Los días pasan. La burbuja se explota. Llego tarde. 30 de enero de 2019 a las 4pm. Llego tarde. Plantón en contra del abuso y el acoso sexual. Lugar: Plaza de la Paz, centro histórico de la ciudad de Barranquilla, Colombia. Llego tarde a contar la historia, esa que sucede frente a mí, y que, por ser tan obvia, deje de ver por semanas. Plantón. Marcha. Llegué tarde.
La Universidad del Atlántico es la universidad pública que atiende a la población costera del norte de Colombia. Es, idealmente, el espacio en el que la mayoría de personas de esta región tiene la posibilidad de estudiar, además de ser, idealmente, el lugar donde el pensamiento y la palabra son libres y bien cuidados. Desde octubre de 2018 suspendió clases. Todos sus estudiantes pendidos de un hilo. Todos sus funcionaros flotando en nubes. Huelga, tras huelga, manifestación, tras manifestación, la población estudiantil, a nivel nacional, logró acuerdos satisfactorios con el gobierno.
2019 inicio de clases. En el aire, aún, rumores de corrupción, enredos y abusos de la burocracia.
30 de enero de 2019 a las 4pm. Llego tarde. Plantón en contra del abuso y el acoso sexual. El Rector Carlos Prasca acusado por acoso. Dos casos de acoso hechos por estudiantes de la institución, pruebas en su contra, chats, fotos, rumores. La Universidad pública parece no soportar más. El procurador le abre al Rector una indagación preliminar. Lideresas de movimientos feministas locales hacen entrega de las pruebas a la procuraduría. El Rector sigue en el cargo, hasta que se prueben las acusaciones.
Los medios locales y nacionales hacen correr la voz. Indagación preliminar, Rector de una universidad pública, casos de acoso sexual. Siguen las palabras, continúa la indignación. Una que otra historia sale a luz, muchas escondidas se sienten como las pulsaciones de un corazón a punto de quebrarse, a punto de romperse. El Gobernador da unas palabras. Debe otorgársele el beneficio de la duda. El Rector se mantiene. Es inocente hasta probarse lo contrario. Mientras tanto las victimas que con nombre propio asumen una lucha personal y a la vez representativa tienen que asistir a clases, en un lugar donde el acosador sigue siendo el jefe. En un lugar en el que las miran, para apoyarlas, para rechazarlas. Se despiertan a diario sin poder escaparse del lugar que el presente les ofrece para seguir estudiando. ¿Cuánto más deben sacrificar?
No es la primera vez que ocurren casos de acoso en la Universidad del Atlántico. En 2016 una profesora denuncia ante la Fiscalía de Cartagena y luego ante la Fiscalía de Barranquilla que un colega suyo, profesor de la misma institución, la había agredido sexualmente. Un año después el caso seguía abierto y la Universidad seguía sin tomar represalias en contra del profesor. Aún sigue abierto el caso.
Quiero detenerme en las siguientes expresiones. “beneficio de la duda”, “sigue abierto”, “se mantiene en pie”, “sacrificar”, “universidad”. Quiero detenerme en ellas y pensarlas y pensar también en la razón por la que llegué tarde a contar esta historia.
Cada mujer que se atreve a contar su historia, a denunciar una agresión sexual, cometida por un hombre, se vuelve, para el ojo público, un blanco fácil de agredir. Hablando se pierde la intimidad. Si antes la agresión de un solo hombre te hacía vulnerable, ahora las múltiples miradas y voces agudizan tu situación. Hablar, decir en voz alta, nombrar, son gritos de auxilio. Se pide ayuda. Se pide apoyo. Es nuestro primer recurso para no sentirnos solas. Sin embargo, la realidad funciona de otra manera. La victima es cuestionada sin cesar. Tiene que probar, tanto como el agresor, su inocencia. Mientras la prueba, porque su inocencia es la prueba más grande de culpabilidad que encontrarán contra el agresor, viven el dolor de las cicatrices que toda agresión deja y empiezan a sufrir las nuevas heridas. Estas nuevas heridas son producto del ojo que las somete al escrutinio; producto de la ineptitud burocrática de muchos sistemas judiciales; producto de las muchas letras que hablan del acoso y del abuso y permanecen siendo eso: palabras ideales y bonitas, sin contenido ni efectos en la vida práctica, en la cotidianidad de los hechos.
