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África en Guatemala: los migrantes invisibles

Entre Asmara, la capital de Eritrea, un país en la esquina más lejana de África, y Esquipulas, en Guatemala, hay una ruta de 23,426 kilómetros. Ese es el trayecto que Ben y su familia recorrieron, escapando de un país gobernado por un régimen que amenazaba con esclavizarlos o matarlos. Nómada los encontró en el oriente de Guatemala, en la última fase de 3,000 kilómetros en su ruta migratoria a Estados Unidos. No estaban solos y su historia no es singular. Miles de africanos dejan sus países en busca del sueño americano y se aventuran en una travesía llena de obstáculos que ponen a prueba su entereza, su valentía y su fuerza. Así es su paso por la frontera de Guatemala.

Cotidianidad P369

Migrantes africanos hacen cola en un albergue de voluntarios evangélicos y católicos en Esquipulas.

Fotos: Carlos Sebastián

Ben dice que solo puede pensar en la idea de avanzar. Sus energías y esfuerzos se concentran en llegar a Estados Unidos con su esposa y su hija. No quiere recordar a los familiares que dejó en Eritrea o al hermano que abandonó en medio de la selva colombiana. Avanzar es lo único que le importa. Lo repite una y otra vez, como un mantra.

A pesar de sus 183 centímetros sobre el suelo y sus 32 años, Ben es más bien tímido. En el calor de Esquipulas, el sudor resbala por su rostro, mientras habla con voz baja y en un inglés imperfecto. La temperatura en la frontera sobrepasa los 30 grados centígrados. Ben carga a su hija de 2 años y medio, mientras su esposa descansa en una colchoneta. Quieren reponerse del agotamiento permanente que sufren desde hace tres meses, cuando dejaron su hogar para emprender un viaje hacia el ‘sueño americano’.

Ben y su familia llegaron a Esquipulas a principios de marzo, junto a un grupo de 37 migrantes del Congo, Eritrea, Ghana, Guinea y Nepal. Un coyote, que traslada/trafica personas, les ayudó a pasar por uno de los cruces clandestinos de la frontera de Agua Caliente, que separa a Guatemala de Honduras. Ese mismo coyote contactó a un taxista que los llevó hacia la estación de la Policía Nacional Civil más cercana. Ahí, los agentes los registraron para cumplir con el protocolo.

El edificio de Esquipulas donde se instaló la sede de la Policía también aloja un espacio para un mercado que nunca funcionó, tiendas de abarrotes y oficinas de instituciones públicas. Además hay dos locales comerciales que miembros de las comunidades evangélica y católica de la localidad adaptaron para que funcionara un albergue. En ese lugar dan comida y asistencia médica a los migrantes, y les ofrecen un pequeño espacio para descansar.

Fue ahí donde Ben habló con Nómada bajo la condición de no ser fotografiado, grabado o filmado. No quería exponerse porque en los siguientes días buscaría un transporte para recorrer 228 kilómetros hasta la Ciudad de Guatemala, para después seguir a Huehuetenango, donde finalizaría su viaje en Guatemala y emprendería su nuevo trayecto en el territorio mexicano con destino a Estados Unidos.

A diferencia de sus compañeros de viaje, Ben se atrevió a hablar, pero su historia no es única. Es la historia de los migrantes africanos que transitan por el territorio guatemalteco. Es la historia de los migrantes. Es la historia de un padre de familia que quiere un mejor futuro para su hija. Pero no puede garantizárselo en su país natal. Llegó al mundo en Eritrea, un país del conflictivo y paupérrimo Cuerno de África. Tanto que mueve a miles de sus habitantes a cruzar desiertos, ríos, mares, selvas y ciudades para llegar a Estados Unidos.

Abajo a la derecha del video se pueden activar los subtítulos en inglés y en español.

 


Las autoridades guatemaltecas documentaron entre enero de 2016 y marzo de 2017, el paso de 3,680 migrantes africanos de 22 nacionalidades. 10 migrantes registrados cada día. Registrados. El 68 por ciento vienen del Congo y el resto de Eritrea, Guinea, Somalia, Ghana y de otros 17 países que sufren de guerras internas y altos niveles de pobreza.

Ben cuenta que la mayoría de jóvenes abandona Eritrea para evitar el ‘servicio nacional’.

