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Los seis jóvenes ixiles que querían recordar a sus muertos

El juicio contra Ríos Montt por genocidio contra los mayas ixiles fue un intento (tan exitoso como fallido) de hacer justicia en Guatemala. Pero un intento histórico. En el segundo aniversario de la anulación de la sentencia, seis jóvenes de Quiché cuentan qué saben de la historia negra de su región. La inexistencia de este capítulo en los libros escolares deja en la juventud ixil el reto de no olvidar a sus muertos.

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Ana Pérez, de 17 años.

Fotos: Carlos Sebastián

El juicio. Desde mayo de 2013, los guatemaltecos no necesitan más explicación para referirse al juicio por genocidio contra el ex dictador Ríos Montt (1982-1983) por la muerte de 1,771 ixiles. Lo dicen tácitamente, como si fuera el único en la historia del país. Es el proceso judicial más controvertido de todos en un lugar dividido entre los que creen y no creen que en la guerra civil el Estado intentó exterminar a los ixiles.

El juicio empezó el 19 de marzo de 2013, tuvo una sentencia condenatoria el 10 de mayo de ese año. Muchos de los asistentes cantaron juntos el poema Sólo queremos ser humanos, de Otto René Castillo, al unísono. El canto duró poco: el 20 de mayo, hace dos años exactamente, fue anulado por presiones del sector empresarial organizado. Pero después del juicio, la opinión pública no volvió a ser la misma. En la única encuesta creíble al respecto dijo que un 47 por ciento cree que sí hubo genocidio, contra un 33 que lo niega. Pero eso es lo macro en el país.

Ambiente de jovenes ixiles en el parque de Santa Maria Nebaj Quiche-2

Cuánto cuajó el juicio en la memoria de los jóvenes del área ixil (Nebaj, San Juan Cotzal, Chajul), qué saben de la guerra que vivieron sus abuelos y sus padres, cómo les afecta. Seis jóvenes cuentan quiénes son y cuál es su herencia del proceso sin cerrar más doloroso de Guatemala.

La estudiante que platicó una vez con su mamá

Juana Paola Melendez de 19 anos de Santa Maria Nebaj-3

No sabe cuántos años tenía. Más o menos 23. Sí sabe que el ejército lo mató en Chimaltenango, que era donde vivía y trabajaba. No sabe por qué lo mataron. Sí sabe que no era guerrillero. “Cuando fue la guerra, mataron a mi tío”, dice Juana Paola Meléndez, de 19 años. Hasta los 12 años, ella creía que solo tenía una tía. Sabe que tenía 12 cuando se enteró de que tuvo un tío porque fue la primera y última vez que su madre le habló del conflicto armado interno. Nerviosa, clava sus grandes ojos café en un papelito con el que juguetea, como si así fuera a superar la timidez para hablar. Estudiante de profesorado de educación primaria en la Universidad Mariano Gálvez de Nebaj, tiene una hermana de 23 que estudia Derecho, una madre desempleada y un papá que vive en Estados Unidos. Su timidez se vuelve mayúscula porque no sabe casi nada de la guerra. “Duró 36 años, empezó en mil novecientos sesenta y algo y acabó con los Acuerdos de Paz”, dice de seguido esta joven oriunda de Nebaj, el pueblo más grande de los tres que componen la región ixil, a 254 kilómetros de la ciudad capital y uno de los centros de la rebelión contra el Estado, el más grave de las masacres que constituyeron genocidio.

Se enteró de “algo” del juicio por genocidio porque salía mucho en las noticias. “Pero no le puse tanto interés”, dice. “Mi familia me contó que cuando estaba Efraín Ríos Montt mandaba matar a personas”, explica agarrándose con fuerza a su cuaderno morado esta fan de los libros ‘Escapa por tu vida’, de lectura recomendada en su instituto.

