Se me ocurren pocos momentos tan detestables cosas como la parte de la consulta médica en la que te preguntan cuándo fue la última vez que tuviste la regla.
He menstruado durante más de la mitad de mi vida y, a estas alturas, ya debería saber que una buena manera de pasar el tiempo en la sala de espera es buscar las fechas exactas. Si no por perder menos tiempo en la cita hurgando en mi celular, al menos por evitar los prejuicios seguramente asociados a mi ignorancia.
Ahora: yo pertenezco a un sector demográfico que tiene el lujo de no necesitar tener acceso inmediato a estas fechas. Puedo liberar el espacio mental que toma recordar con exactitud las fechas de regla, las predicciones de ovulación y las ventanas de fertilidad. Este lujo no lo comparten quienes tratan de concebir, o quienes tienen que enfocar muchos de sus esfuerzos en tratar de no concebir.
Parecería que éste es uno de los problemas en los que una intervención tecnológica simple podría hacer una diferencia abismal. Una tecnología que permita calendarizar y hacer conteos básicos. Y supongo que, en las vidas de mujeres mucho más sensatas que yo, sí la ha hecho.
Pero yo en lo personal he resistido recurrir a estas aplicaciones que, más que ser una solución simple a un problema cognitivo puntual, se han convertido en un sector que día con día se afianza en la industria masiva de servicios de salud sexual y reproductiva de mujeres.
Y es que, si lo pensamos, ¿cuál es la estrategia detrás de registrar en un diario electrónico nuestra temperatura basal, la consistencia de nuestro moco cervical? La promesa de estas aplicaciones es que, si tan sólo cuantificamos nuestros cuerpos lo suficiente, podremos entender El Misterio que constituyen nuestros aparatos reproductivos. Controlaremos nuestros ciclos y, por ende, nuestras vidas.
El propósito de esta columna no es disuadir a ninguna usuaria de estas aplicaciones; se trata más bien de explorar algunas de las cosas que una aplicación de celular nos puede decir del patriarcado y las distintas opresiones de género.
En primer lugar, tenemos que hacer explícito el hecho de que las soluciones para cálculos y registros de ciclos menstruales y de fertilidad son creaciones de empresas pequeñas. Apple, a pesar de incluir campos de salud reproductiva en su aplicación de salud nativa al iPhone, delegó la oferta de estos servicios a terceros. Google, que se atrevió incluir un contador de calorías en Google Maps hasta que llovieron críticas, no ha hecho modificaciones a sus aplicaciones de calendarios. Otra vez queda en evidencia que la salud de las mujeres no es un tema prioritario para quienes desarrollan las tecnologías que consumimos diario.
El siguiente punto es un tanto obvio para una columna feminista: la identidad de marca de todas las aplicaciones relacionadas con menstruación y fertilidad. Este rincón de la tienda de aplicaciones está lleno de flores, colores pastel y lenguaje binario. Y, aunque creo en la importancia de defender el ser mujer, mujer menstruante, como categoría política, también creo firmemente en conceder a través del lenguaje que hay realidades que las categorías más representadas no logran abarcar. Estas aplicaciones en general no están haciendo el esfuerzo.
En un año en el que en el discurso público oímos más y más de los problemas de privacidad en los servicios que usamos, desde Facebook y Cambridge Analytica hasta la lluvia de correos sobre políticas de privacidad que nos llegaron en abril y mayo, es obligatorio preguntarnos qué pasa con la información que ponemos en estas aplicaciones. ¿Quién puede acceder a ella? ¿Se usa con fines comerciales? ¿En qué consiste este uso?
No hay una respuesta simple que abarque a todos los servicios. Clue, una de las aplicaciones más populares, tiene una página que explica con lujo de detalle el uso que hacen (por mucho, la mejor explicación de todos los servicios que revisé). Y, al ser el producto de una empresa constituida en Alemania, tiene que seguir las regulaciones de privacidad de la Unión Europea (otro punto a favor). En Estados Unidos, por ejemplo, hay una estricta directiva de datos de salud que deben seguir los servicios que pretenden usar estos datos para la investigación. El diablo está en los detalles, sin embargo, y recomiendo a todas las usuarias indagar estos detalles sobre las aplicaciones que usan.
Las integrantes de Coding Rights, autoras de una lectura obligatoria sobre el tema: Menstruapps
Pero la privacidad no es sólo un tema corporativo. ¿A quiénes les compartes los datos que están en tu aplicación, y qué implicaciones tiene que lo hagas? Creo que muchas de nosotras hemos compartido, de manera analógica o a través de estas aplicaciones, información de nuestros ciclos menstruales a nuestras parejas. Tristemente, la información es poder, y en un mundo en el que todas somos víctimas de violencia de pareja en potencia, ésta es una fuente más que debemos tener en mente.
Independientemente de si decidimos llevar registro puntual de todos los datos de nuestros ciclos menstruales, o de si lo hacemos en un diario de papel o en una aplicación de teléfono, no sobra preguntarnos dónde encajan estas prácticas en el sistema de tecnologías reproductivas.
¿Será que estas tecnologías nos ayudan a vivir vidas más autónomas, más empoderadas, o sólo responden a oportunidades económicas?
Y, si no nos ayudan, ¿cómo son exactamente las tecnologías feministas que merecemos?
Laura Álvarez /
No sé mujer, jamás me cuestioné mucho la elección de color, estética o nombre, lo atribuyo al afán de mercadeo de querer acapararnos como usuarias, tampoco me incomoda. Razón te doy en el uso de la información, me he dado cuenta que me envían encuestas cortas, sobre el SPM, sobre el flujo, deseo sexual, calidad de menstruación, y me envían información relacionada a los mismos.
Asumo que monetizan mis respuestas a cambio de un espacio donde pueda guardar registro de esto y de aquello.
Revisaré las políticas de privacidad.