El ‘servicio nacional’ s la forma en que el Gobierno llama a un sistema estatal de trabajos forzosos que les obliga servir a las fuerzas armadas o trabajar (prácticamente como esclavos) en agricultura o minería. En jornadas extenuantes a cambio de un pago mínimo y con descansos restringidos. Supuestamente es un trabajo para servir a la patria, por tiempo limitado. Pero en realidad sirven a empresas estatales o privadas cómplices del Gobierno. Algunas personas llevan hasta 20 años de servicio sin descanso. Quienes se oponen a esa u otras iniciativas del régimen del presidente Isaías Afwerki corren el riesgo de ir a prisiones clandestinas. Prisiones clandestinas en una dictadura africana. Probablemente las únicas que compiten con las hacinadas cárceles centroamericanas. Allá, en Eritrea, están aseguradas las torturas o las ejecuciones sumarias.

El Departamento de Estado de Estados Unidos sistematizó este año las violaciones sistemáticas a los derechos humanos en Eritrea. Es un régimen centralizado y autoritario bajo el control del presidente Afwerki, que encabeza el único partido político de Eritrea, y que no ha permitido la celebración de elecciones desde la independencia del país de Etiopía, en 1993. Uno de los aspectos más preocupantes fue reportado por la organización Amnistía Internacional: “Miles de presos y presas de conciencia y por motivos políticos, entre quienes figuraban personas que se habían dedicado a la política, periodistas o practicantes de religiones no autorizadas, continuaban detenidos sin cargos ni juicio y sin acceso a asistencia jurídica ni a familiares. Muchos llevaban detenidos más de una década”.

Ben optó por negarse al ‘servicio nacional’:

– Tuve que salir con mi esposa y mi hija para no quedarnos encerrados en Eritrea, o podíamos seguir ahí hasta que nos mataran por oponernos al servicio obligatorio.

Morir o migrar, es el dilema. O la certeza de morir versus altas probabilidades de morir. Muchos africanos eligen la segunda opción, a pesar de que la muerte los acechará en todo su viaje transcontinental y panamericano, para el que debieron ahorrar suficiente dinero, abandonar su tierra y armarse de valor.

La cercana Europa ya no es una opción para los africanos

Si están a 3,000 kilómetros de Europa, ¿por qué venir a América?

Pues porque los europeos cerraron su frontera más accesible. En marzo de 2016, tras decenas de miles de sirios que huían de su guerra civil, la Unión Europea redobló sus controles fronterizos para evitar el ingreso masivo de migrantes y cerró sus puertas a miles de refugiados árabes y africanos.

Un acuerdo de la Unión Europea y Turquía, que entró en vigencia el 20 de marzo de 2016, detuvo a los refugiados sirios que huían de la guerra civil y buscaban llegar a Europa a través de Grecia. Es la llamada “ruta oriental” del Mar Mediterráneo, la menos insegura, que consiste en un trayecto de entre 5 y 10 kilómetros entre Turquía y las islas griegas de Kos y Lesbos. La última parte del trayecto de 3,000 kilómetros desde Eritrea.

 

De África a Guatemala y a Estados Unidos. Ilustración: Loren Giordano.

De África a Guatemala y a Estados Unidos. Ilustración: Loren Giordano.

La Organización Internacional de la Migraciones (OIM) registró un millón (1,011,712) de llegadas por mar a Europa en 2015. El 80 por ciento fue por medio de la ruta oriental. Ahora, pocos pueden pasar por ahí. La opción que le quedó a los migrantes es la “ruta central” del Mediterráneo, un viaje de 280 kilómetros en balsa entre Libia y Lampedusa, una isla italiana. Para muchos es una sentencia de muerte.

La probabilidad de morir ahogados en esa ruta es alta. Este año se calcula que 1,089 migrantes fallecieron o desaparecieron en el intento de llegar a Europa y el 90 por ciento de casos se dio en esa ruta. El 3 de octubre de 2013, 368 inmigrantes naufragaron y murieron ahogados en en su intento por llegar a Lampedusa; la mayoría habían huido de Eritrea. La Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas realiza monitoreos de la migración y detectó que en los últimos años se reportaron días con más de 400 personas muertas.

Eso desmotivó la migración a Europa. En 2016 las llegadas se redujeron en dos terceras partes y solo se contaron 363,401. Hasta el 23 de abril de este año iban 43,943, según la OIM. Pero para los africanos, quedarse en sus países, asolados por la pobreza, las dictaduras y las guerras, no es una opción. Así que miles prefirieron cambiar sus planes y migrar hacia Estados Unidos.

