En la arena de gimnasia del parque olímpico de Barra de Tijuca en Río de Janeiro resuenan ruidos de toda índole: la voz que anuncia a las competidoras y sus calificaciones, los vendedores de pipoca (o palomitas de maíz, como le decimos en México), los gritos del público y las voces de los comentaristas y periodistas. Sin embargo, hay sonidos a los que ninguna transmisión de televisión les hace justicia: los que provocan los movimientos fuertes y violentos de las gimnastas en los aparatos. Es la primera vez que tengo la oportunidad de ver (y transmitir para todo el continente) una competencia de gimnasia en vivo. La capacidad física de estas mujeres es algo que pocas veces he visto en un deportista. El impulso brutal con el que alcanzan la altura para volar por los aires y a la vez ejecutar giros, saltos y aterrizar con gracia y control parece originado por una máquina, no por un humano.
El deporte no significa únicamente la competencia o los números estériles que gustamos de comparar los especialistas (con lo que únicamente logramos ahuyentar a nuevas audiencias en vez de atraerlas), sino es un continúo perfeccionamiento de los movimientos corporales. Significa también el entendimiento de la importancia de la autonomía física y la racionalización de los alcances de nuestro cuerpo. Conlleva entender que mi cuerpo me pertenece y puedo saber perfectamente hasta dónde llevarlo y qué puedo hacer con él. Podría pensarse que otorga la seguridad suficiente de saber que puedo correr, saltar, cargar o empujar en caso de ser necesario.
En la antigüedad, la práctica deportiva era un eje central de la vida de los griegos, dada la importancia que daban al culto al cuerpo y a la estética. Practicar deporte con maestría es también una manifestación estética.
Ahí estaba Alexandra Raisman, capitana del equipo de gimnasia de Estados Unidos, campeona por equipos en Londres, oro en suelo y bronce en la barra de equilibrio también en la capital inglesa.
Finalmente logró subir al pódium con una medalla más: fue un momento emotivo y lleno de éxtasis. ¡Cuánto sacrificio, dolor, tiempo y dedicación invertidos para este instante! Ahora pienso en aquel día y estas palabras adquieren una dimensión distinta. Detrás de las lágrimas de emoción y orgullo de Aly se encontraba una oscura historia que, hasta ahora, la involucra a ella y a otras 140 gimnastas.
Larry Nassar, médico del equipo de gimnasia de los Estados Unidos (uno de los deportes insignia de dicho país en Juegos Olímpicos y mundiales), había abusado sexualmente de incontables deportistas a lo largo de más de dos décadas. Aprovechándose de la relación de confianza que inicialmente establecía con las gimnastas, este depredador sexual les decía a las atletas, algunas de ellas incluso menores de 13 años, que debía “aplicarles tratamientos”.
El recuento escalofriante de las gimnastas no termina ahí, si no que se conjuga -como en casi todos los escándalos de abuso sexual masivo- con la omisión de las autoridades en todos los ámbitos de acción. Las atletas acusan que la Federación Estadounidense de Gimnasia las ha abandonado y no ha sido lo suficientemente rigurosa luego de lo acontecido.
En todos los ámbitos resulta doloroso, indignante y enfurecedor ver el mismo modus operandi de parte de todos los involucrados: abusadores, autoridades, prensa, público, etc. Sin embargo, hay una precisión importante en los casos que se dan en el círculo del deporte (especialmente de alto rendimiento) y es que el mismo cuerpo que ha sido objeto de tanto abuso es aquel que significa la herramienta de trabajo y éxito para las víctimas. Las deportistas que han pasado por esta clase de abuso son esclavas de sus propios cuerpos. Ese mecanismo de autonomía y fortaleza se convierte también en la prisión que resguarda oscuros secretos, profundos miedos y ha sido fracturada sin que ellas siquiera supieran que eso estaba sucediendo.
Siento escalofríos al recordar la arena de Río en donde los ojos se me llenaban de lágrimas ante la maestría de esta gimnasta legendaria; porque ahora sé que horas antes de saltar a escena para dar una de las más grandes muestras de culto al cuerpo y a la estética, sucedía lo opuesto: alguien rompía todo eso para recordarle a una jovencita que sin importar cuánto lo intentara, su cuerpo no era suficiente para correr, saltar, cargar o empujar en caso de ser necesario.
0
COMENTARIOS