Por primera vez, casi terminando la plática, suena animada al hablar: “Estos libros tratan de drogadicción, anorexia, alcoholismo, son cosas que pasan, hay amigos que caen en estas cosas”, explica Paola. Quiere entender esos problemas igual que quiere entender qué significó el conflicto armado interno. “Muchos no le ponen importancia, pero deberíamos de saber mucho de lo que pasó”.

La traductora del dolor

Magdalena Michelle Moreno de 24 anos-1

El plano televisivo la delató. Sólo su familia y unos pocos amigos sabían en qué andaba. Pero las cámaras captaron el rostro de Magdalena Michelle Moreno mientras verificaba la traducción de las mujeres ixiles violadas durante la guerra. Hija de papá mestizo y mamá ixil, tradujo simultáneamente a muchas de las víctimas en el juicio por genocidio. “Mastico los dos idiomas”, dice esta joven de 24 años, imitando una mandíbula con su mano derecha, en medio de una contagiosa carcajada.

Su fortuita aparición televisiva un viernes fue objeto de chiste de algunos compañeros y de su profesor de Filosofía de la educación, cuando aún estudiaba para ser maestra de educación media. “Si usted no estaba ni en los planes de sus papás cuando fue la guerra”, cuenta que le dijo su profesor al día siguiente. “Hay gente que es tan tonta que tiene que apoyar a los guerrilleros”, recuerda que también dijo el maestro mientras algunos alumnos le gritaban: No hubo genocidio. Pero esta joven es recia, aunque su familia paterna no estuvo muy conforme con que su padre se casara con una ixil: “Bien dice el dicho: los ladinos de pueblo son los más racistas que hay”.

Guatemala, El Salvador y Honduras son los únicos latinoamericanos que usa la palabra ladino en vez de mestizo. Quiere decir no-indígena y en la construcción estatal se utilizó para cohesionar a mestizos y blancos, y discriminar a los indígenas, para que la identidad nacional renegara de sus orígenes mayas. Lo opuesto al mestizaje mexicano, por ejemplo, orgulloso de sus orígenes indígenas aztecas.

Michelle domina al verbo y la risa domina a Michelle. Sólo el juicio hizo tambalear su sonrisa: no paró de llorar aquella vez que tradujo a un hombre que había perdido a toda su familia. Pero no tanto por lo que decía, si no por lo que no decía. Los quiebres, los sollozos, y los silencios del padre a cuyo hijo le habían cortado la cabeza en la guerra.

Para esta futura estudiante de Pedagogía de 24 años, el juicio fue una burla: “Hubo un genocidio orquestado por muchos grupos de poder. Es responsabilidad del Estado reparar, pero tampoco sanará las heridas del pasado”, dice la joven, cuyo hambre histórico surge al calor del fuego en la casa de sus abuelos, y que siempre tuvo inclinaciones por ver el mundo como realmente es: “siempre leer, siempre preguntar, siempre platicar”.

El buscador de huesos que no sabe del juicio

Domingo Perez agricultor de 30 anos de San Juan Cotzal Quiche-2

El poquito español que Domingo Pérez sabe lo aprendió en los cafetales. Cortar, limpiar, ‘desombrar’ café es a lo que se dedica desde los 16 años este hombre que nunca pudo estudiar. Lo poquito que sabe de la guerra se lo contaron sus padres, porque tuvieron que huir a una finca cerca de Patulul, en las faldas de los volcanes de Atitlán en la Costa, después de que el ejército matara a tres de sus tíos. “Mi mamá me contaba que era Tito el que mató”, dice en referencia al nombre de guerra que manejó el ahora presidente Otto Pérez Molina en el área ixil. “Dijo que ese hombre mató bastante aquí”, cuenta sin alterarse.

Domingo, agricultor de 30 años de San Juan Cotzal, otro de los tres pueblos ixiles, conocedor de la superficie de la tierra, es la primera vez que busca huesos bajo tierra. Apenas lleva veinte días. “Queremos encontrar a familias enterradas porque no es justo, es triste”, dice frente a la exhumación en la que trabaja apoyando a la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG), en el destacamento militar de San Juan Cotzal.

