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Sabor popular en la cevichería Blanqui

Mi última columna fue la historia de un restaurante con instalaciones cuidadosamente decoradas en donde nos sirvieron mala –y poco higiénica- comida. Esta es el contrario: un restaurante en donde el esfuerzo puesto en la decoración del establecimiento es mínimo, pero que es compensado con la calidad de lo que ponen en la mesa.

Gastro Opinión P258
Esta es una opinión

fotos: Marco Gavio Apicio

La cevichería Blanqui es, de acuerdo a los vecinos de la Costa Sur, una institución culinaria de Escuintla. Mi mejor mitad lo conoció primero, gracias a conocidos de la zona que se lo recomendaron como uno de los mejores lugares para comer ceviche entre la capital y el puerto de San José. Y no se equivocaron. Ubicado dentro de la ciudad de Escuintla, al lado del centro comercial Plaza Palmeras, el establecimiento bien vale la pena el desvío cuando uno anda en la zona, como lo hicimos nosotros.

El restaurante ocupa un edificio de dos plantas construido ex-profeso: amplios espacios sin divisiones, con filas de mesas para seis u ocho personas que llenan una sala bien iluminada por amplios ventanales y pintada de blanco. Mesas y sillas de madera, sólidas y simples, sin manteles ni individuales. Es un ambiente típicamente costeño: abierto, con techos altos y ventiladores de aspas colgando del techo para hacer soportable el calor.

Siempre hemos ido al medio día y hemos tenido que esperar algunos minutos para encontrar mesa ya que invariablemente, el restaurante ha estado repleto de comensales: familias completas acompañados de niños pequeños; mesas de hombres solos ‘cerveceando’; parejas de toda edad. Guatemaltecos de toda condición social convergen en este establecimiento.

La mayoría eran lugareños, pero algunos ‘fuereños’ bien informados –como nosotros- ya eran evidentes. Una algarabía total: al ruido normal de los cientos de conversaciones cruzadas que se escuchan en un espacio abierto de esta naturaleza, la música de los grupos musicales –tríos, mariachis, norteños- que recorren las mesas ofreciendo canciones, y que es uno de los atractivos del establecimiento. Y en las mesas, los ‘cadáveres’ de las bebidas que se van consumiendo –no los retiran hasta que se paga la cuenta- y los platos rebosantes de pescados, mariscos y carnes.

Esta vez íbamos mi esposa y yo solos. Después de pedir las inevitables cervezas ‘bien frías’, pedimos unos tamalitos de chipilín –especialidad de la casa- para entretener el hambre en lo que llegaban los platos principales: una mojarra frita grande para ella, y un ceviche mixto de pulpo y pescado para mí. Los tamalitos estaban francamente deliciosos –pedimos una orden extra-, y la salsa picante de la casa -que ponen en frascos en cada mesa- le sentaba perfectamente. Pero los platos principales –que llegaron con la segunda tanda de cervezas- estaban soberbios.

Marco Gavio Apicio

La mojarra frita fue más grande que el apetito de mi mejor mitad, y estaba perfectamente cocinada: dorada y crujiente por fuera, tierna y jugosa por dentro. Hacía tiempo que no probaba una mojarra tan bien cocinada. Llegó acompañada de unas papas fritas y de una ensalada de tomate, lechuga y cebolla que quedaron casi intactas: tan buena y abundante era la mojarra.

Mi ceviche no se quedaba atrás. Venía en un plato que no parecía tan grande hasta que uno intentaba acabárselo, rebosante de pescado y pulpo fresquísimos acompañados de cebolla y cilantro picados. Yo prefiero el ceviche sin muchas salsas que disfracen el sabor del pescado y los mariscos, y este tenía un justo balance entre los ingredientes básicos al que le agregué un toque del chile de la casa. Delicioso, ligero y refrescante. Tal vez el mejor que he probado en bastante tiempo.

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El servicio es eficiente, y como es de esperar en un establecimiento de esta naturaleza, sin lugar para muchos ‘adornos’ protocolares. Como teníamos que estar atentos a ‘pescar’ una mesa en cuanto algún comensal se levantara, nos sentamos en una que estaba todavía llena de platos y botellas vacías. Inmediatamente dos señoritas levantaron y limpiaron la mesa y nos tomaron la orden de bebidas. Las cervezas llegaron sin dilación, seguidas de los tamalitos y, al poco tiempo, de los excelentes platos principales. La cuenta llegó en cuanto la pedimos: la señorita contó los ‘cadáveres’ y los platos vacíos, y nos pasó la factura: Q255.00 por las tres porciones de tamalitos de chipilín, la mojarra, el ceviche y cuatro cervezas. Nos pareció más que razonable, considerando la calidad de la comida y lo agradable del momento.

Salimos del lugar muy satisfechos de habernos desviado en nuestra ruta para visitar el restaurante. No se trata de un lugar para ‘comer bonito’ pero definitivamente una dirección a anotar cuando se quiera ‘comer bien’ ceviches y mariscos. Y no me refiero únicamente a que, dentro de las opciones culinarias de la zona, es una opción recomendable: la comida del Blanqui compite en cualquier cancha.  Escuintla es un centro económico regional, no un destino turístico, pero hallazgos como esta cevichería bien justifican una visita.

Marco Gavio Apicio
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Creció en esa época prehistórica en que la comida casera no venía congelada y los micro-ondas solo existían en Los Supersónicos. Esta difícil infancia lo marcó para siempre y se resiste a aceptar cualquier forma de industrialización culinaria. Amante de la buena mesa y del buen vino, los busca donde las haya y cuando no los encuentra, los sirve en su casa.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    ANONIMO /

    05/05/2015 6:44 PM

    la comida es exquisita.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    ANONIMO /

    30/04/2015 10:56 AM

    Mi papa me llevo, por primera vez, hace más de 20 años. Cuando aún era una casita de madera. Nunca han sacrficado calidad!! Vale la pena!

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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