Empecemos por esta pregunta: ¿por qué hay tanto acosador?
Para acosar es necesario que haya una desigualdad de poder en el contexto y momento del acoso. Esa desigualdad es la condición de posibilidad necesaria para acosar y puede cambiar según el contexto. Por ejemplo, una ingeniera no le temerá a los trabajadores de una obra en construcción que son sus empleados, pero si se encuentra a uno de ellos de noche, borracho, en una calle oscura y desconocida en donde ella se encuentra sola, la balanza de poder cambia.
Todos los gremios son machistas y tienen sistemas de poder desiguales que permiten el acoso y la violencia, pero esto se hace más fácil en gremios como la literatura, el cine, el teatro o el periodismo, en donde hay centinelas (gatekeepers) que deciden quién pasa y quién no a criterio personal.
Además, en estos gremios hay un culto a la personalidad, a los genios a quienes se les perdonan sus faltas morales y éticas por su supuesta genialidad. Estos contextos de concentración de poder y permisividad con el machismo son caldo de cultivo para la violencia de género.
¿Qué es el escrache y por qué se hace?
En enero de 2019 dije en mi columna de El Espectador: “El escrache, una forma de protesta, sobrevivencia y sanación; una estrategia de sanción y castigo social (tiene un doble filo) y denuncia pública, que ha cobrado relevancia en los últimos años debido a las denuncias por acoso y abuso sexual que han empezado a surgir gracias a un larguísimo trabajo de desestigmatización de la violencia de género que han hecho las feministas. El abuso sexual, la violencia doméstica y el acoso siempre han existido, pero el costo de decirlo en público se ha bajado unos milímetros y las mujeres por fin empezamos a hablar.
El escrache no es perfecto: nos expone a la revictimización y amarra nuestra identidad por siempre a esas denuncias, pero por lo pronto es lo que hay. ¿De quién es la culpa de que no haya mejores opciones? De nuestra sociedad en colectivo en donde apenas importan las vidas de las mujeres.”
Por supuesto hay alternativas al escrache como la justicia penal, el chisme, el reclamo directo y en privado, y todas siguen siendo legítimas y además las mujeres las conocen. La pregunta entonces es ¿cuáles son las limitaciones de esas alternativas que hacen que la sociedad recurra de forma colectiva y masiva al escrache?
¿Cuáles son los antecedentes del escrache?
Un escrache es gritar en público, en internet o en la calle, para denunciar a alguien.
Dice Wikipedia que la palabra escrache se empezó a usar políticamente en 1995 en Argentina por la agrupación de derechos humanos HIJOS para denunciar la impunidad de los genocidas liberados por el indulto del expresidente Carlos Menem. En Chile a estas denuncias públicas se les llamó funa, en Perú se les llama roche y en Venezuela ha sido una estrategia usada para denunciar abusos de funcionarios del gobierno.
Y por supuesto ésta ha sido una estrategia usada por las mujeres para contar sus experiencias de violencia que no obtuvieron justicia por los conductos institucionales. Quizás uno de los casos más antiguos de escrache feminista conocido lo hizo Flora Tristán contra su ex marido, quien intentó matarla. Pero el escrache se ha convertido en un recurso popular en los últimos años porque las estructuras para viralizar información en las redes sociales resultan muy favorables para estas acciones. En Brasil en 2015 hubo una ola de denuncias bajo la etiqueta #MeuPrimerAsedio que se relanzó en abril de 2016 en México y Latinoamérica como #MiPrimerAcoso y casi en paralelo en México hubo una ola de escraches en el gremio del teatro seguidos de paredones de escraches en varias universidades. Luego la activista afroestadounidense Tarana Burke lanzó el movimiento #MeToo en Estados Unidos y el ejercicio tuvo fama internacional cuando fue apropiado por Hollywood.
¿Por qué hay tsunamis de escraches?
La violencia que vivimos las mujeres lleva muchos años en silencio y nuestra sociedad está llena de costumbres e ideas que la encubren y perpetúan; nunca habíamos hablado pública y colectivamente de esto. No quiere decir que no nos importa si en medio de la ola de denuncias hay denuncias falsas; seguro las habrá por pura probabilidad, y lo ético es que evaluemos caso por caso.
Se estima que solo el 2% de denuncias por violencia de género son falsas, pues el costo de la denuncia es altísimo para las víctimas, esto quiere decir que si creemos en una denuncia tenemos el 98% de probabilidad de acertar. Claro en contextos de las denuncias masivas el costo de la denuncia baja, pero como estos fenómenos son recientes todavía no contamos con cifras. Pero no podemos controlar a todas las personas que se suman a las denuncias, lo que está pasando es un fenómeno social que más parece un fenómeno natural, como un tsunami.