Este flaco hombre de bigote, que cobra 35 quetzales por quintal, ha colaborado en el reciente hallazgo de seis cuerpos de asesinados durante el conflicto, que fueron enterrados a las afueras de San Juan. Pero cuando un compañero que ejerce de traductor le pregunta qué sabe del juicio, pone cara de extrañeza. “No sé, no sé qué juicio”. ¿Y sabe quién es el general Ríos Montt? “No, no sé”.

De niño tampoco sabía que hubo una guerra, pero su padre le explicó, no se acuerda de cuándo. “A mi papá le costaba decir”, dice para explicar que a su padre le dolía hablar del conflicto. De su círculo de amigos, pocos son los que conoce que sepan qué ocurrió, dice este hombre que está aprendiendo a escarbar la tierra, como quien busca un recuerdo en su mala memoria.

La futura maestra que dejó la guerra en casa

Ana Perez de 17 anos de Salquil Grande Nebaj Quiche-2

Ana llega agarrada de la mano de Elena. Ambas llevan el huipil de la región ixil, el tradicional corte rojo grana, y ambas llevan tacones. Los de Ana son azules. Elena, de 18 años y empleada doméstica de la abuela de Ana, huye rápido del encuentro a bordo de unos zapatos rojos. Va a hacer un mandado. La mayoría de mujeres llevan sandalias planas. Pero ellas se han puesto tacones. “Es un día importante”, explica Ana, coqueta, después de la sesión de fotos con Nómada.

Ana Pérez, de 17, quiere que los niños aprendan de ella. Por eso viaja noventa minutos en un microbús desde la aldea de Salquil grande, su comunidad, hasta Nebaj, donde estudia para ser maestra de preprimaria. Es la primera vez que habla de la guerra fuera de su casa. El conflicto es un asunto que queda en su hogar. “No mucho me gusta contar lo que le pasó a mi familia”, dice esta serena joven, que en su casa no usa huipil si no blusa y jeans, porque le da calor .

Serena, sólo agita sus cuidadas manos para explicarse. Lo que le pasó a su familia es que los guerrilleros asesinaron a su tío Roberto. Él ofreció ayuda a los soldados y a cambio toda su familia sería trasladada en helicóptero a algún lugar seguro. Pero su esposa le contó de sus intenciones a los guerrilleros. Y fue su sentencia de muerte. A las cuatro de la tarde, llegaron a por Roberto, la mamá de Ana, y su tía. La abuela de Ana intercedió por sus hijas y su tío dijo que hicieran lo que quisieran con él. Fue asesinado a las siete de la tarde. Ana no sabe qué día, ni de qué año, ni en qué lugar mataron a su tío, pero sabe las horas porque así se lo contó su mamá, porque la memoria no es un juego de lógica. Hace cuatro años encontraron su cuerpo en un campo cerca de su aldea.

“En la guerra todos estuvieron expuestos a peligro”, dice esta joven cuyos padres le explican la historia “para entender cuáles son los cambios ahorita, para aprovechar todo lo que está al alcance, como la educación”. De lo que no le hablaron ni José Luis, su papá, ni Petronia, su mamá, fue de qué pasó hace dos años. No sabe que hubo un juicio contra Efraín Ríos Montt. No sabe quién es ese señor. Sus padres, dice, no le contaron cuál fue el motivo o quiénes fueron los causantes de todo lo que pasó en la guerra.