Según un informe del Pew Research Center, en 2015 había 2.1 millones de inmigrantes africanos en Estados Unidos, casi el triple de los 881,000 de quince años antes, que ya era diez veces más de los 80,000 de 1970. Una explicación para este fenómeno migratorio está relacionada con la Ley de Refugiados de 1980, que benefició a los africanos que huyeron de zonas conflictivas, como Somalia y Etiopía. En ese entonces, menos del 1% de los refugiados era de África, en comparación con el 37% en 2016, según cifras del Centro de Procesamiento de Refugiados del Departamento de Estado.

Escribir el futuro en América

En Esquipulas, Ben recuerda el inicio de su huída. Conducía por las calles de Asmara, la capital de Eritrea. Era de noche. Escapaba de la ciudad. Su hermano le acompañaba como copiloto y su esposa sostenía a su hija en sus brazos, en el sillón trasero del vehículo. Atrás dejaban a sus padres mayores, que no están en condiciones de hacer viajes largos y que morirán en la tierra que los vio nacer y de la que sus hijos ahora huyen.

 

Una familia, en el albergue en Esquipulas.

Una familia, en el albergue en Esquipulas.

Después de unas cuatro horas en el auto, los tres adultos y la niña consiguieron llegar a Etiopía atravesando la frontera, sobornando a policías y oficiales de migración. Y un día después ya estaban en Sudán, donde abandonaron el vehículo que ya no sería útil sin permisos de circulación. A partir de entonces empezó el viaje terrestre por cinco países africanos hasta Dakar, capital de Senegal, que es conocida por ser, junto con Praia, la capital de Cabo Verde, el punto de salida del continente hacia América. Desde hace 300 años.

África y Brasil están unidos por la historia de la esclavitud y la migración forzada. Entre los siglos XVI y XIX, más de 4 millones de africanos fueron obligados a cruzar el Atlántico como esclavos. Primero por los portugueses hacia el Nordeste de su colonia brasileña y luego hacia el resto del Atlántico americano. Eso explica la multietnicidad en el sueño brasilero. Y que el 25% de los 500 millones de latinoamericanos sean afrodescendientes. Hoy, la migración continúa pero es diferente. Los africanos viajan por cuenta propia y en Brasil comienzan un viaje panamericano con rumbo al Norte. Otros se quedan en el país buscando oportunidades de trabajo y superación personal. Al final de cuentas, la mitad de los 200 millones de brasileños tienen ancestros africanos.

Ben y su familia tomaron un avión en Senegal rumbo a Fortaleza, la ciudad brasileña más cercana a África. Un avión es la forma más rápida para cruzar el Océano Atlántico, aunque también la más costosa; cuesta unos Q14 mil (1600 euros). Otros migrantes en Esquipulas cuentan que viajaron en barcos que tardan tres o más semanas en llegar a su destino, a causa de las escalas y los trámites burocráticos, pero cuesta una terca parte. Ya en Brasil fueron hacia la metrópoli de São Paolo, donde les esperaba el coyote que contactaron desde Dakar y que acompañaría a un grupo de más de 100 personas en el recorrido por Sudamérica. El viaje siguió en buses, taxis y andando por una decena de poblados que se encuentran entre Brasil, Perú, Ecuador y Colombia.

Alpha Amadou, otro migrante, originario de Guinea Conakri, que estaba en el mismo grupo de Ben, cuenta que el viaje por tierra en Sudamérica es agotador y esperanzador. Es agotador por las distancias largas y las dificultades frente a los coyotes y ladrones. Pero es esperanzador porque saben que las autoridades migratorias no los quieren detener, pues así se evitan el trabajo y la inversión que representaría capturarlos para luego expulsarlos o deportarlos a sus países de origen. No cree que se trate de políticas humanitarias, sino de ahorros financieros de los gobiernos.

 

Quienes ya conocen el territorio saben que no hay muchos obstáculos que los detendrán en la mayor parte del recorrido sudamericano. Las cosas se complican al llegar a Turbo, un municipio de Antioquia, en Colombia. Los migrantes se embarcan en pequeños botes para llegar a la localidad de Capurganá cruzando el Golfo de Urabá. Un bosque tropical silvestre entre Colombia y Panamá, conocido como el Tapón de Darién. No hay rutas para el paso de vehículos y las personas apenas pueden avanzar si son acompañadas por guías que conocen el lugar. El principal riesgo es caer en manos de los grupos armados que se dedican a secuestrar migrantes y cobrar rescates, y que se supone actúan en complicidad con los coyotes.

