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Estamos parados sobre un planeta vivo

Basta que estornude para que todo se acabe. La tragedia ocurrida por la erupción del volcán de Fuego nos llenó de tristeza, pero también de esperanza.

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Esta es una opinión

Famlliares en la búsqueda de los cuerpos en la zona cero, en San Miguel Los Lotes. Esta es una de las comunidades afectadas por la erupción del volcán de Fuego.

Foto: Carlos Sebastián

Hay cosas que nunca dejan de impresionar, como cuando uno despega el vuelo en un avión y ve a través de su ventanita las nubes como algodón, el sol saliendo o las montañas y volcanes a lo lejos. Creo que podría tener esa experiencia todos los días y nunca me dejaría de maravillar. Sin embargo, hoy, mientras vuelo por encima de Guatemala, veo las montañas y los volcanes y me es difícil admirarlos sin sentir un poco de miedo por la reciente tragedia de las aldeas aledañas al volcán de Fuego.

Sinceramente, estas últimas semanas me ha sido difícil compartir momentos alegres en mis redes sociales o programar reuniones de trabajo. Me invade una especie de cargo de conciencia, como que si mi vida se salvó de la tragedia a costa de la de alguien más (a pesar que yo ni siquiera estuve allí). Esa como culpa que sentimos los sobrevivientes por continuar abrazados de nuestra felicidad y seres queridos, mientras otros sufren sus pérdidas.

La ciudad de Guatemala se ha sentido en estos días como paralizada por la crisis. La reciente experiencia del volcán de Fuego nos movió a todos, no solo nuestros corazones sino nuestras bases más firmes. Nos recordó que estamos parados sobre un planeta vivo, que en un solo estornudo puede acabar con nuestra especie. También, que nuestro paso por la vida tiene un tiempo límite como el de nuestros seres amados. Nos mostró lo que significa perderlo todo. Pero también enseñó que hasta las tragedias más devastadoras, tienen pequeños regalos escondidos: salió una noticia “Guatemala, el país más solidario”.

Aparte de alguna que otra alma amargada, mis redes sociales han estado llenas de comunicación acerca de formas de ayudar, apoyo a las víctimas y de fotos de bomberos, rescatistas y voluntarios como héroes dignos de nuestra completa admiración (y la tienen!). Todas las personas que conozco, de cualquier clase social y capacidad adquisitiva, han ayudado con al menos una cosa.

Y aunque hay mucha crítica y enojo con como el gobierno ha (no)manejado las cosas, las personas en su mayoría han mantenido una actitud positiva y entusiasta, con las mejores intenciones de ayudar o al menos llevar consuelo a las víctimas de la tragedia.

Yo no sé ustedes, pero yo crecí en una Guatemala en la cual ningún ciudadano mostraba ningún tipo de orgullo. O era muy poco, quizás. Guatemala es un país de haraganes, decíamos. Estábamos dispuestos a pagar el doble por un producto extranjero porque asumíamos de entrada que iba a ser de mejor calidad. Los jóvenes soñábamos con vivir en Estados Unidos o Europa porque en Guatemala “nada funciona”, “no hay seguridad” o “las oportunidades no son buenas”.

Hoy les digo que yo, una mujer de 34 años, crecí con esa mentalidad y con el paso del tiempo, mi país y mis compatriotas me han demostrado que vivo en un lugar donde somos más los que buscamos el bien. La justicia, la solidaridad, la empatía mostradas en los últimos años en protestas, manifestaciones y en estas ultimas semanas como respuesta al reciente desastre naturales me han devuelto la fe en los humanos y en especial en mis paisanos.

Sé que no todos son héroes, sé que hay inseguridad, corrupción, injusticia, pero ¿no resulta un poco esperanzador ver a tantas personas ayudar sin ningún reparo y sin esperar nada de vuelta? Jóvenes voluntarios caminando sobre el piso hirviendo con la única esperanza de llevarle un hijo con vida a alguien? Conmueve y llena el corazón.

Siempre se ha dicho que las más grandes tragedias hacen relucir en el humano lo más hermoso o lo más terrible. Veamos cuánto amor y cuánta solidaridad ha sacado este suceso en Guatemala. Sin embargo, no falta la rabia, la cólera y desesperanza dirigida al estado por su mal manejo de la crisis. Una energía como de hijos negligidos por su padre presidente. Abandonados y traicionados. Muchas personas compartiendo mensajes llenos de enojo e impotencia. Tienen razón. Pero no olvidemos que somos más los buenos. Y que juntos, podemos reconstruir Guatemala.

A pesar que yo misma paso por momentos de tristeza muy profunda al ver las historias de las víctimas, aunque también contacto con la frustración e impotencia de sentirme en un país sin líderes competentes, admito sinceramente que mi enojo a veces sobrepasa mi empatía, aún así pido a todos: sigamos. Inspiremos al de al lado. Mantengámonos en luz. Llevemos esperanza. Continuemos ayudando a los que lo necesitan más.

Hoy no gastemos energía en los que no hacen bien su trabajo. La verdad siempre sale a la luz. Sigamos. Acusar, enojarse, deprimirse no construye casas, no devuelve la esperanza, no consuela, ni da de comer. Sigamos Mostrémosle al mundo que detrás de todo lo bueno y lo malo que ha sucedido y sucede en nuestro país, somos hermanos que se cuidan los unos a los otros.

Astrid Lottmann
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Casi Antropologa, coach de salud, luchadora y amada por la vida. Buscadora insaciable de la verdad y la luz. Emprendedora en el negocio de la comida saludable. La vida es un camino profundo y hermoso para aprender a ser mejores, hacerlo es obligación.


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