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El Orgullo LGBTIQ en Centroamérica: una crónica de lo improbable

El Salvador, sin matrimonio igualitario ni adopción; sin Ley de Identidad de Género ni políticas gubernamentales de no-discriminación; El Salvador sin educación sexual de ningún tipo y prohibición absoluta del aborto para quienes ganan menos de mil dólares al mes, es bastión de una cosa que va desapareciendo a pasos agigantados: un Orgullo que es de la gente y no de las marcas.

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Marcha del Orgullo en Guatemala, 2018. Foto: CPR Urbana http://cpr-urbana.blogspot.com/2013/07/xiii-marcha-del-orgullo-lgbt.html

Hace algunos años, afuera de un foro de periodistas al cual fui porque me odio mucho pero también porque me iban a pagar una columna, alguien dijo frente a mí una cosa que me dejó perpleja: “nuestro error es no pensar que en El Salvador los derechos humanos se ven como algo foráneo”. No recuerdo el contexto y quisiera. Recuerdo, sí, que me puse fúrica y fumé como camionero para que nadie supiera mi sufrir.

No he dejado de pensar en eso desde entonces. Imaginate qué jodido creer que la dignidad nos es ajena. Atrevernos a decir que merecemos vivir y vivir tranquilxs es tan desquiciado e imaginable que es más fácil pensar que es una idea que viene de fuera. Que reclamar una vida digna sea tan descabellado y ajeno, tan no de este mundo que cualquiera tendría razón en pegarte un balazo.

En todo esto pienso mientras corto tul; me estoy armando un tutú porque el sábado 30 es la Marcha del Orgullo en San Salvador. Veintidós años de marcha; la más antigua de Centroamérica, mirá vos qué chivo. Corto y doblo mis yardas de tul pensando en eso, en que los derechos nos son ajenos, en que me niego a creerlo. Mido con mi cinta los cinco pulgadas que debe tener cada franja  de tela y pienso en qué bonito y qué talegón es el Orgullo que te permite salir a demandar tus derechos cubierta de tela con brillitos.

Nuestra marcha, comparada al estándar Buzzfeed, es como la familia de Lilo, chiquita y rota. Como somos un país autoritario y bastante cretino, ningún funcionarix públicx se suma a ella. No hay carrozas de marcas grandes ni pequeñas y hasta hace muy poquito tampoco había Adonis de Grindr por ningún lado; solo los mismos maricas pilijuistillos de siempre. La de San Salvador es una marcha “pequeña” y lumpen en la que más de alguna vez la gente nos ha aventado los carros porque durante años la vanguardia consistía en voluntarios que corrían una cuadra adelante a cerrar el paso con lazos de nylon bajo la mirada bufona del policía homófobo que te violaría si pudiera. El Salvador, sin matrimonio igualitario ni adopción; sin Ley de Identidad de Género ni políticas gubernamentales de no-discriminación; El Salvador sin educación sexual de ningún tipo y prohibición absoluta del aborto para quienes ganan menos de mil dólares al mes, es bastión de una cosa que va desapareciendo a pasos agigantados: un Orgullo que es de la gente y no de las marcas.

Bendito sea Dios.

Mi país recalcitrante e invivible no es mercado para que ninguna transnacional venda nada con banderitas de arcoiris. Toca pelear por que la Alcaldía dé los permisos para la marcha; hacer marometas mentales para pensar cómo se junta tanta gente en un país en el que no existe el espacio público y los derechos humanos resultan una cosa son tan ridícula y tan absurda que nadie va a gastarlos en nosotrxs.

Aun así, San Salvador ha tenido Marcha del Orgullo ininterrumpidamente desde 1997. ¿Cómo? El izote es terco.

Pero ya en serio, ¿cómo es que el San Salvador brutalísimo de los últimos veinte años mantener una marcha de tutús, delantales y tacón de aguja en una coyuntura social tan poco mercadeable, tan invivible, tan crítica?

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Es junio de 2017 y estoy de pie en una galería de arte, anonadada frente a una cartografía de San José, la capital de Costa Rica *Abuchea en Francisco Morazán*. Barrio por barrio, cuadra por cuadra, Luis Herra identificaba cada bar, cada disca, cada sitio de cruising y de comercio sexual diverso del que se tenga registro en el siglo XX de la ciudad como si fuera lo más fácil del mundo. Cartografía emocional, le llama a ese ubicar en el espacio cómo los cuerpos diversos viven la ciudad; adónde bailan, adónde cogen; adónde protestan.

Las cartografías eran parte de la muestra Vamos a Besarnos, organizada por el Frente por los Derechos Igualitarios: una presentación de los eventos y coberturas de prensa sobre las poblaciones LGBTI en el siglo XX tico. Mi amigo José Daniel, quien curó la exposición, me explicaba el proceso de montaje de la muestra y yo no podía dejar de pensar en que claro, eso se puede hacer aquí, la única capital de Centroamérica que no se ha caído al piso cada década en los últimos cincuenta años. Esto se puede aquí, no allá, en las ciudades de los terremotos y los golpes de Estado; en las de los volcanes y la persecución.