En su trayecto por la Darién, hombres armados, identificados como parte de un grupo que estuvo ligado hasta diciembre de 2016 a la guerrila de las FARC (que firmaron la paz hace 5 meses), los retuvieron durante un día y medio, hasta que les robaron su dinero en efectivo y todas las pertenencias, dice Alpha. Los dejaron en el medio de selva, con pocas provisiones. Sin suficiente comida, agua potable y sin la ropa adecuada era difícil avanzar en la jungla. Algunos no resistieron las inclemencias del tiempo, las enfermedades que adquirieron por el contacto con los animales o por el cansancio.

En esa selva quedó el hermano de Ben, el primer migrante de esta historia. Fue uno de los que no pudieron continuar el camino. Su pie sufría una hinchazón provocada por una infección y ardía en fiebre. Apenas podía moverse por el dolor y sus compañeros de viaje no podían esperar a que los alcanzara en los cortos trayectos por los que se desplazaban entre la maleza.

Esperar la recuperación de su hermano no era una opción para Ben. Pasar más tiempo en medio de la jungla podía hacer que su esposa o su hija contrajeran una enfermedad, o que se expusieran a más peligros. Fue el momento de tomar una decisión difícil para los hermanos:

– Los recursos son limitados y no podíamos quedarnos más tiempo en la selva. Estaba poniendo en peligro a mi hija si esperaba un día más. Avanzamos con el grupo y mi hermano se quedó con otros que necesitaban descansar. No supe qué pasó con él y probablemente nunca lo sabré.

Después de Darién el camino fue más fácil a través de Panamá y Costa Rica. Pero en Nicaragua las cosas se complicaron de nuevo. En la ‘solidaria’, ‘cristiana’ y ‘socialista’ Nicaragua del dictador Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo. O Rosario Murillo y su esposo, Daniel Ortega. Un grupo de hombres armados asaltaron a los migrantes y les robaron casi todas las pertenencias que les quedaban. A la mayoría les quitaron los zapatos, celulares y el efectivo que llevaban escondido.

Alpha asegura que miembros de las fuerzas de seguridad nicaragüenses también les robaron y en algunos retenes los extorsionaron a cambio de no detenerlos. No todos cedieron ante las amenazas de sus captores, así que recibieron golpes con batones que les dejaron marcas en la espalda y brazos. Esta versión coincide con otras recopiladas por las personas que sirven en el albergue evangélico-católico de Esquipulas y que atienden a los africanos.

Como en todo el planeta, las mujeres son las que más sufren.

Así lo resalta Ana Ruth Alvarado, quien ideó el proyecto del albergue para migrantes. Casi todas las mujeres migrantes dicen ser víctimas de abusos sexuales a lo largo del trayecto por América, pero sobre todo en Nicaragua. Es un tema sensible del que no todas están dispuestas a hablar y solo se atreven a pedir ayuda cuando están con otras mujeres. De los 3,680 migrantes africanos registrados en Guatemala, 780 son mujeres, el 20 por ciento.

Para salir de Nicaragua debieron sobornar a los guardias nicaragüenses y pagar servicios de transporte sobrevalorados. Pero no todas las historias son iguales. El gobierno del presidente Daniel Ortega intenta bloquear el paso de los migrantes, así que otros grupos buscan a coyotes para que los movilicen en balsas a través de las costas nicaragüenses. Esto implica el riesgo de ser abandonados o morir ahogados.

Así llegaron a Honduras y luego avanzaron hasta la frontera con Guatemala, a donde ingresaron por un paso ciego. Un oficial de migración en la aduana de Agua Caliente lo explica todo:

– No podemos hacer nada cuando cientos de personas necesitan cruzar las fronteras; solo volteamos a ver a otro lado para que ni ellos ni nosotros nos metamos en problemas. Ni nosotros ni nadie va a detener a las personas que necesitan migrar.

Al llegar al albergue en Esquipulas, los migrantes reciben alimentos y agua por los voluntarios, mientras la Policía coordina con transportistas locales para que los trasladen a un albergue estatal, a cargo de la Dirección General de Migración, en la Ciudad de Guatemala. Cada uno debe pagar entre 15 y 25 dólares por el servicio de bus.

Las autoridades migratorias guatemaltecas dicen que no existe fundamento legal para permitir el paso de migrantes sin papeles, pero tampoco para detenerlos. La ley dice que a los indocumentados se les otorga un plazo que no podrá exceder de diez días para legalizar su permanencia en el país, o en su caso, ordenará su expulsión inmediata. Pero a los africanos les bastan 24 horas para atravesar el país y dirigirse a México, la antesala del destino final: Estados Unidos.