Es más fácil hablar si todas están hablando. Hablar en público de estas agresiones también permite identificar agresores reincidentes (el mejor ejemplo es Felipe Oliva), como son la mayoría, porque una vez tienes el poder para acosar o violentar a alguien impunemente pues lo más probable es que lo tomes por costumbre.
¿Es todo lo mismo?
No, no es lo mismo el acosador de cóctel que el jefe que te ofrece un ascenso a cambio de una mamada. No es lo mismo una frase lasciva que un beso a la fuerza. Hay grises, hay cosas que solo son culeradas, ha habido polvos en los que yo me he sentido usada pero que son malos polvos, no una violación.
No es lo mismo tu novio machista que te mete cachos y te hace comentarios machistas al que te encierra y te controla el dinero. En todo caso a mi nadie me puede decir que no puedo contarle a mundo mis malas experiencias sexuales o a callarlas.
Esta jerarquización requiere una conversación pública y por eso está bien que las mujeres hablemos. Entre otras cosas porque en la violencia género suele haber reincidencia y escalamiento por parte de los agresores que se salen con la suya, como ha dicho la organización La Casa Mandarina AC “la violencia sexual no es un accidente, es un acto de poder en el que una persona decide hacer algo para tener poder sobre otra, usualmente generando una situación de confianza y confusión premeditada por el agresor.”
¿Todo merece sanción penal? No, además la justicia institucional es decir, patriarcal, está de la verga, nos ha fallado a las mujeres una y mil veces. ¿Todo merece la misma sanción social? No, a nosotros como sociedad nos corresponde leerlo todo, discutirlo, analizarlo, ponderar.
Tan no es todo lo mismo que aun no salen escraches a las vacas sagradas, los hombres con más poder en México o en América Latina. O son intachables todos, o están blindados. Sospecho que es la segunda. Porque no todos los escraches afectan a todas las personas; los privilegios y el poder siempre cuentan.
¿Qué le podemos exigir a las víctimas?
Las víctimas están hablando desde su experiencia y tienen derecho a contarle al mundo las cosas que les han pasado y les han dolido. No les podemos hacer exigencias periodísticas (esas son para los medios de comunicación). No tienen que tener lista una propuesta de política pública, ni siquiera tienen que saber que quieren lograr con su denuncia. La mayoría solo quiere poder decirlo en voz alta para no tener que seguirlo cargando en silencio.
Las exigencias no deben ser para las víctimas, deben ser para la sociedad, los agresores, el Estado. Denunciar no es cómodo, no es fácil, es doloroso y reparador y revictimizante. A las víctimas podemos admirarlas, apoyarlas, creerles.
Las consecuencias del escrache no son culpa de las denunciantes. Eso sería como decir que si alguien me roba la billetera y yo grito “¡agárrenlo, ladrón!”, y en consecuencia una turba furiosa agarra y mata al ladrón, yo soy la culpable de su muerte. Y claro, el contexto siempre importa, no es lo mismo ser una turista que grita “¡ladrón!” en el zócalo de la CDMX, que gritarlo frente a un grupo de paramilitares en una zona rural colombiana. Siempre, antes de una denuncia pública, es necesario evaluar la relación de poder entre víctima y agresor. Muchas víctimas se ven obligadas a callar porque hemos construído una sociedad capaz de linchar a los ladrones e indultar a los acosadores y abusadores sexuáles. ¡Démonos palmaditas en la espalda!
No podemos poner pesos desproporcionados en las víctimas y tiene que quedar claro que las denuncias por violencia machista son siempre consecuencia de las acciones del agresor. Como dije en enero en El Espectador “El hecho de que algunos agresores no tengan las condiciones y herramientas para manejar el repudio social que despiertan sus actos, el hecho de que nosotros como sociedad no sepamos comportarnos cuando pedimos pan, circo y sangre, no es responsabilidad de las denunciantes. No podemos evadir nuestra responsabilidad como sociedad exigiéndole a las víctimas que vuelvan a quedarse calladas. Nosotros tenemos que ser capaces de hacer un repudio social sin poner en jaque la vida de nadie. ¿Qué pasaría si nos enfocáramos en reparar a las víctimas en vez de castigar a los agresores? ¿Cómo sería esa reparación en cada caso? ¿Qué vamos a hacer para que el escrache no sea la alternativa siempre?”
¿El escrache viola los derechos de los agresores?