El joven que contó la masacre en bachillerato

Moises Anay de 20 anos de Chajul Quiche-5

En una parcela de una ladera del monte Tzi’tchulub’, en la que su padre cultiva coliflor, rábano y milpa, a cuatro kilómetros de Chajul, el tercer pueblo ixil, Moisés, de 20 años, trata de recordar un apellido. En un país en el que los libros escolares no cuentan la masacre en la región ixil (Nebaj, San Juan Coztal y Chajul), el apellido que trata de recordar es importante: Giovanni es el nombre del profesor de ciencias sociales que, cuando Moisés estaba en Bachillerato en Sololá, junto al lago de Atitlán, a casi cuatro horas de distancia en carro de Nebaj, le pidió a sus alumnos que contarán qué ocurrió en sus pueblos durante la guerra. “Por lo que investigué, durante el gobierno de Ríos Montt se cometieron las mayores masacres; mataron a gente inocente que no quería involucrarse”. Moisés Anay, junto a otro compañero de Nebaj, era el único alumno de Quiché, así que tuvo que trasladarle al resto el dolor heredado.

“Corzales, Giovanni Corzales”, salta Moisés.

“Fijate que ya lo encerraste”. Tan al detalle habló Moisés de la guerra en la clase del profesor Corzales, que sus compañeros le molestaron diciéndole eso el día de la sentencia de 83 años de cárcel para Ríos Montt, un 10 de mayo de 2013. Él, que no sabía de qué le hablaban, entendió cuando vio las noticias en la televisión. “Iban a meterle en la cárcel por tantas maldades”, dice este joven cuyo abuelo curandero curó a un soldado.

Su mamá abandonó a su papá cuando él tenía 14 años. Pero la figura de su padre, física y discursivamente, es muy presente. A Mateo Anay le preocupa que el mayor de sus tres hijos, que compone canciones de amor arrebatado, con base de hip hop, en las que pone auto tune a su voz (como Cher en la canción Believe), en el fondo hable de la necesidad de amor de su madre. “Sufrimos mucho con su abandono, y en el día a día no le hablo de cosas tristes para no ponerlo mal”. Moisés, sentado en la tierra, no dice nada. Solo da vueltas con su mano derecha a su gorra de los Yankees de Nueva York.

Pero resulta que lo que no sabe Mateo, fundador de la Academia de Lenguas Mayas y graduado ya de grande en Pedagogía, es que su hijo, que también estudia para ser pedagogo, ha platicado “con un montón de amigos” de la guerra: “Como dice mi padre, la guerra vino de los políticos”. Su padre también dice otra cosa: “La guerra mejoró el acceso a la educación en la región ixil, antes estábamos olvidados, de alguna forma tristemente la guerra nos benefició”, dice este hombre que, cuando empezó la guerra tenía nueve años y en su escuela de Chajul no enseñaban más allá de sexto de primaria.

El hombre que cambió de nombre

Miguel Ceto de 34 anos de Santa Maria Nebaj Quiche-1

Julio Alfonso Hernández (Nebaj, 1981) vivió en México desde el inicio de la guerra, en 1982, hasta 1997. Hasta Tepoztlán (estado de Morelos) huyó su familia con otras cinco familias de distintas etnias mayas. Jamás vivieron en una casa permanentemente, el nunca se sintió mexicano y su madre no aprendió español. Cuando regresó a Nebaj, en 1997, ya para estudiar diversificado, percibió algo fuerte por tener familiares que habían estado en la guerrilla: “a los ojos de la gente, yo era guerrillero”. Cuando regresó, su madre y pocos más le siguieron llamando Julio.

Julio Alfonso Hernández fue el nombre que le pusieron a Miguel Ceto en su exilio mexicano. Allá, cuando era un niño con otro nombre, nunca pudo escuchar las discusiones de los adultos. “Por el riesgo de que al enterarnos, hubiera implicaciones para nuestras familias”, dice Miguel, al que le gusta que le digan Julio, mientras platica de su vida antes de agarrar un un bus en Ciudad de Guatemala hasta el Oriente, a Jocotán, a 193 kilómetros de distancia (antes de eso, viajó como ocho horas desde Nebaj, casi en la esquina occidental del país).