Salimos de ahí a buscar estolas de plumas.

No las encontramos.

La marcha de la Diversidad de San José fue al día siguiente. Las pocas organizaciones LGBTI que alcancé a ver eran casi indetectables antre las enormes carrozas de Amazon y HP; los Peace Corps (¡¿?!) la entonces vicepresidenta de la República, Ana Helena Chacón, y el contingente de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana que marchó con sombrero charro y zarape porque pues, México. Ellxs son así.

Nunca pensé sentirme tan desconcertada en una Marcha del Orgullo. En eso, tras el bloque de alguna blanquísima embajada, aparecieron unas tímidas banderas del resto de Centroamérica: era Casa Abierta, una organización de centroamericanxs que se han refugiado o recibido asilo humanitario en Costa Rica. Cual guiada por J Balvin, yo había encontrado a mi gente:

La foto es mía y se nota porque es bien cholera. San José, VIII Marcha de la Diversidad, 25 de junio de 2017.

En esa marcha oí Despacito SIETE veces.

Eso se llama lesbofobia.

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“Maje es que no lo puedo creer. Nunca había visto un Pride así. En TGU nos avientan los carros”, me decía Ariel a media narración en vivo de su primer Desfile de la Diversidad Sexual y de Género en Ciudad de Guate, el décimo octavo de su tipo. Como hondureñx de ley, estar en una marcha en la calle y a las 7 pm le tenía anonadadx. Le prometí ir con él el año que viene.

Honduras no tiene Marcha del Orgullo. La tuvo, sí, durante algunos años, pero el 2009 les robó la institucionalidad con un Golpe de Estado el 28 de junio y desde entonces no les han sido devueltas ni la vida digna ni el país ni la palabra. La satanización de los movimientos LGBTI, la altísima cifra de transfeminicidios y la ya sumamente inestable situación política hacen, pues, que en las fechas en que todo el mundo sale a la calle con sus tutús y sus alitas de hada, Honduras recuerda lo poco que ha importado siempre eso de la soberanía nacional en el Triángulo Norte.

Pero ese sábado era 23 y no 28, así que Ariel caminaba emocionado bajo el aguacero y la viviencia nueva del Orgullo que no debería ser y es, como es también la Marcha del Día contra las LGBTIfobias, que es la que usa el movimiento LGBTI de Honduras para salir a la calle, pero no entiendo cómo lo hace. Tegucigalpa es una ciudad tensa, pequeña, con callecitas empinadas y estrechísimas que alguien olvidó alinear. San Pedro Sula, la otra opción, me resulta aún más inviable: el calor es indescriptible y el sol pega con un furor solo comparable al de la garganta de un pastor pentecostal. Comprensible es, pues, la emoción de Ariel ante el Desfile chapín.

Como salvadoreña de ley, yo tampoco me imagino una marcha a las 7 pm.

En San Salvador nos aventarían los carros.

La foto no es mía y se nota porque es bien vergona y la tomó Ariel Sosa. Ciudad de Guatemala,X VIII Desfile de la Diversidad, 23 de junio de 2018.

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La Marcha de Managua no debería ser. Es más, creo que poca gente afuera de Nicaragua esperaba que se realizase este año: el país lleva en llamas desde abril. Años de gobierno autoritario y de un silencio extraño del país más combativo de la región por fin se quebraron y hay ahora una movilización de una generación entera por quien nadie daba un cinco.

Meses de enfrentamientos, tomas, tranques de caminos y aterradores pick-ups sin placas, de esos que toda Centroamérica conoce tan bien volvían racional, sensato, cuerdo no marchar este año, mas el movimiento LGBTI nica marchó el propio 28 de junio porque sí, en la lucha por la democracia, por los derechos y la vida digna, no solo cabe, si no es necesaria, la improbable presencia del tul y la lentejuela.

Que viva Nicaragua libre y que viva al improbable Orgullo de Centroamérica.

PD: Centroamérica también es Belice y Panamá, mas de sus marchas no sé nada y pues ni que fuera feministo de internet para hablar de lo que no sé nada, va bichas. ¡Invítenme a las marchas de San Pedro (no creo que marchen en Belmopán, ¿o sí?) y Panamá!

Virginia Lemus
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Virginia escribe desde y sobre lo que acontece en Centroamérica porque se hartó de que la gente que no vosea se hiciese cargo de ello. Estudia filosofía porque ahí va a parar la gente que no sabe qué hacer con su vida, excepto que ahora sí sabe que lo suyo son la Italian Theory y quisiera dedicarse a hornear pasteles pero la vida no la deja.


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