
El experimento corinthiano duró tan poco como suelen durar las comunas libertarias y autogestionadas. En 1984 el club volvió al antiguo modelo de gestión para permanecer en el club de los 13 equipos brasileños más importantes, club que exigía la figura de un presidente con plenos poderes de decisión.
Sócrates se fue, fichó para la Fiorentina donde aprovechó para “leer a Antonio Gramsci en su idioma original”. En 1985 la dictadura militar llegó a su final con una convocatoria a elecciones.
Una samba para el doctor
Sócrates siempre dijo que aquellos años fueron los más exultantes de su vida. Su condición de ídolo le permitió ser voz para las mayorías. Lo mismo salía a la cancha que se subía a la tarima en una manifestación. “Sabíamos que estábamos participando de algo más que en un simple partido de fútbol. Luchábamos por recobrar la libertad en nuestro país”, sentenció alguna vez el doctor.
Hubo quien creyó que ese compromiso político le quitó un futuro más brillante en el fútbol. Tampoco quiso ese futuro en la política y le dijo “no” a Lula da Silva cuando lo invitó a presentarse como candidato a diputado.
Para él, el deporte siempre fue una cosa pasajera. Lo disfrutó hasta que pudo, en 1989, en el club que lo vio nacer, el Botafogo. Como entrenador no tuvo mayor gloria.
Fundó un centro pediátrico popular y un hospital para atletas. En su retiro se la pasó escribiendo columnas de opinión que alternaban, como siempre, entre la pelota, la literatura y la política. Probó suerte como pintor y de vez en cuando escribía poemas que sus amigos convertían en canciones.
Vivió como quiso y murió como quiso, a costa del tabaco y el alcohol, en 2011, un domingo de diciembre en que el Corinthians salió campeón.
Siempre le dio igual no haber ganado ningún título con la canarinha. “Ganar o perder pero siempre con democracia”, decía Sócrates el doctor, el mediocentro.
[i] Ribeiro Gilvan. “Casagrande y sus demonios”.
Hugo Cardona /
Genial artículo. Me agrada cuando Wotke saca sorpresas como esta. Sócrates; toda una leyenda brasileña que de hecho estuvo en Guatemala a finales de los años 90 impartiendo clínicas de fútbol en el estadio La Pedrera (Ahora cementos Progreso). Como estudiante de esas clínicas y también de ciencia política, humildemente me identifico con este gran tipo brasilero. Gracias por compartir algo de su legado.