Empieza a desenredar las sábanas de su cuerpo. Los ojos le pesan. Rápidamente se levanta de la cama y busca, entre el desorden de al lado, un suéter. Es gris, de un equipo de béisbol que no conoce y ya está bastante desgastado, pero lo protege para salir a la calle, para enfrentarse nuevamente con su cotidianidad.
Roberto es un chico escuálido, con la mirada perdida. Es un tipo feo, feísimo, eso le decía su padre y, también, cuando asistió al colegio, se lo repetían una y otra vez. Por eso no tuvo problema, aquella tarde de junio, cuando cargó por primera vez una nueve milímetros y disparó contra dos de sus compañeros a la hora de salida. Ambos sobrevivieron.
Tenía catorce años.
Aquella vez fue detenido y pasó en la cárcel un par de días. Luego lo soltaron, sin saber por qué. Su padre no lo recibió de vuelta, le dijo que era un asesino, un fracaso; le entregó un saco con sus pocas cosas y lo echó a la calle. Desde ese día, Roberto tuvo que aprender a soportar los golpes de la vida solo.
No es una mala persona, incluso, ha llorado muchas noches desde aquel casi asesinato. En el fondo, nunca quiso hacerlo. Pero es Lucas, su amigo, el que vive dentro suyo, quien no soportó más las burlas. Lucas, que también es Roberto, no soporta su fealdad. Se observa al espejo y no puede más. Odia a sus padres, malditos seres, por traerle a la vida, por hacerlo tan feo, por darle un rostro tan espantoso.
Su madre, la de Roberto que también es Lucas, no podía verlo. Desde el momento en que, en el hospital, un médico mal encarado, mal pagado y con muy pocas horas de sueño, le entregó el pequeño y ensangrentado cuerpo, supo que algo estaba mal con él. Que llevaba la maldad en su mirada y haría mucho daño.
Roberto y Lucas nacieron el mismo día, pero el cuerpo, el de ambos, no pueden controlarlo a la vez. Roberto es más Roberto que Lucas, pero le teme mucho, porque Lucas sueña con cementerios repletos de todas las personas que se le han cruzado enfrente, con cuervos y sangre. Además, le ha amenazado con suicidarse si no lo deja tomar el control.
Pobre de mí, piensa Roberto mientras Lucas duerme y se imagina que un día se marcha y no vuelve; que corre hacia la casa de su padre y le pide perdón, que le dice que nunca quiso disparar y que tampoco tuvo que ver con la muerte de su madre.
Es que a Roberto, además, lo culpan del veneno de rata que apareció en su desayuno, cuando tenía cinco años. Pero él no lo recuerda. En ese entonces, Lucas no buscaba sangre, no sabía, niño feo, lo mucho que le gustaba. Nadie dijo nunca nada, nadie le acusó, sólo pudo observar la mirada de odio de su madre antes de morir.
Su padre, por otro lado, lo vio más feo aún, feísimo. Pobrecillo Roberto, que también es Lucas, descubrió entonces que nadie lo querría. Y fue, en ese triste momento, cuando Lucas se enojó.
Lágrimas rabiosas cayeron de su rostro. Fue a su habitación y allí se encerró y no salió hasta que su padre le pidió que se vistiera para el funeral y luego el entierro. Se calzó un pequeño saco negro, pantalón y camisa blanca de botones. También llevaba un corbatín y se veía feo, feísimo.
En la funeraria un par de personas se le acercaron y le abrazaron. El resto (y esto lo supo Lucas al observarlos), prefirieron no acercarse a un niño tan feo. Es que Roberto, que también es Lucas, es en serio feo, feísimo. Y cuando alguien lo observa, cosa lamentable, no puede evitar el asco.
Es que Roberto, que también es Lucas, es un tipo raro. Camina bajo la lluvia y habla solo; o eso piensa el resto, porque a veces Roberto conversa con Lucas. A veces, casi siempre, le dice que ya no quiere pensar en su fealdad. Pero Lucas, pobrecillo Roberto, no tolera cómo lo observan los demás; los odia, detesta ser un adjetivo, nada más, feo, feísimo, sólo observa la muerte.
Roberto que también es Lucas, se gana la vida como sicario. No tiene problema en disparar. Lo disfruta. Ha encontrado un trabajo que ama, pero que también odia sólo cuando no es Lucas. Es que cuando se enfrenta a su víctima puede ver en sus ojos su fealdad, la burla, de su víctima que lo ve feísimo y aunque le apunte con un arma, no deja de reírse de él.
Esta mañana, con la pistola cargada, Roberto, que también es Lucas, piensa escapar. Ya no soporta más. No quiere hacer más daño y quiere acabar con Lucas. Alguien ya lo ha visto y se ha reído de su fealdad; pobre Roberto, que también es Lucas, su otro yo, ha cargado la pistola.
Pero Roberto que también es Lucas, intenta tener el control del cuerpo y se apunta en la sien. Lucas grita, siente miedo, le suplica que no apriete el gatillo. Y las personas, tumultos de gente, rodean a Roberto que es Lucas, asustadas, lo observan y no pueden evitar fijarse en su fealdad. Es que sí, es un tipo feo, feísimo, que está por suicidarse a media calle.
Roberto que también es Lucas lucha. Ambos luchan. Ambos quieren apretar el gatillo, pero en diferente dirección. Ambos gritan y quienes los rodean prefieren no acercarse, porque es un tipo feo, feísimo, con un arma. Llaman a la Policía y Roberto que también es Lucas grita. Ya no quiero ser feo, grita. Y Lucas comprende.
Ambos aprietan el gatillo. Pobrecillo Roberto que también es Lucas, no sabe que al día siguiente saldrá en los noticieros y que todos sabrán que un tipo feo, feísimo, se ha suicidado.
HOYPORHOY /
Me gustó mucho tu relato, te felicito profundamente. Solo no abuses del "feo, feísimo" y del "Pero R... que también es L....". Entiendo que es una parte simpática del relato, o que pretendió serlo; pero la verdad queda feo, feísimo.
Saludos
Hernan /
Esto refleja la perspectiva de cualquier persona que hace cosas malas en el mundo. Y que todos los actos de violencia de ciertas personas, no son más que la consecuencia de la falta de Amor que existe en la sociedad en conjunto. Palabras que incita a la reflexión.