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Un amor como de cuento de hadas

Ya no es cosa radical, hoy día, señalar que los cuentos de hadas a lo Disney propagan ideas sumamente falaces y dañinas a la relación en pareja. Sabemos que estas nociones dañan tanto a hombres como a mujeres, promoviendo un imaginario materialista, angosto y excluyente sobre quienes tienen derecho al amor, quienes son dignos y dignas de ser amados/as, las formas aceptables de expresar este sentimiento y peor aún, promover que el amor “verdadero” debe de durar por siempre—aguantando desde lo necesario hasta lo innecesario—para no ser un fracaso.

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Esta es una opinión

Estas ideas nos colonizan aún, a pesar de avances en el feminismo y de que, hoy por hoy, en países desarrollados las mujeres se gradúan de la universidad en mayor número que los hombres y comienzan a ganar más. Con todo, más de la mitad de las labores domésticas recaen en la mujer, aunque ambos trabajen. Y aunque la mujer no trabaje, su contribución económica al dedicarse a la gestión casera es ninguneada a fondo, a pesar de que es esta labor la que permite que su pareja salga a ganar la mayor parte del sustento monetario. Los mitos de Hollywood perpetúan este sistema, es esta su función, sostener el sistema capitalista.

Pongamos por ejemplo un caso algo viejo: el cuento de la sirenita. La versión original de los hermanos Grimm es un relato sumamente “darks”. En este, la sirenita no solo NO se queda con el príncipe, sino que le toca ver cómo este se enamora y casa con otra (que sí habla). Entonces, ella retorna al océano y se disuelve en espuma de mar. Tras 300 años, se le otorga la gracia de un alma y puede ascender al paraíso. En su versión original, el cuento de la sirenita es un relato de trasfondo religioso que advierte a las mujeres no desear ser otra cosa que quien son y no ser proactivas al buscar pareja o el amor. En la versión Disney, la sirenita vende su voz (o alma) por un par de piernas y no puede hablar—hasta ahí fiel al mito original—pero luego recupera la voz, la cual usa para cantar. Y ahí sí se gana al príncipe. O sea, nada que ver. El mensaje es tan perturbador y negativo que no creo sea necesario explicar por qué.

Y ni que decir de la aberración histórica de Pocahontas, en dónde trastocan una historia real de relaciones de poder en la cual Pocahontas, de niña, es entregada a los ingleses como rehén, funciona de traductora y mediadora cultural (como les tocó a Malinche, a Luisa Xicotencatl y tantas otras mujeres indígenas) y luego es enviada a Inglaterra a vivir el resto de su corta vida, a una relación romántica (por demás una fantasía) con un conquistador inglés. El amor como validación (y blanqueamiento) de una verdad muy oscura de explotación y abuso.

Lo que sí prevalece a través de todos los cuentos es que las heroínas no deben expresar su enojo en público nunca y tienden a sufrir síndrome de Estocolmo como cosa normal: Bella se enamora del monstruo que la tiene prisionera (al menos le permiten ser ávida lectora), Blanca Nieves es feliz de doméstica de 7 enanos, Cenicienta hace de fregona de pisos sin protestar. La recompensa para todas es un marido con plata.

 

 

O sea, la que le hace ganas al oficio doméstico, se traga sus enojos y canta en lugar de protestar, es digna de amor, la que se ganará a ese loteriazo de marido (¡rico, claro!). Y por supuesto, se sobreentiende que toditas son—y se casan—vírgenes. (Vayan a saber por qué perpetúan un mensaje casi imposible de cumplir en estos días cuando las mujeres se casan cada día más mayores e igual, no van a esperar a casarse para tener sexo).

Nunca queda claro exactamente porque se quieren ganar al príncipe—así este sea un monstruo como La Bestia o alguien que se aprovecha de ellas mientras están inconscientes (La Bella Durmiente). Les iría mucho mejor al sacar una carrera y ganar un buen sueldo con prestaciones, subcontratar a alguien que le apoye en las labores domésticas, usar su voz para protestar en lugar de cantar con los pajaritos, etcétera. O como Mulán, a caballo haciéndola de guerrera (una de las protagonistas más empoderadas quizás porque la guionista es mujer). O sea, ¿por qué no representar algo real? Ya sabemos por qué: Subvertiría el sistema.

