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Una promesa incumplida: Distrito 57

Nos llamó la atención el cambio brusco en la calidad de las entradas y los platos principales: excelentes los primeros, mediocres los segundos. Pero ¿qué habrá pasado ese día en la cocina en lo que estábamos comiendo?

Cotidianidad Gastro Opinión P369
Esta es una opinión

La foto de uno de los platillos, que aparece en el blog HappyModeOn, a quien sí le gustó la experiencia.

Foto: HappyModeOn.wordpress.com

La presencia de una pantalla de televisión en los restaurantes me parece una intrusión en lo que debería ser un momento de esparcimiento compartido con amigos, familias, parejas, así que normalmente evito los restaurantes con pantalla, o al menos, las salas donde las tienen. Después de todo, los restaurantes que se toman su oficio en serio no suelen tener televisiones que distraigan la atención de sus clientes.

Por eso me sorprendió encontrar pantallas de televisión en los salones de un restaurante que pareciera tomarse su oficio en serio. Distrito 57 está ubicado en un lugar ideal (“location, location, location”), el centro comercial más agradable de la ciudad –Fontabella- en plena zona 10. Tiene un local muy bonito, en el primer piso, con una sala interior y una terraza amplia protegida por los árboles de la 4ª. Avenida. La decoración es acogedora, con lo que se ha dado en llamar una elegancia ‘casual’, que en realidad suele ser el resultado de mucho trabajo por decoradores.

Y de repente: ¡pantallas!

No una, sino varias, tanto en la sala interior como en la terraza.

Y un canal de fútbol por supuesto, como se quejaba Martín.

No pude evitar hacerme la pregunta: ¿qué tipo de clientela es la que el restaurante intenta atraer? Era un jueves por la noche y el restaurante estaba concurrido. Pero no eran hombres solos, cerveceando; la mayoría eran parejas o grupo mixtos, hablando animadamente. No parecía el tipo de público que va a un restaurante con ganas de mirar fútbol. De hecho, no vi a nadie ponerle atención a las idas y venidas de los futbolistas. Por supuesto, la televisión estaba puesta pero sin sonido, para que no interfiriera con la música y –supongo- la conversación. Al final, las pantallas de televisión de Distrito 57 terminaban siendo incongruentes con su decoración, su clientela y su ambiente.

 

Solo el comienzo fue bueno

Ya en la comida propiamente dicha, el menú del restaurante es interesante e innovador. De inspiración peruana –Lima es una de las capitales gastronómicas contemporáneas- mezcla productos de manera creativa y original en una variedad de platos tan amplia que hace difícil la selección, enfatizando pescados y mariscos pero sin limitarse a ellos. Y la originalidad no se queda en la comida: la aplican también en cocteles en los que nuevos elementos aparecen ligados a preparaciones tradicionales.

Entusiasmados con tan prometedora oferta, pasamos a pedir una cena completa. Entradas, plato principal y postres. En vez de vino pedimos dos margaritas, una con guayaba y la otra con una fruta tropical que desconocíamos, cuyo nombre me he olvidado pero cuyo sabor me recordó al jocote marañón. Ambas fueron muy bien preparadas y servidas pronto. De entrada, pedimos para compartir unos calamares a la plancha con cebolla morada, y unas bruschetas de camarón a la mayonesa de ají amarillo y aguacate. Ambos excelentes: el sabor de la cebolla morada caramelizada por la plancha se acoplaba perfectamente al de los calamares, ayudada por un toque de vinagre balsámico. Las bruschetas no era de pan sino de wan-tan, un acierto considerando la combinación del sabor de los camarones, aguacate, la mayonesa al ají amarillo –un chile típico de la gastronomía peruana- y las cebollitas fritas con que las decoraron.

Con los platos principales no nos fue tan bien. El risotto de pescado y mariscos pasaba sin pena ni gloria. El punto del arroz estaba bien dado, pero lo que le faltaba al plato era sabor: tal vez podrían haber trabajado más el caldo –en este caso de frutos de mar- necesario en la preparación de un buen risotto. O podrían haber jugado con alguna de combinación de sabores original e inesperada. Lo curioso era que venía bien guarnecido de trozos de pescado y mariscos, lo que evidencia que no es problema de tacañería. Y sin embargo, insulso, el rissotto no pasaba de ser un “arrocito”.

El dorado en salsa de tamarindo, sin embargo, si dejaba mucho que desear. El trozo de pescado era de buen tamaño y venía bien cubierto de la salsa de tamarindo, acompañado de un timbal de arroz blanco. Tenía una pinta muy buena –diría un argentino- que invitaba a hincarle el tenedor, pero al probarlo desaparecía el encanto: el pescado estaba sobre-cocinado (como en el restaurante La Cabrera, de mi anterior post). Peor aún: no sabía a nada. Y la salsa no ayudaba: parecía una simple jalea recalentada. Nada había de una preparación que aprovechara el sabor acidulado del tamarindo para trabajar una salsa gastronómica que complemente y acentúe el sabor delicado del pescado, que es lo que uno esperaría en un restaurante de este nivel.

La verdad, es que nos llamó la atención el cambio brusco en la calidad de las entradas y los platos principales: excelentes los primeros, mediocres los segundos. Pero ¿qué habrá pasado ese día en la cocina en lo que estábamos comiendo? Sin mucho entusiasmo pedimos los postres, y ya sin ganas de equivocarnos nos fuimos a lo seguro: un helado de mango y un cheese-cake de maracuyá. Ambos correctos, nos permitieron recordar los aciertos del inicio.

La cuenta salió en aproximadamente 300 quetzales por persona. El ambiente era agradable y el servicio fue bueno. Caro pero dentro de lo razonable si la promesa del menú hubiera sido mantenida. Muy caro si uno considera que los errores en los platos principales borran el recuerdo de las excelentes entradas y los cocteles.

De hecho, nos llamó la atención ver a una persona que se paseaba de arriba para abajo observando el trajín de los meseros y saludando a los comensales. ¿Habrá sido el gerente, o quizás el dueño? Encomiable preocupación, pero mal enfocada: donde hay que poner atención a lo que pasa es en la cocina. Cocineros tienen: las entradas lo demuestran; pero por lo visto no aplican el mismo esmero en todos sus platos.

En resumen: Un restaurante bonito con un menú original e innovador que promete, pero no cumple. Al menos esta vez.

Y por favor, señor gerente: elimine esas pantallas de televisión. Su establecimiento –y su clientela- se merecen más que eso.

Marco Gavio Apicio
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Creció en esa época prehistórica en que la comida casera no venía congelada y los micro-ondas solo existían en Los Supersónicos. Esta difícil infancia lo marcó para siempre y se resiste a aceptar cualquier forma de industrialización culinaria. Amante de la buena mesa y del buen vino, los busca donde las haya y cuando no los encuentra, los sirve en su casa.


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