Allí estaba el viejo. Lo vio a lo lejos. La silueta a la que siempre le temió cuando niño. Ahora un poco más encorvada, pero conforme se fue acercando, vio el desgaste de sus ojos, de sus labios que sonreían de la misma forma perversa; ahora las arrugas y varias manchas de un café pálido cubrían su rostro. Sus movimientos eran más lentos. Pero era el mismo monstruo. Y supo que él también lo reconoció de inmediato.
«Qué gusto tenerte por aquí», dijo con la voz un poco temblorosa mientras despedía a un pequeño, de unos 10 años, que salía de la oficina.
El hombre se colocó frente al antiguo escritorio de nogal. Ambos sonrieron. Se acercó al viejo y, como él lo hizo 15 años atrás, le acarició las mejillas antes de plantarle un suave beso en el cuello. Los cuadros de Cristo crucificado, de la virgen María y uno de San Judas Tadeo eran los únicos testigos, ausentes, de la escena.
El viejo, con pocas fuerzas lo empujó. «Los cosas cambian, hijo», exclamó con rabia.
«Lo sé», respondió al tiempo que sacó algo de la pequeña bolsa que llevaba consigo.
Un estallido asustó a quienes estaban cerca de la oficina. Un libro de memorias quedó manchado con sangre. El hombre se sentó tranquilo a esperar. «Sí, las cosas cambian, y ahora hay un monstruo menos», susurró al cuerpo inmóvil.
Los monstruos sí existen
Un cuento que, por corto, no deja de dar terror.
Cotidianidad
Opinión
P369
Esta es una opinión
FHR /
¡Me encanta su escritura! he leído varios artículos y siempre ha sido la misma admiración desde que le encontré por casualidad .
Gracias por su vocación.
Kima /
¿Asesinó a su maestro?