No hay duda de que el país ha comenzado a cambiar, y los eventos de las últimas semanas –un presidente que renuncia ante la presión de la opinión pública y termina en prisión a las pocas horas, unas elecciones que rompen con la lógica que había dominado las ultimas contiendas electorales y resultan en la victoria de un total ‘outsider’ al sistema- lo van confirmando paulatina pero seguramente.
Lo que no queda claro es si los cambios que estamos observando constituyen un giro en la trayectoria histórica del país, o son una incidencia dentro de la crisis política actual: la marca de una nueva etapa pero dentro de la misma lógica. Para la teoría de la ‘trayectoria dependiente’, el desarrollo social y político de un país transcurre dentro de un ‘carril’ construido por la serie de eventos y decisiones tomados en su pasado, que lo empujan en una dirección determinada de la que le es difícil escaparse. Difícil pero no imposible: existen en el camino ‘coyunturas críticas’; oportunidades que presentan la posibilidad de alcanzar un punto de inflexión en la ‘trayectoria’ histórica y encaminen a la sociedad hacia un nuevo destino. La historia es explicación pero no condena, y me pregunto si lo que estamos viviendo no será realmente el punto de inflexión de nuestra historia.
Dos fenómenos me llevan a plantearme la pregunta. El primero es el carácter pacífico de las manifestaciones que semana a semana han llevado a guatemaltecos de toda condición a ocupar plazas y marchar por las carreteras del país. Este es un hecho notable en el contexto de una sociedad que acusa uno de los peores índices de violencia del mundo, y en el que la violencia permea las relaciones interpersonales y las instituciones.
La determinación ciudadana y la prudencia que han evidenciado los organizadores de los eventos para resistir provocaciones y mantener el tono pacífico y festivo ha sido importante. Pero también lo ha sido la prudencia de los funcionarios de gobierno que dieron a los cuerpos de seguridad órdenes de no interferir con los manifestantes en tanto todo transcurriera en apego a la ley. A su vez, los manifestantes han tenido gestos importantes que han expresado no solo la ausencia de hostilidad hacia la fuerza pública sino un sentimiento de solidaridad con ellos: proveerlos de alimento, llevarles agua, protegerlos de la lluvia o regalarles flores blancas. Gestos de un civismo inédito en nuestro convulso contexto.
El segundo es la constatación de que esta es la primera crisis política del país de la que el Ejército de Guatemala está ausente desde su creación en 1871. Desde su creación, el Ejército ha sido actor de la política nacional y ha figurado prominentemente en todas y cada una de sus crisis políticas, como simple instrumento al servicio de los dictadores liberales primero, como árbitro de la política con la Revolución, como socio minoritario de la coalición contrarrevolucionaria hasta constituirse en el actor protagónico y a la vez director de escena a partir de 1963. Todavía en 1993, el descalabro constitucional causado por la incompetencia megalomaníaca de Jorge Serrano Elías encontró su respuesta en una operación que hubiera sido inviable sin el concurso de los oficiales ‘constitucionalistas’ del Ejército de Guatemala.
Ahora, por primera vez, la crisis política del país transcurre en ausencia de injerencias castrenses: ni los militares han pretendido constituirse en actores políticos –parte o árbitros de la crisis- ni los civiles han corrido a buscarlos, más allá de algunos carteles esporádicos e infortunados donde se le reclamaba a los militares que hicieran algo. Pareciera que finalmente estamos frente a un Ejército apolítico.
Ya he expresado anteriormente en esta columna que es todavía demasiado temprano para cantar victorias. No podemos dar por sentado que los cambios hasta ahora logrados son irreversibles, y en este sentido, no se puede descartar la posibilidad de que la violencia vuelva a asomar su fea cabeza en las manifestaciones, o que ante un agravamiento de la crisis se den condiciones que permitan el retorno de los generales de alta –que no es lo mismo que los generales de baja- a la política.
Pero también es posible que estemos siendo testigos de un proceso de cambio histórico en el que nuestra sociedad comienza a ‘pacificarse’, dejando atrás definitivamente los patrones de violencia que han marcado trágicamente su historia. Cada uno de los cambios –las manifestaciones pacíficas y la ausencia del Ejército en la crisis- son en sí mismos importantes y causa de júbilo. Pero en conjunto, parecieran sugerir que algo más profundo está pasando. Que la crisis política actual es en realidad una ‘coyuntura crítica’ en cuyo contexto estamos logrando que escapara a una trayectoria histórica convulsionada, y que como sociedad le estamos comenzando a dar la espalda a la violencia. El descenso de la violencia en esta primera ronda electoral comparada a los comicios pasados, pareciera comenzar a dibujar una tendencia.
Sé que es prematuro sacar conclusiones y que es peligroso aventurar hipótesis con información limitada, pero no dejo de pensar que los eventos de los últimos meses, tan sorprendentes como inesperados, parecieran indicar que lo que se está moviendo es la armazón profunda de la sociedad guatemalteca, y que volvemos a tener al alcance de la mano la posibilidad de reinventar nuestro futuro. Si es así, ojalá que sepamos hacerlo.
Victor Manuel Coyoy Mejia /
El señor Bernardo. Arevalo tiene razon cuando afirma que LA ARMAZON PROFUNDA de la Sociedad Guatemalteca es la que se movio, asi es se movio y como una sola masa, sin distingos de credos, ideologias o etnias, pero no para reinventar el futuro, sino para REFUNDAR el Estado, urge la real y verdadera INDEPENDENCIA, porque la que fundaron un grupito de criollos, fue mal fundada, para probar esta acerto, basta leer el Arto. 1o. de el Acta de Independencia del l5-9-1821