Me parece que la presunción de inocencia es un término judicial que no en absoluto para las denuncias sociales. Los derechos que se enfrentan aquí son el derecho a la libertad de expresión de las víctimas y el derecho a la honra de los agresores y presuntos agresores. El balance entre los dos derechos no es cosa sencilla, ni hay una regla que aplique para todos los casos. Parte del problema es que esto está pasando porque apenas estamos teniendo una conversación pública sobre los comportamientos machistas y cuáles son tolerables y cuáles no.
La posibilidad latente de una denuncia pública ha servido siempre para moderar comportamientos humanos: muchas personas se abstienen de robar, incluso si saben que no irán a la cárcel, por miedo a la mala fama o la sanción social. Otras, por sus privilegios de género, raza o clase, robarán sin remilgos porque saben que están por encima de la sanción social, porque por lo general, los medios no tocan a los dueños de los países.
Así que la denuncia pública no es nada nuevo, lo nuevo es que por fin estamos diciendo que la violencia doméstica y el acoso sexual no son comportamientos “normales” aunque estén normalizados. Sin embargo, como feministas, tendremos que preguntarnos si queremos que los machos dejen de acosarnos y violentarnos por miedo a un escrache o porque finalmente reconocen y entienden que las mujeres somos seres humanos. Dice la feminista argentina Vanina Escales en LatFem: “El deseo de castigo parece canalizarse a través de los escraches, de la denuncia pública a figuras que tienen alguna notoriedad, y su efecto no es solo hacia el agresor, sino a todo su círculo íntimo. En esos casos los resultados -en los señalados como agresores que ofrecen distintos modos de reparación o en el mayor cuidado del resto- parecen provenir del miedo al castigo, antes de que de algún tipo de revisión honesta de conductas. ¿Es eso lo que queremos?”
También hay que decir que hay una gran diferencia entre lo que dice una ciudadana en sus redes sociales y lo que dice un medio de comunicación o un o una funcionaria pública, pues todos tienen diferentes estándares de libertad de expresión. Los comentarios machistas y discriminatorios del tío acosador en la cena de Navidad no tienen interés periodístico, pero sí estos comentarios los dice un diputado en un evento, entonces son asunto de interés público. Ahora, a nadie le importa si el diputado en cuestión es un eyaculador precoz o le mete cachos su la esposa, pero si un día le pega, entonces claro que sí nos importa. Un medio de comunicación no debe hacer eco de una denuncia pública sin pasarla por un proceso de verificación pero una ciudadana sí le puede dar rt al Tweet de su amiga. En todos los casos, las personas escrachadas tienen derecho a la réplica.
¿Qué pasa cuando el escrache se usa mal?
La zozobra general se basa en que “cualquiera puede ser escrachado”. Pero esto no es culpa de las escrachantes, sino de un sistema patriarcal que nos ha enseñado que el abuso, deshumanización y comodificación de las mujeres es la norma. Dice el argentino Mauricio Centurión (#QueLoDigaUnHombre):
“Asumir que estamos cagados es un paso, pero ¿nos vamos a quedar rezando a San Falo que nos proteja de ser escrachados? Todos podemos ser escrachados. No estar en las listas es una cuestión de suerte o de tiempo. Fuimos criados para ser abusadores y violentos y para disciplinar las feminidades que conviven con nosotros en este modelo de sociedad. Lo que nos salva de aparecer en la lista es la distancia mínima que hay entre un abuso y un micromachismo, es algo alterado en el orden, es una educación que haya ido por fuera de lo establecido, algún vínculo diferente o el privilegio de ‘haber construido’ conciencia crítica o de contar con herramientas para no naturalizar, a veces ni siquiera todo eso.”
El escrache también puede usarse para atacar a otras mujeres. Recordemos que ni las parejas actuales, ni las amigas, ni las hermanas de los agresores son responsables por sus acciones ni podemos culparlas si los apoyan. Están en una situación muy difícil y no merecen ser juzgadas.
Tampoco le podemos exigir a ninguna mujer, por feminista que sea, hacer una denuncia pública si no se siente segura y preparada. Porque al final de cuentas, las mujeres tenemos autonomía para decidir. Y si decidimos no denunciar, es nuestro derecho.
