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11 Pasos

Mati

El siguiente es un cuento escrito por Pep Balcárcel.

Cotidianidad P369

Un burrito.

Foto tomada de Ravelry.com

— ¿Qué putas vamos a hacer?

Su rostro podría ser la definición del miedo. Sus piernas y manos tiemblan. Suda. Tiene la mirada desencajada y parece que el rostro va estallarle de lo hinchado que está. Caen lágrimas de su rostro y luego ella, de rodillas, al suelo.

— ¿Qué putas vamos a hacer?—, repite y la voz se le quiebra.

Él se sienta. No dice nada. Se cubre el rostro con las manos. Suspira.

—No sé. No sé. Estoy cagado.

— ¿Y vos creés que yo no?

—…

Escondido, Dany observa la discusión de sus papás. Tiene ocho años. No entiende mucho lo que está pasando. Es normal que peleen: sucede casi todas las noches y ya está acostumbrado a dormir pese a los gritos. Pero hay algo en el ambiente que le pesa, que lo hace mantenerse allí, rígido, frente a la pequeña sala y observar sin emitir sonido.

—Fue tu culpa…

— ¿La mía? Vos fuiste el que los trabajo…

—Sí, pero…

—Pero nada. Ya comimos mierda.

Dany se sienta en el suelo y recuesta su espalda sobre la fría pared de block. Toma a Mati, un burro de peluche, y lo abraza. Se cubre el rostro con él: siente que sus mejillas empiezan a humedecerse y que un calor le recorre el cuerpo.

Entonces recuerda la noche anterior. Los gritos. Recuerda que también sintió calor en el cuerpo y que se escondió debajo de las sábanas. Recuerda que sus papás no estaban solos.

— ¡Tenemos que irnos a la mierda!

— ¿Y adónde nos vamos? ¿Tenés pisto acaso o algo? ¡Nos van a encontrar!

Más lágrimas. El pequeño cuerpo que se esconde, corre, corre hacia la habitación que compartía con su hermana. Su hermana, se pregunta, ¿dónde estará? Hace ya varios meses que no la mira y nadie le dice qué fue de ella.

Su hermana se llamaba Karla. Era mayor. Tenía 15 o 16 años. Iba a la escuela en las mañanas y por las tardes cuidaba a Dany. Le secaba las lágrimas cuando empezaba a llorar.

¿Dónde estará?, se pregunta una y otra vez.

Aún escucha las voces de sus papás. Más distantes, eso sí, pero suena la angustia y desesperación en sus timbres que, a ratos, se quiebran.

—No tenías qué hacerlo…

— ¿Y dejarlos que me agarraran como quisieran?

Dany recuerda las sombras. La música. Sonaba una canción de Juan Gabriel. Había fiesta y no podía salir de la habitación. Cosas de adultos. Cosas que un niño no entiende, le decían cada vez que el estéreo comprado en El Guarda sonaba a todo volumen.

No podía dormir. La bulla era mucha. Se asomó un poco a la sala y vio a varios hombres rodeando a su mamá. Su padre, por otro lado, estaba sentado en el piso, con ambas manos en el rostro. Y pensó que esa es la misma posición que él toma cuando llora. ¿Estaba llorando su papá?

Y los gritos. De miedo. De asco. Su madre gritaba a los hombres que la rodeaban. Eran tres. Cuatro, quizá. “Por favor, no”, suplicaba. Su padre se levantó y caminó hacia ellos. Pero se detuvo. Una de las sombras apuntaba algo contra él. No alcanzó a ver qué.

“Ya, por favor”, escuchó una vez más y luego vio a su madre salir de entre el grupo. Tenía algo en las manos. Un pedazo de hierro. “Vieja hija de puta”, escuchó y decidió correr a su cuarto. Abrazó a Mati y se cubrió todo el cuerpo con una sábana de Disney, de la película de Cars.

No distinguió las voces. Al fondo escuchó una sirena.

—Igual, deberíamos decirle a Candelaria, no vaya a ser que se enteren que ella llamó a la policía.

—No creo. Ella llamó por la bulla, suerte tuvimos que no nos mataron allí.

Tocaron la puerta. Varias veces. Con fuerza. Era la policía. Llegaron varios. Dany salió y cubriéndose con la sábana vio cómo se llevaban a los hombres y a su mamá. Corrió y se abrazó a las piernas de su papá. Se aferró a ellas y sintió cómo las lágrimas le iban hinchando el rostro, desencajándoselo al ritmo de su tristeza.

— ¿Y Dany? ¿Qué le decimos?

