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Cómo llegué a ganarme la vida con el yoga

Muchos se preguntarán de qué vivimos las instructoras de yoga. Del aire, de subsidios, de inspiración, de hippismo. Y no. Uno puede adentrarse en este mundo y ganarse la vida ayudando a otras personas a crecer por medio del yoga. Y es algo más que lo trending. Vamos allá.

Cotidianidad Opinión P258
Esta es una opinión

Aunque sea una vez al día, necesitamos tiempo y espacio para nosotros mismos.

Foto: Flickr, Matt Madd

Ser maestra de yoga para mí no es simplemente ser buena con los ásanas (posturas corporales), sino debés conocer el cuerpo y la mente humana de una manera más que básica.

Ser maestra conlleva tratar con gente de todo tipo. Con todo tipo de molestias en diferentes partes del cuerpo, con todo tipo de intenciones más allá que hacer un poco de ejercicio.

Y entonces, ¿cómo he logrado llegar a un punto en el cuál puedo ganarme la vida así? Pues, por suerte, mis 6 años de estudio en diferentes ramas del yoga me han proporcionado una visión más completa de lo que hago. De lo que me enfrento con cada alumno: con sus propias batallas, con sus propios propósitos.

Puedo decir que no es fácil. Convivir de una manera tan íntima con muchas personas al día puede llegar a ser tan agotador como muchos otros trabajos. Pero la clave está en no involucrarse en el mundo ajeno. El secreto para mí es ofrecer a mis alumnos un espacio y tiempo sagrado en el que ellos son los protagonistas.

Si sos mamá, pues te olvidás de eso aunque sea durante la práctica. Si tenés miles de deudas, te entregás al mat y al cuerpo aunque sea por esa hora y cuarto en que pasamos liberando energía.

Sí. Cada uno necesita aunque sea una vez al día un espacio y tiempo para uno mismo. Para estar en silencio. Para escuchar a través del cuerpo y de la mente vacía. Estoy segura que en esos momentos de presencia es cuando uno recibe muchas de las soluciones que en el día a día busca ansiosamente.

Al lograr esto, ofreces y recibes lealtad. Comencé en gimnasios diferentes, cualquier trabajo que llegaba lo tomaba. Hasta me crucé la ciudad varias veces con tal de practicar lo que había aprendido en ese mes intenso de yoga en una isla virgen con yoguis y yoguinis alejados de la civilización moderna.

Todo este aprendizaje va más allá de tanta teoría y fuerza física. Si realmente no sentís la pasión de ayudar, de sanar, de compartir tanta sabiduría, es muy probable que no llegués muy lejos. La gente lo siente, lo percibe. Es pura intuición. Confianza. Estás adentrándote en su mundo, en su espacio. Son vulnerables y no se abrirán si no se lo permites.

Muchos culpan al trending de yoga. Ahora todos quieren hacerlo. Ahora todos son vegetarianos. Ahora todos suben fotos en poses y meditando.

Pero para mí va más allá de eso. Al practicar el yoga, la gente recibe y siente sus efectos inmediatos. Confieso que yo misma soy un poco más que adicta a esos efectos. Tu cuerpo te lo agradece. Tu mente también. Estás despierto, consciente, sentís tu circulación llena de vida y tu cerebro oxigenado. Cada vez desarrollás fuerzas y músculos nuevos que muy probablemente antes desconocías.

Y esto conlleva subir tu autoestima. Te das cuenta del secreto de muchas cosas. De la felicidad, de la salud, de la consciencia. Vos tenés el poder completo de tu vida, de sentirte bien. Y espero en algún momento de mi vida no ver esto como un trabajo, ya que ahora sí lo es. Por una hora en clase privada cobro hasta Q350, y por una hora de meditación y relajación Q250.

Hay días que tengo hasta tres clases y me organizo para que no tenga que sufrir mucho el tráfico. Pero sí. Cada vez recibo más llamadas, más ofertas, y llego a muchos puntos durante mis clases, aunque sé que me falta muchísimo más. Me falta seguir aprendiendo, seguir entendiendo el cuerpo y la mente humana. Leer. Ver documentales. Viajar.

Uno no puede enseñar más de lo que uno sabe. Uno no puede inspirar si uno no está inspirado. De alguna manera este estilo de vida se vuelve un reflejo de todo lo que sucede dentro mío y tengo la dicha de poder compartirlo y ganar más de una sola manera.

La verdadera medicina es gratis. Conlleva respirar. Así de simple. Ese es el secreto. Y poder generar esta seguridad en otras personas ya es un éxito para mí. Meditar –por dios, ¡no es tan difícil como te lo venden, y es tan necesario!– es tan simple como tomarse un espacio sin distracciones, cerrar los ojos y dejar que todos los pensamientos se vayan sin aferrarse a ninguna historia, ningún drama. Es ir limpiando poco a poco todas esas voces que tenemos dentro y quedarnos con una sola: la nuestra.

Hay tantos tipos de meditación que la gente puede llegar a complicarse. Pero yo lo resumo con lo siguiente: entregarse al presente en su totalidad. Sin resistencia. Sin expectativas. Sin tiempo. Sí. Sonreír por dentro. Respirar. Visualizarse sanando. Cada una de las células perfectas y llenas de vida.

Quizás suene fácil, quizás no. Pero creo que todos llegamos a un punto en nuestra vida que lo sentimos necesario. ¿Y por qué llegar hasta ese momento donde explotamos? Estamos vivos y a veces lo olvidamos. Olvidamos que necesitamos bioenergía, como las plantas y los árboles. Pero más que todo, olvidamos que nos merecemos una mejor calidad de vida de la que tenemos.

Cindy Barascout
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Escritora y yoguini, viajera y divemaster. Amante de la naturaleza, la humanidad y el arte sin límites. Del cine y la música. De los viajes internos y físicos. Estudió periodismo, edición y escritura creativa.


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