Refugiados en tiempos de Trump

Cientos de africanos pasaban cada día por Esquipulas en 2016, dice Oscar Oxlaj, locutor de una radio local y voluntario en el albergue para inmigrantes. En ocasiones, los voluntarios tenían que aumentar su contribución económica y comprar comida para alimentar a 200 o 250 personas. Pero a partir de noviembre el flujo migratorio se redujo considerablemente. Aunque de igual manera son 10 personas diarias, registradas.

– Creemos que la victoria de Trump hizo que muchos africanos perdieran interés por ir a Estados Unidos porque sabían que iban a encontrar las puertas cerradas. En los primeros meses del 2017 solo están pasando grupos de 20 a 30 personas, pero con pocas esperanzas de que puedan entrar.

Ana Ruth detectó un creciente pesimismo entre los migrantes que llegaban a pedir ayuda a su puerta. Según la activista, a finales del año pasado ya había menos entusiasmo y a principios de 2017, con las primeras decisiones de Trump en política migratoria, la búsqueda del sueño americano ya no era atractiva.

Este año Trump firmó dos órdenes ejecutivas que suspendieron la entrada de refugiados a Estados Unidos y redujeron las admisiones de 110,000 a 50,000, con el argumento de mantener fuera del país a los extremistas radicales que se presentaban como una potencial amenaza terrorista. Por eso, Alpha sabía que su objetivo no era fácil de cumplir, pero no quería otra cosa que vivir el sueño americano, conduciendo un taxi, lavando platos en un restaurante o limpiando casas. Tenía una idea muy clara:

– Es mejor morir que regresar a mi país. Morir es lo mejor.

Aunque su único objetivo era llegar hasta Estados Unidos, Ben dijo que si se rechazaba su solicitud de asilo consideraba volver a Brasil como una opción. Ahí buscaría un empleo en el sector de la construcción. Pensaba que la única forma de poder ver crecer a su hija era fuera de Eritrea y de África. Sin embargo, en comunicaciones posteriores a la entrevista por medio de Facebook, Nómada supo que él y su familia, y el resto de migrantes que viajaban juntos, consiguieron llegar a Estados Unidos, pero fueron interceptados por la migra y después fueron deportados a sus países de origen. Al menos en sus tres meses y 26,000 kilómetros, un grupo de evangélicos y católicos los recibieron con humanidad en Esquipulas y unos policías guatemaltecos los dejaron seguir su camino.

De vuelta en su tierra, los migrantes africanos volverán a su rutina diaria, una rutina marcada por los conflictos internos y la pobreza extrema, por los regímenes totalitarios y las transnacionales oportunistas, por la falta de esperanzas y motivaciones. La Agencia de la ONU para los Refugiados estima que actualmente hay alrededor de 25 conflictos y guerras en los 54 países de Africa, que impiden vidas dignas para sus habitantes y su salud. Algunos se deben a la ‘maldición’ de tener bajo su suelo minerales como el coltán, indispensable para la duración de las baterías de los teléfonos celulares.

Alpha se encontrará de nuevo con Guinea, donde Amnistía Internacional denunció cómo en 2016 la policía y el ejército apalearon a manifestantes y hostigaron a quienes expresaban su opinión. Por otro lado, la comisión de investigación de la ONU sobre los derechos humanos en Eritrea informó que las autoridades eritreas eran responsables de crímenes de lesa humanidad, como esclavitud, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias, torturas, violaciones y asesinatos. A ese país regresaron Ben y su familia.

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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Luis Alvarado /

    08/05/2017 11:33 AM

    Guatemala debería implementar una política mas solidaria con los migrantes. Nos quejamos del trato que recibimos afuera, pero deberíamos actuar como queremos que nos traten.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Ernesto Mejía /

    07/05/2017 10:01 AM

    Hola, quisiera saber con quién me puedo contactar para apoyar este albergue en Esquipulas. Mi correo electrónico es ernesto.mejia.trana@gmail.com

    Gracias

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Marco Miguel /

    07/05/2017 8:42 AM

    Interesante história, yo no creo que en Brasil haya tanto trabajo tampoco lo hay en Guatemala pero quien quita que en Guatemala puedan encontrar mejor futuro. Las Fronteras se van a seguir cerrando en USA, Francia y Japón solo estan abiertas en Canadá y en Nueva Zelanda

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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