La ola de escraches masivos también puede aprovecharse para hacer denuncias falsas. Pero es responsabilidad nuestra, de la sociedad. Para afinar nuestros razonamientos morales tener un sinfín de conversaciones sobre todas estas denuncias que nos permitan matizar, ponderar y mantener una perspectiva más amplia, autogobernarnos para no caer presas de la euforia de la sanción moral. No podemos decirle a las mujeres qué decir ni cuándo decirlo pero podemos entender la diferencia entre el legítimo dolor de un corazón roto y un abuso de poder que termina en violencia sexual. Los seres humanos nos sentimos del putas cuando salimos a señalar los errores de los demás, como si esos errores confirmaran nuestra propia virtud, pero a las víctimas poco les sirve nuestro pavoneo moral. En cambio, nuestras reacciones a estos testimonios sí van a sentar un precedente que afectará las posibilidades de denuncia de las mujeres en el futuro. Además la violencia machista es una práctica tan extendida que lo más probable es que tarde o temprano nos enteremos de un caso en nuestro círculo cercano, así que debemos tomar conciencia de nuestro poder, responsabilidad por nuestras acciones online y offline y acordarnos de no escupir para arriba.
Dijo la escritora feminista María José Evia en Twitter: “Quiero hacerlo bien, que hagamos esto bien y no nos quedemos en la revictimización. Yo hace mucho que no creo en los hashtags, pero creo en nosotras. Y no hay manual para hacerlo bien. Pero también pienso: tanto pensar en la forma correcta de denunciar y ellos que piensan tan poquito en la forma correcta de tratarnos.”
Y luego del escrache, ¿qué?
Dice Martha Mega @viboradelamar en Twitter: “A ver, yo no quiero que mis violentadores vayan a la cárcel. No los míos. Quiero que ninguna morra tenga que pasar por lo mismo. Quiero que ellos reconozcan su violencia y vayan a terapia. Quiero que estructuralmente se cuestione la relación que tienen con las mujeres. Quiero que pidan disculpas, se callen y escuchen un rato, para variar, quiero que ENTIENDAN que somos seres humanos, que no pueden transgredir nuestros límites sin que haya consecuencias, que pinche no es no. Quiero que las mujeres estemos sobrealerta de los tipos que han violentado a otras. Quiero que nos cuidemos sin miedo, que los susurros apenados con los que nos compartimos nuestras historias de terror puedan ser dicho en voz alta. Quiero que los que se avergüencen sean ellos.”
¿Se deben quedar sin trabajo los escrachados? Esta es una preocupación recurrente. La respuesta es: depende. No es lo mismo ser un golpeador, que un violador, que un acosador, que un machito silvestre. La diferencia entre crimen machista y conducta machista es clave para contestar otra pregunta. No todos los hijueputas son criminales.
Las acciones de todas las personas y la valoración moral de esas acciones afectan las posibilidades de todas las personas para conseguir trabajo. Sería ingenuo pensar que no. Digamos que vamos a contratar a una persona para un puesto pero nos enteramos que esa persona disfruta hacer comentarios antisemitas y que tiene un tatuaje de una esvástica en una parte de su cuerpo que normalmente está cubierta por la ropa de oficina. Por hacer chistes antisemitas o tener un tatuaje uno no va a la cárcel ni aparece en el buró de crédito, pero cualquier empleador o empleadora se lo pensará dos veces antes de contratar a alguien que hace comentarios inmorales y reprobables. Y claro, aquí entramos a preguntar por el contexto: ¿se hizo ese tatuaje por una apuesta que perdió a los 16 años o es un tatuaje reciente? Todo eso importa.
Pero, y hay que decirlo, parte del juego machista es que estamos como sociedad más preocupadas por el futuro profesional de los agresores que por el de las víctimas. Pensemos en esas mujeres que fueron acosadas, ganaron fama de ‘perras’ y por esa fama no consiguieron trabajo. Pensemos en que cada víctima que habla públicamente se arriesga al repudio de su gremio por ‘problemática’. Ah, pero es verdad que lo más importante en el mundo son los trabajos y las vidas de los agresores.
¿Qué deben hacer los hombres?
Leer, escuchar, hablar con otros hombres, revisar sus maneras, sus experiencias, ir a terapia. Sí, esto está cabrón, pero más cabrón estaba que nosotras tuviéramos que aguantarnos su acoso y su violencia en nuestros espacios íntimos y profesionales, y cargar con la culpa y la vergüenza en silencio mientras ustedes acosaban a otra.
Se viene el contragolpe
La primera embestida de un fenómeno masivo de denuncias de violencia de género en redes es emocional. Todas hemos sentido el miedo al acoso y a la violencia y algunas han visto ese miedo materializado en sus experiencias de vida que ahora están contando en voz alta. Leer esto es muy rudo, puede ser un detonante (trigger) para experiencias traumáticas del pasado, pues se conecta con nuestras experiencias de violencia, nos deja emocionalmente exhaustas y vulnerables.
Tenemos que vernos, organizarnos, dormir, hacer relevos.
