“No hay dos glorias juntas” dice el refrán. En consecuencia, siempre que me invitan a alguna fiesta familiar con servicio de catering me dispongo a disfrutar el placer de las múltiples conversaciones cruzadas, el gusto de volver a ver a parientes y amigos –y en algunos casos, el gusto de dejar de verlos al final de la fiesta- y el gozo de la música y –si tengo suerte- del baile.
Pero no de la comida: usualmente, las grandes celebraciones familiares se caracterizan por ser gastronómicamente mediocres. Cocinar para una tribu no es fácil, y normalmente en esas ocasiones lo más inteligente es recurrir a un servicio de ‘catering’ profesional, de esos que permiten que los anfitriones puedan dedicarse a atender a los huéspedes, recibiendo congratulaciones y distribuyendo sonrisas y agradecimientos en cada mesa. Meseros, mesas, cubiertos y manteles llegan como paquete, junto a una comida pre-cocinada que simplemente se recalienta en lugar. En el mejor de los casos, el menú es previsible y la sazón apenas correcta: ‘sabrosita’ que es casi lo mismo que ‘olvidable’. En el peor de los casos –que ocurre más de lo que debiera- es preferible conformarse con las manías y los nachos.
Por eso me sorprendió agradablemente acudir hace algunos días a una celebración familiar en la que la comida superó mis expectativas. Cuando mi esposa me comentó que en el evento, celebrado a medio día, tendría lugar “el show del cerdito” pensé que se trataba de algún entretenimiento para distraer a los pequeños de la familia. Pero se trataba del almuerzo: el ‘cerdito’ no era un actor disfrazado de Porky cantando coplas infantiles, sino un señor cerdo de respetable tamaño que se iba asando lentamente frente a nuestros ojos, sobre las brasas.
Lo llaman ‘el show’ porque, en efecto, el proceso de preparación del cerdo es un espectáculo. En un lugar abierto, al aire libre y a la vista de todos, los cocineros montaron un asador lo suficientemente grande para rostizar un cerdo completo sobre las brasas. Dos maestros parrilleros se iban turnando para darle vuelta continuamente al animal, que poco a poco iba dorándose al calor de las brasas que crepitaban con los jugos que la carne iba soltando. A medida que las distintas partes del cerdo se iban asando, los parrilleros las tasajeaban para irlas colocando en unas cubas donde se terminaban de cocer empapadas en los jugos de una deliciosa barbacoa.
Mentiría si dijera que todos nos habíamos quedado plantados frente al asador, pero cada cierto tiempo la mayoría de los comensales nos dábamos una vuelta para verificar el proceso. ¡Qué anticipación! Los olores de la carne asándose y la imagen del cerdo tomando color delante de nuestros ojos habían desatado torrentes de jugos gástricos. Por suerte, nos hicieron soportable la espera con platos de dobladas de queso y longaniza, con tortillas recién hechas, que los meseros continuamente acercaban a las mesa y que salían de un comal colocado al lado del asador, atendido por dos señoras que no dejaron de tortear toda la fiesta.
Finalmente pudimos pasar a servirnos: el bufet, sencillo pero bien puesto, consistía de una serie de apastes repletos del cerdo en barbacoa, frijoles refritos, guacamole y arroz, con ‘muñecos’ de tortillas recién hechas entre cada uno. Para los que no comen cerdo, había churrasco y pollo a las brasas. Y de postre, mole de plátanos y torrejas. Un banquete chapín, francamente: sencillo, bonito y bueno. La comida esta vez pasó de ser la parte soportable de la celebración familiar a ser parte importante de su éxito. Y muy bien atendido: parrilleros, tortilleras y meseros se esmeraban por agradar a los comensales. Finalmente, el precio: la anfitriona de la fiesta me confesó que la comida –de la que sobraron un par de apastes- le salía a setenta y cinco quetzales por persona. Me dejó sorprendido.
Hablando con el dueño del negocio –que no era cocinero pero estaba atento a que todo marchara sobre ruedas- me comentó que también asan corderos, que es de las carnes que más me gustan pero que desafortunadamente se come poco en Guatemala. Comenzó con este negocio hace ya unos tres años, y afortunadamente –dice- le va bien gracias a que su mejor propaganda son las fiestas mismas: los que probaron el ‘show del cerdito’ quedan entusiasmados. Se llama Juan Carlos Curley, y su negocio Piggymovil. Si tiene alguna fiesta familiar en su programa y quiere que sus huéspedes se recuerden del agasajo, llámelo al 4079-3469. Vale la pena.
Ana /
Que excelente!!! Ea bueno saber de estas empresas que dan buen servicio y a esos precios!! Gracias por el articulo
Lucrecia /
Clarifico que el precio total fue Q65.00 (no Q75.00) como dice el excelente artículo culinario. ¡De verdad vale la pena! l