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La vida en pausa de los damnificados de Sacatepéquez

Más de 700 personas concentradas en tres albergues de Alotenango. Adultos deprimidos, niños en una escuela sin clases, preocupación por el manejo de los víveres. La Conred admite que no estaba preparada para los efectos del desastre.

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Una mujer, con la mirada perdida, en el albergue de Alotenango.

Foto: Carlos Sebastián

Los niños están en la escuela las veinticuatro horas del día. Pero no van a clase. Son los niños del albergue de San Juan Alotenango (Sacatepéquez), un municipio a 8.5 kilómetros del Volcán de Fuego, que hace cuatro días era un centro educativo. Evacuados de sus comunidades con sus familias, a las nueve de la mañana están concentrados en el patio de la escuela, como en una ficticia hora de recreo.

Dos voluntarios organizan una competencia de velocidad. Gritos y risas invaden el patio. Después, reparten una hoja que arrancan de un libro de dibujos. De una bolsa de plástico sacan los crayones de cera y los niños se tiran al suelo para colorear. Santiago Marroquín, profesor de educación física de la Escuela Méndez Montenegro, es uno de esos voluntarios. Es dinámico y comunicativo, los niños lo reconocen y le pasan tocando el estómago para bromear cuando lo ven. Apoya a las 700 personas, entre niños y adultos, que ahora viven en la escuela en la que él daba clases hasta el 3 de junio, en la que casi tres mil niños dejaron de asistir hasta quién sabe cuándo.

— Los niños necesitan un ambiente de entusiasmo, no tienen por qué saber los problemas, dice el profesor de Educación Física.

En el centro de Alotenango (Sacatepéquez), frente a la Municipalidad, la Iglesia y el parque, está la escuela que desde el 3 de junio funciona como albergue para las familias que fueron evacuadas tras la erupción del volcán. El anexo de la escuela, ubicado a unas pocas casas, y el colegio Alfa y Omega, son también albergues. El ejército vigila las entradas.

Han pasado cinco días desde que el Volcán de Fuego hizo erupción. Los cuerpos de 109 víctimas han sido encontrados entre los escombros. Sin certeza, el gobierno dice que son 192 desaparecidos. Y 3,600 personas en los albergues. La vida en las comunidades alrededor del volcán desapareció o quedó en pausa.

 

Una cinta amarilla y tres soldados son el primer filtro para entrar a la escuela Mario Méndez Montenegro, uno de los tres albergues habilitados para los afectados en Alotenango, Sacatepéquez, por la erupción del Volcán de Fuego.

Un cordón amarillo restringe el acceso del albergue principal. Tres militares vigilan la entrada. Uno de ellos dice que el ingreso está prohibido, luego dice que sí, pero que hay que esperar. Un delegado de la Secretaría de Obras Sociales de la Esposa del presidente (Sosep) se acerca para decir que los medios de comunicación ingresan por grupos, siempre acompañados por un miembro de Sosep y que no se permiten preguntas sensibles sobre la tragedia. Cuarenta minutos después, los reporteros entran, pero los delegados de la Sosep no acompañan.

Dentro, el profesor Santiago Marroquín está más preocupado por los adultos porque les ve deprimidos por la falta de certeza sobre el futuro:

Del adulto, nadie se encarga. Llevan cinco días encerrados con la psicosis de cómo está su casa.

Historia de un vestido

Santiago Marroquín se refiere a adultos como Leonarda Acajabón. Hace 96 horas que esta mujer, de 69 años, trae puesto el mismo vestido azul de botones dorados y el mismo delantal rojo con cuadritos blancos encima. Son las únicas prendas que tiene. Desde hace 96 horas, no ha parado de dar vueltas para todas partes saber cuándo volverá a casa. Entre tanta vuelta, olvidó cambiarse de ropa.

En el aula 9 de la escuela, vive ella con 22 personas. Son las familias Cobar Chon, Acajabón, Pamel Catalán y los Acajabón. El domingo, buscó ayuda para huir con sus hermanos, todos de la tercera edad, para escapar de San José Las Lajas, comunidad de la que las autoridades desconocen si quedó completamente destruida porque no pudieron acceder.

Longina, su hermana mayor, está postrada en una cama. Para escapar de la tragedia, logró que un carro de la policía las sacara de la comunidad a tiempo. Ahora, Leonarda, una mujer de estatura pequeña y voz suave, no sabe si podrá regresar a su casa y está preocupada por sus animales. Gallinas, patos y un marrano que no sabe si murieron por la ceniza del volcán. O de hambre, dice.