Las formas de autocuidado y cuidado colectivo que necesitamos no las hemos inventado todavía. Además bien sabemos que el patriarcado no perdona los avances feministas. Cada denuncia le hace una grieta a la muralla del poder hegemónico porque cada acosador y violentador es una persona que ha hecho mal uso de ese poder. Pero la muralla del patriarcado es grande y maciza, hoy se defiende pero mañana vendrá una ofensiva.
Vendrán los “abogados del diablo” que eligieron un caso confuso para poner en tela de juicio todo el ejercicio. Pero ser capaces de reconocer los grises nos dará más fuerza. Tendremos que recordar que en medio de los aciertos, los errores, hay una historia colectiva de injusticia, de silencio y de dolor que ni siquiera nosotras sabemos como como controlar.
Lo que viene, además del contragolpe (backlash), es una tarea titánica para las feministas: tenemos que reinventarnos qué carajos es la justicia, cómo se alcanza la reparación cuando hay violencias machistas y si nuestras garantías de no repetición se van a basar en la aspiración o en el castigo. Es una conversación durísima, además, porque lo más probable es que nos tome mucho tiempo ponernos de acuerdo.
Luis Paraiso /
La madre es la primera culpable del patriarcado. El niño no nace y de inmediato es dado al padre para educarlo. Es la madre que "introniza" al padre, es tambien una realidad que hay miles de madres solteras, madres que toman el rol del padre como jefe familia o de clan. Ellas educan a los niños como a las niñas, ellas transmitten valores a los hijos. No es el hombre el unico culpable en este drama. La madre es la primera educadora, la primera en transmitir valores a los hijos. El trabajo primero es a hacer con la madre ellas llevan a los niños en el vientre aunque siempre habra un idiota contra natura que le gustaria verse en valija pero eso es otra cosa. Me recuerdo que durante la guerra civil era corriente denunciar al novio de guerrillero cuando no queria casarse alooooo, con quien hablooooo ?? y no hay peor machismo aquel que se la lleva de feminista calculando haber que le cae. van siempre en el sentido de la mujer por otras razones.
Hugo /
Escrache, sinónimo de linchamiento, se juzga y ejecuta a alguien sin tomar en cuenta al sistema de justicia. ¿Es legal? ¿Es correcto? ¿Es justificado? ¿Acabará con los abusos hacia la mujer? PD: he sido acusado falsamente de VIOGEN y sigo aquí sin resentimiento hacia ella. Además de que conozco varios casos similares al mío en el que denunciaron al hombre falsamente, sólo para quedarse con los hijos y los bienes materiales. Saludos.
Marlon Suarez /
Completamente de acuerdo con tu comentario, yo fui uno de esos hombres que fui violentado económicamente por mi ex, además de negar el ver a mi hija durante 6 años!
El 90% de la denuncias de violencia contra la mujer en el MP son reacciones hepáticas de mujeres contra sus parejas (hombres).
Este dato lo obtuve de fuentes del MP.
Y donde queda este tipo de violencia hacia el hombre?
Estas locas est...as mejor deberían de irse a meter a la cocina a hacer sus tareas.
Alaide González /
Marlon,
Usted alega de que es víctima de una injusticia y de violencia por parte de su ex-esposa. Pero como vamos a creerle si en su respuesta se revela como todo un hombre machista, enviando a las mujeres a la cocina. Qué mal!
Mario Paredes /
Es posible que el señor de arriba sea un machista pero lo que dice es cierto. Hay decenas de miles de denuncias falsas e injustas conviviendo con las denuncias reales de violencia. Fue un grandisimo error la ley del feminicidio. Las leyes deben ser generales, cuando se hacen leyes especiales adhoc por genero, raza etc tenemos caos que es lo que pasa ahora. Que teniamos antes?Falta de ley que castigara al machista abusador y a veces asesino de mujeres o falta de certeza de aplicacion de leyes que si existian?
Marlon Suarez /
Es lo que se merecen por lo que han hecho, o cree q se merecen un ramo de rosas?
Juan Carlos /
De feminismo creo que ningún hombre sabe (por lo menos comprender bien, a cabalidad por obvias razones). De machismo si por la crianza, sociedad, etc. El machismo independiente de las razones socio culturales o psicológicas se caracteriza por una forma de actuar violenta (desde lo físico hasta lo psicológico y a veces con sutileza). Tomando en cuenta esto (no sé si lo que preguntaré es absurdo). ¿El machismo debe contrarrestrarse, corregirse, combatirse (no se cual es la mejor palabra tampoco) también haciendo uso de violencia? No sé, tal vez no tiene ni sentido esta pregunta por no ser por lo menos a primera vista fáctica.