El barrendero entonces estaba en la esquina viendo su celular. Sonreía. Pensé que quizá sonreía por lo mismo que los que habíamos llegado al Congreso: la renuncia de Baldetti. Y para dejarle claro a los congresistas que los estamos viendo de reojo. Y que son los próximos después del próximo. Pero eso es incierto. Solo me queda imaginar porqué sonreía el barrendero. Quizá leía algún mensaje como: Te esperamos en casa. Te queremos. Cuidate. Puede ser. El caso es que sonreía.
En ese lapso cuando fui a cambiarme la camisa, dicen que llegaron los antimotines. Que cuando llegaron los antimotines, algún policía en uniforme administrativo exclamó: “esos cerotes son bien mulas” Y cambió su expresión da calma por una de preocupación. Dicen que los clasemedieros les hablaron, que el asunto era pacífico. Somos pacíficos si marchamos pero no si vamos en carro. Y lo pienso porque con la calle bloqueada, algún carro bocinaba con alguna insistencia en la esquina. Dicen que sacaron la unidad de noticias de Canal 7. Dicen que golpearon la panel, se calmaron, les gritaron lo que hay que gritarles. Los empleados de la televisión nacional optaron por irse. Supongo que aún hay algo de miedo y mucho de paranoia.
Cuando regresamos a la novena avenida, ahora iba con mi pareja, el barrendero recogía los restos de la cohetería. Y yo pensé en el barrendero que por los días de navidad barría mi callejón. El viento formaba remolinos con los restos molidos de papel periódico, con las viejas noticias. Así, el barrendero parecía algún competidor celebrando en medio del confeti algún triunfo merecido. Pero ayer no había viento. Solo barría las viejas noticias. Ojalá los diarios molidos de hoy, de estos días, mañana, no sean solo confeti de victorias imaginarias.
Una fila de policías caminaba hacia las puertas del Congreso. Los rebasamos. Llevábamos prisa. A veces pienso que todo parece ir demasiado rápido en estos días y me da miedo que nos quedemos rezagados. Los policías tenían expresiones de tranquilidad. No había tensión. Podría asegurar que más bien, había alegría. Que en todo caso, hay algo de esperanza. Escuché a uno de los agentes uniformados decir: ahora protestemos nosotros. Una mujer policía le toma la palabra y le respondió: Sí. Y empezó a musitar para sí y para su compañero de calle: ¡Queremos aumento! ¡Queremos aumento! ¡Queremos aumento!
El barrendero ajeno a todo seguía con su tarea. Un empleado del Congreso recogía los cables de corriente eléctrica que conectaban a la panel con, tal vez, la presidencia misma del Congreso. La novena avenida quedó vacía hasta que movieron la patrulla en la esquina. Y el tráfico empezó a fluir. Nosotros llegamos a la Plaza, nos encontramos con amigos, nos abrazamos, gritamos. Algo logramos ya con nuestros plantones de clasemedieros perdiendo el miedo. Así que celebramos.
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