Para mientras, los únicos hombres “buen partido” y dignos de amor son los ricos—así, de nuevo, sean un monstruo, como en La Bella y la Bestia—generalmente, los más agresivos, los que salen a pelear con armas, tienen buen transporte (un buen caballo, una alfombra voladora) y son muy “fisiquín”. Algún cuate regordete o bajito, medio pelón, miope, que gane mediocre, ande a pie, sea tranquilo, buena onda, trabajador, apoye en el oficio casero, y demás… ese pobre cuate no está en nada, no es digno de amor.

Para más, tras todos estos sacrificios, cuando al fin hay amor, este es eterno y ya no hay más que hacer, va a durar por siempre porque sí, porque es “de verdad”, así sin mayor esfuerzo (¡ay, por favor!). Todo esto genera expectativas dañinas porque el amor real no es para nada como lo vende Hollywood. El que va a durar para largo requiere de años de constante esfuerzo, negociación y renegociación, reajustes de todo tipo, de olerse pedos feos, saber ver las cosas con humor, saber qué cosas son perdonables y cuáles no la son.

En una relación para largo, la pasión del inicio no va a durar por siempre, aunque eso sea difícil de creer en los años de los primeros revolcones. Y habrá muchas cosas que perdonarse—no necesariamente infidelidades (aunque también se dan y ahí cada quien con lo que perdona y lo qué no), pero habrá muchas otras pequeñas y grandes fallas, desilusiones, tedios y traiciones a lo largo de la vida… porque somos humanos e imperfectos. Se requiere entender que, a pesar de lo que nos dicen Hollywood, los preceptos religiosos y lo que se crea y se prometa en un momento dado, no todo amor durará “por siempre”. Y eso está bien. Porque la vida va cambiando y nosotros también.

 

[Quizás también te interese: Psicología: Los cuentos infantiles no son tan infantiles, Blanca Nieves]

Trudy Mercadal
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Investigadora y escritora en ciencias sociales. Mi religión son los libros. Curiosa insaciable, amante de la música, artes contemporáneas, el buen comer y viajar. Tras una larga trayectoria de estudios y enseñanza en el extranjero, hice nido en Guatemala.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Carmen /

    06/05/2020 8:47 AM

    Excelente artículo, ya va siendo tiempo de desmitificar el amor romántico... Muchas gracias!

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Brenda Lemus /

    06/05/2020 8:13 AM

    ¡Felicitaciones Trudy!
    Es necesario que las niñas y jovencitas aprendan a valorar las cosas como son y no pierdan de vista la base verdadera de un amor humano e imperfecto, pero saludable.
    Las críticas a esta columna sean para ti la confirmación de la gran necesidad que tiene esta sociedad de comenzar a analizar, criticar, emitir juicio y accionar con criterio.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Olga Villalta /

    05/05/2020 9:34 PM

    Totalmente de acuerdo con tu análisis. Hace años, yo pedía en foros que los guionistas de teatro nos propusieran historias con fantasía pero libres de los mandatos de género establecidos por el patriarcado. Esto que planteas de los cuentos de hadas en el cine, se repite en la telenovelas, en las series de tv. La tecnología no necesariamente ha transformado el imaginario cultural. El concepto del amor eterno (surgido en la época medieval) sigue presente y hay anda toda una legión de creyentes de ese concepto soñando con encontrar el "amor de su vida".

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Marco Asturias /

    05/05/2020 7:59 PM

    Columna tonta y sin sentido, ahors entiendo como este medio va de mal en peor con este tipo de contenidos. Si va a escribir hágalo desde otro enfoque.

    ¡Ay no!

    4

    ¡Nítido!

    Carlitos Caballero /

    05/05/2020 4:30 PM

    Y las historias bíblicas de las mujeres? Eva la que echa a perder la vida feliz de Adán, la esposa de Moisés que solamente sirve para dormir con él, Ruth, Susana, Raquel, Bethzabé, Esther, Maria de Nazaret, etc. quienes desempeñan papeles secundarios y sumisos... más el mensaje de curas y pastores apoyando paradigmas de exclusión... especialmente la Iglesia Católica que sigue creyendo que las mujeres no pueden ser presbíteros u obispos y menos un Papa..

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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