 

Cuatro días después de la tragedia, Leonarda Acajabón, trae puesto el vestido azul que se puso el domingo, cuando el Volcán de Fuego la obligó a huir de su hogar en el caserío San José Las Lajas. Por la preocupación no se ha cambiado. Se pregunta si sus animales habrán sobrevivido.

Adultos y niños entran y salen del salón de clases. En una esquina, acostada en un catre y cubierta con una frazada está Leonarda Acajabón. Baña y alimenta a su hermana a su hermana Longina. Sobre ella hay una docena de escritorios mal apilados para hacerle espacio al catre donde duermen. Parece que cualquier movimiento puede provocar que caigan, así que se mueven con cuidado para no lastimarse.

En cada aula, viven veinte personas aunque en el aula de Leonarda Acajabón hay 22—, con catres, colchones, frazadas y ropa para cada familia. Las aulas de la escuela son pequeñas y en cada una conviven hasta seis familias. El plan del COE (Centro Operativo de Emergencia), integrado por Conred y todas las instituciones del Estado, es darles pocas cosas a los afectados. Su lógica es no abarrotar el espacio.

“Sería un alboroto, crearíamos problemas de seguridad”, dice Geovanny Godoy, delegado en Sacatepéquez de la Coordinadora Nacional de Desastres (Conred).  Frente al albergue, en el segundo nivel la pileta municipal, están instalados los miembros del COE. Decenas de personas corren de un lado para otro. Allí llegan los voluntarios, los víveres, los funcionarios, los albergados. Godoy está allí desde el domingo.

¿Los funcionarios se roban víveres?

En los albergues de Alotenango es la Municipalidad de Alotenango la que maneja y distribuye los víveres. Pero durante la visita al municipio, varios voluntarios de los albergues se acercaron para denunciar que vieron a personal de la Municipalidad agarrar para ellos zapatos que fueron donados, además de víveres. Ante esa percepción, algunos picops que llegan este 6 de junio con alimentos,  los entregan directamente a los evacuados.

También hemos escuchado esos comentarios. Estamos tratando de ser lo más transparentes posible, dice Godoy.

La recepción y entrega de víveres está concentrada en los centros de acopio administrados por la municipalidad de Alotenango. La duda de muchos ciudadanos es cómo puede garantizar la Conred la entrega de los insumos a la gente, pero Godoy está confiado: “Aquí estamos hablando de intereses políticos, pero cuando esto merme, toda la ayuda va a llegar a las familias, aquí no va a quedar nada”, dice mientras señala la bodega donde donde se almacena la ayuda para los afectados. Todo el tiempo hay camiones, picops y personas entregando bolsas y cajas de alimentos, ropa y otros enseres.

 

En el centro de acopio más grande en Alotenango, la Municipalidad es la responsable de administrar las toneladas de víveres que donaron los guatemaltecos para los afectados por la erupción. De momento las familias en el albergue solo reciben raciones diarias.

Nunca estuvimos preparados para la catástrofe. El volcán era nuestro aliado, nuestro atractivo turístico… El problema que tenemos ahora son los albergues”.

Un listón rojo por familia

Las familias llevan un listón rojo que sirve para identificarlas como parte del albergue. Se lo puso la COE. Las autoridades entregan a las familias los alimentos y víveres que, según sus cálculos, necesitan para un día. El resto se queda almacenado. La comida se reduce a la mínima expresión en el interior del albergue. Conred quiere evitar brotes epidémicos.

Para dar alimento a las familias afectadas, la Fundación Castillo Córdova, brazo social de la Cervecería Centroamericana, cocina bajo un toldo 700 raciones de desayuno, almuerzo y cena para los tres albergues. En los tres tiempos, el menú tiene como ingrediente principal Protemás, un sustituto de proteína.

Como le sucede a Leonarda Acajabón, que lleva el mismo vestido desde hace 96 horas, la mayoría de afectados sólo tienen la ropa que traen puesta y la que reciben de donación. Aunque hay una pileta frente a la escuela donde pueden lavar la ropa, no tienen dónde ponerla a secar.

Los voluntarios reciben un gafete tras presentarse con su Documento de Identificación Personal (DPI) a la Oficina de Coordinación de la Municipalidad de Alotenango. Solo el 7 de junio, llegan unas 500 personas.

Hay tanta gente tratando de jugar con los niños y niñas para que se distraigan, que las autoridades deciden sacarlos al parque para que convivan en un espacio abierto. Allí, Santiago Marroquín, el entusiasta profesor de Educación Física, junto a otros voluntarios, les pintaron la cara de colores y reparte globos en forma de espada y mariposas.

Empieza un show de payasos, mientras en una esquina del patio una persona pone una veladora con la fotografía de tres jóvenes. En la foto pone: “Ofny, Gabriel, Hugo, los extrañaré”.

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