—Está chiquito. Ni cuenta se va a dar.
—Bueno…

Duerme. Abraza con fuerza el peluche. El frío de la madrugada apenas y se cuela por una grieta en la ventana del pequeño. Dos siluetas lo observan. Su madre se sienta en la cama y le acaricia la cabeza. Lo observa y lágrimas empiezan a correr de su rostro.
Dany despierta. Abre un poco los ojos. Está en brazos de su padre. Está en la calle. El viento golpea su cuerpo cubierto por sábanas.
— ¿Y Mati? —, pregunta en medio de un bostezo.

—Tuvo que quedarse en la casa.

—Pero Mati es de…

—Ya mijo, ya. No llorés. Tenés que ser hombrecito. Nos tenemos que ir de aquí y él va a cuidar la casa.

***

Luis despierta por la lluvia que cae furiosa sobre su techo de lámina. Se levanta y camina hacia la sala donde enciende la televisión. Pone caricaturas. Es sábado por la mañana.
Se acomoda en el sillón y su mirada se pierde en las múltiples formas en las que cambia Jake el perro. Ríe y piensa en Mati.

Mati es su burro de peluche. Lo tiene desde siempre y no recuerda quién se lo regaló. Lo acompaña por las noches y cuando tiene miedo lo abraza con fuerza. Eso lo reconforta. Le da paz. Hace una semana se lo prestó a Dany, que llegó, otra vez, llorando a la escuela. Tenía un par de moretes en la espalda y su rostro estaba cubierto de lágrimas y mocos secos.

— ¿Qué pasa? —, le preguntó.

—Mis papás gritan mucho en la noche—, respondió su amigo con la voz entrecortada, jalando moco y llevándose los dedos al rostro, para cubrirlo.

—Mati es mi amigo. Él te va a cuidar.
Deja de llover y Luis encuentra una moneda de quetzal en el piso. Sonríe. Observa a su alrededor y llama, para ver si hay alguien en casa. Ante el silencio, abre la puerta de metal y saca, por la ventana de ésta, un cordón para poder abrir cuando regrese.

Camina por la calle hasta la tienda. En el camino está la casita de Dany. Piensa en pasar, para saludar a Mati; quizá Dany aún necesite pasar con él un par de días más.
La puerta está abierta. Extrañado, camina a paso lento y la abre.

— ¿ Dany? —, pregunta y camina hacia la pequeña casa.
El lugar está desordenado. Vacío. Le da escalofríos estar allí y prefiere irse cuando escucha voces, pasos; algo al fondo. Camina un poco más.

—Creo que el patojo sí está aquí—, escucha.
Pero no es la voz del papá de Dany, ni de nadie que conozca. Siente miedo y está a punto de salir corriendo cuando dos manos lo jalan de los hombros, deteniendo así su intento de huir.

— ¿Es éste?

— ¿Y quién más va a ser, pues?
Luis se queda quieto. Tieso. Quiere gritar y no puede. El hombre lo carga y llegan otros dos a ayudarle para que no se vaya a soltar.

—Y ahora a pagar las deudas de tus tatas—, ríe uno de ellos.
Salen de la colonia. Las personas que pasan a su lado ven al niño que sostienen, que intenta liberarse, que llora en silencio, que grita con los ojos. Nadie se acerca ni se preocupa por él.

***
Dany despierta. Está en una pequeña habitación en Tecún Umán, en San Marcos. Recostado sobre la cama que desde hace dos días comparte con sus padres.

Hace algo de calor e intenta acabar con uno de los zancudos que buscan su sangre. Lo golpea, con fuerza, cuando se posa sobre su cuello. Y queda rojo, golpeado, pero libre de piquetes.

Su madre, recostada en la cama, duerme tranquila. Su padre entra en la habitación. Hay angustia en su mirada.

—Mi amor, ¿ya vio? ¿Mi amor?
Dany lo observa. Parece agitado.

—Mi amor, despiértese, mi amor…

— ¿Qué pasa?

— ¿Ya vio la prensa?
Extiende el periódico. Fallece menor que fue linchado por pandilla, dice el titular.

Su madre cae de rodillas y empieza a llorar. Llora descontroladamente y Dany, asustado, se dirige hacia ella y la abraza con fuerza. Sus lágrimas le caen en el pelo y los cachetes; ella lo aprieta, como si no quisiera soltarlo, como si hacerlo fuera a provocar algo.
Finalmente lo suelta. Se sienta sobre la cama y se seca.

— ¡Mati! —, clama entusiasmado Dany y sonríe cuando señala el burro de peluche que aparece rodeado de veladoras y flores en la portada del periódico.

Sus padres se observan en silencio. Y no dicen nada.

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