El cansancio no nubla a este elocuente indígena que, como la mayoría de sus primos, no solo ha podido estudiar, si no que lo ha hecho en el extranjero (Francia) y va a ser uno de los primeros ixiles con un doctorado, cuya tesis, que presenta a final de año, aborda los diferentes procesos de resistencia en región ixil, desde el primer levantamiento en 1936 hasta el conocimiento público de las Comunidades de Población en Resistencia (CPR), en 1993.

En su región, hay mucha gente afectada psicológicamente por la guerra, 37 años después, dice Miguel, Julio, cuyo nombre en ixil es Mek’ Matom. “Pensaba que yo era inmune, pero con el tiempo eso salió”. Salió en sus viajes a las zonas devastadas y al leer el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico en el año 2000, a sus 19 años. Y luego de la conciencia del horror, el juicio al juicio, su juicio personal al juicio por genocidio: “Demostró que una cosa es un proceso jurídico y otra cosa son los tiempos de los pueblos. Son dos tiempos distintos. El reto es que se junten ambas cosas”. Vista la coyuntura actual de protesta de la clase media en la ciudad capital, cree que también en los pueblos va a haber cambios de mentalidad, “de perspectiva de lucha”. Y eso, dice Julio, le emociona.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Ana Jacinta De León Santiago /

    03/04/2018 5:18 PM

    me parece interesante el enfoque de la investigación ya que pocos son los que conoces su historia y mas los miembros de la familia quienes vivieron el conflicto armado interino que no se animan a relatar lo ocurrido en años anteriores. estoy contenta ya que me e dado cuenta que hay mas jóvenes con interés de entender y tiene conocimiento de que si Hubo Genocidio en la región Ixil. ya que es un tema poco entendido y comprendido por otros que no conocen la historia agradezco a mis padres ya que me han dado a conocer la historia y tener en cuenta uno de los problemas ,as grandes que dejo huella en toda Guatemala. Mi Corazón Es Ixil Si Hubo Genocidio

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Margarita /

    21/05/2015 3:37 PM

    Muchas gracias a Elsa y Carlos por estas historias y estas fotos. A veces, en medio de procesos y eventos tan grandes, tan históricos, tan monstruosos, se nos olvida la gente y esta ha sido una manera de darle cara a las verdades.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Cristián Guerra /

    21/05/2015 10:12 AM

    Conmovedor... todos tenemos historias de la guerra. Yo tengo 32 años y tengo historias del 44, 49, 54 y luego la represion y toda la memoria de mis seres queridos que vivieron el conflicto. Yo apenas tengo ideas concretas, muy poco por vivir en la ciudad capital, por lo que me parece increible que yo ya tenia conciencia de mi vida, por ejemplo, para 1989 y ese mismo año seguia la represion selectiva en la capital contra estudiantes de la USAC. Terrible. Ni pensar en las historias de las familias que perdieron componentes, los haya matado quien los haya matado, esa maraña de odios y amarguras que el juicio trajo a luz, en mi punto de vista, era algo necesario, un saco de pus que se abrio en todo su hedor pero que su recuerdo, persecucion y aceptacion nos va a llevar a una Guatemala diferente.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Roberto Lopez /

    21/05/2015 10:05 AM

    Ojala y la CICIG y el MP no dejen escabullirse con todo el dinero que se robó el LADRON DE LOPEZ BONILLA

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    lana porres /

    20/05/2015 7:51 PM

    Muy buen articulo...muy descriptivo...ahora deberia hacer un articulo descriptivo de la megaorganizacion politico-ideologico-militar que hizo el tristemente recordado EGP...

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    carrillorodas@icloud.com
    Diego Carrillo /
    20/05/2015 4:21 PM

    Como dice un cancion de Jarabe de Palo, en la mezcla de lo puro esta lo puro. O sea yo estoy a favor de erradicar la palabra Ladino, pero hay que reconocer que ha sido funcional. Entonces Mestizo por favor y ya parenle con el canchito, si ni soy rubio.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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