El caso que sigue abierto somete a la victima a convivir con su agresor. El caso sigue abierto: el tiempo corre, los días pasan, llegan los meses y se convierten en años. El tiempo borra la denuncia y el corazón resiliente se acostumbra a vivir en el miedo. El beneficio de la duda, duda tanto de la culpabilidad del agresor como de la veracidad de la víctima. En el caso del acoso y del abuso, sobre todo cuando el agresor y la víctima comparten espacios, el beneficio de la duda sigue dándole poder al victimario para intimidar y para agredir. La víctima se hace cada vez más pequeña. Se ve acorralada por el público que pensó la iba a ayudar. El doble sentido de la duda revictimiza a quien ha sufrido una agresión. Punzante como el golpe o el tacto no consentido, entra. La duda, beneficiaria del acusado, se convierte en un arma en contra de la acusante. Es cierto que puede pasar, que muchas veces pasa, que el agresor es juzgado por la sociedad, rechazado, pero es cierto también que esto depende de quién sea el agresor. Cuando hombres, cuando son hombres en situaciones de poder, pocas veces son realmente reconocidos como acosadores o violadores. Siempre hay escapatoria para ellos, siempre hay líneas de fuga. El Rector sigue en pie. El Rector quien no solo dirige una Universidad, sino que también es o debería ser un ejemplo para los funcionarios de la institución normaliza con su comportamiento el comportamiento de muchos.
Que el Rector siga en pie, permite que los profesores con acusaciones como las suyas sigan trabajando, permite que los estudiantes, hombres sobretodo, sigan agrediendo. Que el Rector siga en pie normaliza el acoso en esta institución educativa especifica y en otras. La víctima sigue sufriendo, la victima que hablando a nombre propio nos a representa todas, se sacrifica al hablar. Sí, se sacrifica porque a pesar de las marchas, de los discursos bonitos, el acoso y el abuso en contra de la mujer se ha convertido para muchos, repito, muchos, un tema cualquiera. Pasa constantemente, está en los hechos de la cotidianidad, en la vida de muchas que callan y la vida de muchas que hablan, en la vida de quienes lo ven y lo guardan en secreto. Por mal visto que esté, sigue siendo eso, un asunto de vergüenza pública que recae sobre todo en los hombros de quien se atreve a hablar. El sistema lo permite, la sociedad lo acolita.
Ahora, comencé diciendo que llegaba tarde a contar esta historia y sí, llegué tarde. No lo vi a pesar de que el 30 de enero las calles temblaban y las voces se alzaban. Llegué tarde porque estaba frente a mí. Me quede como una espectadora pasiva creyendo que no estaba pasando. Leí cada titular, una y otra vez. Escuché las transmisiones radiales que hablaban al respecto. Seguí rumeando y esperando. Buscando historias lejanas y atractivas, cuando todo estaba pasando frente a mí. Cerca de mí, en el mismo contexto: ciudad, academia, mujeres. Lo dejé pasar como muchas veces he dejado pasar la violencia de ciertos hombres en mi vida, lo dejé de pasar como muchas veces he permitido la agresión. Lo dejé pasar. Normalizamos la violencia de género cuando lo dejamos pasar: con el beneficio de la duda, con las indagaciones interminables, con la falta de unidad. Una Universidad, cualquier Universidad, debería representar el espacio en el que la justicia funcione idealmente. Una Universidad, cualquiera que sea, debería ser el modelo para cualquier sistema de justicia. Una Universidad debería ser… Ojalá no sigamos dejando pasar mientras esperamos que el deber dejé de ser un ideal.
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