Viralizar la esperanza

El 29 de diciembre de 2017, las mujeres del mundo recibimos una invitación provocadora proveniente desde las montañas del sureste mexicano, desde la selva chiapaneca las mujeres zapatistas nos hicieron un llamado a congregarnos en sus tierras. La invitación decía: si eres mujer y luchas, no importa desde que trinchera, ven, encontrémonos y festejemos estar vivas.

Para las mujeres que nos encontramos luchando por la defensa de nuestros territorios, identificarnos con otras mujeres en un encuentro como este nos permite percatarnos de que nuestras luchas no están aisladas. Para nosotras, que normalmente nos desenvolvemos en organizaciones mixtas, unirnos en ese mismo sitio, con la gran diversidad de saberes y vivencias del resto de las compañeras, nos permite mirarnos como mujeres y hermanas, que además de despojo de nuestros territorios y las amenazas a nuestras formas de vida, tenemos que lidiar día con día con los compañeros machistas y con el resto de la sociedad que nos cuestiona por involucrarnos en movimientos y organizaciones, desatendiendo nuestras supuestas obligaciones de género.

Asistir a este encuentro, nos ha permitido ser parte por un momento de ese mundo en el que caben muchos mundos, saber que es real y posible, un momento donde todo se trate de nosotras, desde lo que comemos hasta lo que ocurre con nuestros cuerpos, temas que además son menos tocados en las comunidades indígenas. Las hermanas zapatistas nos han regalado un espacio donde lo que único que escuchábamos eran nuestras voces, nuestras demandas como mujeres, un espacio donde juntas hicimos un grito que llegó hasta los miles de rincones del mundo en que cada una habita, un grito que corea los nombres de las que no están y que dice ya basta.

Encontrarnos en un espacio con tantas mujeres distintas, nos permite vernos con distintos ojos y aprendernos en la diversidad del mosaico de sonidos y colores que dibujamos juntas por esos tres días. Nos ayudó a reconocer también nuestras particularidades y similitudes, nos hermanamos con otras compañeras indígenas que, desde sus idiomas, sus vestidos y sus modos de vivir y ver el mundo se encuentran en lucha desde sus pueblos, resistiendo y creando una alternativa real, hecha por mujeres similares a nosotras desde su cosmovisión indígena.

Las hermanas zapatistas nos invitaron a visitarlas y conocerlas, convertir el cuento en realidad, en ese mismo espacio cruzamos miradas miles de mujeres todas defendiendo distintas reivindicaciones y a la vez la misma: acordamos que nuestra lucha es por la vida. Por eso, nuestras hermanas zapatistas encendieron una luz para que nos acompañará y nos fortaleciera, para vencer el miedo, para no ceder, no claudicar. Cada una de las miles de mujeres ahí reunidas nos llevamos un pedazo de sueño, esa luz encendida, y nos llevamos la tarea de hacerlo crecer y madurar, de seguir nutriéndolo y alimentándolo para que al volvernos a encontrar podamos crear un incendio.

Las mujeres del Istmo regresamos con el corazón encendido, diciéndonos: ahora nos toca a nosotras.

Llamaremos a nuestras compañeras ikoojts, binnizá y zoques, a las mestizas y a las afro, a las mujeres que aún están buscando su raíz a lo largo de la región, las vamos a convocar y a hacer un encuentro para las que luchamos contra los monstruos del capitalismo verde, contra las hidroeléctricas, contra las minas que amenazan nuestros bosques y selvas. Tomaremos la tarea que nos dejaron las compañeras zapatistas y cuando volvamos a reunirnos con ellas, les llevaremos la voz y la luz de más mujeres istmeñas y juntas podremos incendiar este sistema capitalista neoliberal y patriarcal, para construir un mundo donde quepamos las mujeres.