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Cómo conocí a Assange 3 años y 3 días después

Tres años después estaba en el mismo lugar. O en los mismos tres lugares. Reservando en mayo un pasaje de Guatemala a Bonn vía Londres. Asistiendo en junio al Foro Global de la Deutsche Welle. E intentando conocer a Julian Assange, director de WikiLeaks.

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Esta es una opinión

Martín Rodríguez y Julian Assange.

Embajada del Ecuador en Londres. Junio de 2014.

La historia comenzó un 28 de noviembre de 2010 cuando WikiLeaks, esta plataforma de periodistas y tecnólogos, dio un paso más en su trabajo por fiscalizar a los poderosos. En su periodismo, pues. Pasó de denunciar asesinatos de niños y de periodistas por marines en Irak a hacer públicos 250,000 cables diplomáticos estadounidenses de todas sus embajadas. Para que los conociéramos los ciudadanos del mundo, primero los dieron a los cinco medios más importantes del planeta y después empezaron a llamar a los periodistas más prestigiosos de cada región para que escudriñaran los de sus países. En Centroamérica llamaron a tres periodistas que son inspiradores. A Giannina Segnini, entonces directora de La Nación de Costa Rica, y a Carlos Dada, director fundador de El Faro y socio fundador de Nómada. Se los dieron también a Carlos Fernando Chamorro, de Confidencial, de Nicaragua. A mí no me llamaron. Llegué más bien por el caminito largo. Escribiendo durante seis meses a todos mis contactos del mundo mundial, insistiéndoles y pasando pruebas para demostrarles que sí publicaríamos los cables con independencia y contexto en el medio que entonces dirigía, Plaza Pública.

Cuando finalmente los convencí en mayo de 2011, la tarea titánica era llegar hasta Londres sin tener dinero para comprar el pasaje. Me autoinvité al Foro Global de la Deutsche Welle y la embajada de Alemania en Guatemala becó mi autoinvitación. Y luego compré un pasaje de la línea de bajo costo Ryanair y pedí posada a una amistad en Londres. Era un miércoles soleado en el junio de 2011 cuando aterricé. Días después escribí esto:

“Había arreglado todo. Y ahí estaba el miércoles. Ocho de la mañana. Chat secreto encendido. Correo secreto abierto. Era cosa de esperar la señal. Y luego me regresaría a Guate con mucha información y el trofeo. Sólo me quedaba paciencia y no volverme loco de paranoia. Empecé a escribir la experiencia, obviamente a mano para no dejar ningún rastro informático. Ocho de la mañana. Nueve. Diez. Once. Mediodía. Tarde. Noche del miércoles. Mañana del jueves. Mediodía. Tarde. Miércoles. Jueves. Viernes. Paciencia de pobre. Impaciencia de adolescente. Paciencia de cazador. Impaciencia de enamorado. Impaciencia de hincha. Paciencia de catenaccio. Paciencia de araña. Paciencia de invierno. Impaciencia de celular, de control remoto”.

Y nada. No recibí los cables. Ni conocí a Assange. Los cables me los trajeron siete semanas después a Guate.

Sonrío. La destapamos con esos cables. Demostramos la relación de Otto Pérez Molina con los Mendoza de Izabal que él nos había negado. Obtuvimos información sobre el trabajo infantil y la explotación en la industria del azúcar. Supimos cómo dentro del gobierno de Óscar Berger se acusaban de narcos entre ministros y diputados. Fue poner luz en las sombras de nuestra democracia. Una maravilla.

Tres vueltas al sol después, en 2014, me llegó una invitación al Foro Global de la Deutsche Welle. Para exponer sobre Nómada. En un panel de una conferencia que cerraría Sarah Harrison, de WikiLeaks, esa periodista valiente que fue a Hong Kong a traer a Edward Snowden para llevarlo con un salvoconducto ecuatoriano hasta Moscú para que pudiera recibir asilo y no se lo llevaran a la prisión gringa tipo Guantánamo. Entonces pensé en visitar a Assange.

Obviamente me autoinvité. Como la Deutsche Welle me reembolsaría el pasaje, para visitar a nuestro amigo Assange, decidí escoger una ruta con las siguientes escalas:

Guatemala – Houston – Frankfurt – Londres – Düsseldorf – Berlín – Bonn. Con ocho horas de escala en Londres.

Arreglé que me pusieran en la lista de visitas unas semanas antes y estaba todo listo. Bueno, casi listo. Un día antes estaba tan nervioso que me puse malo del estómago. Un día y una noche antes. Tan malo que en la madrugada siguiente no escuché el despertador para ir al aeropuerto. Y perdí el avión.

Cuando uno pierde un vuelo y ya no hay nadie en la recepción de la aerolínea uno tiene que subir al segundo nivel del aeropuerto, arriba de donde uno recibe sus boletos y deja las maletas. Reza y pide ayuda. Una señora de la aerolínea, muy amable, logró lo imposible. Que pudiera llegar a Londres a tiempo.

Aterricé en Londres. A tiempo. Con un encargo de Assange. Una botella de Zacapa. Como me sentía visitando a un amigo en la cárcel también le compré café de Huehue y unas pastillas de menta. Tal vez un día las necesitaría.

Llegué a la embajada de Ecuador en Londres, en donde está asilado desde hace dos años, cuando casualmente después de revelar los cables, surgió una acusación en su contra en Suecia. Pamplinas. Los cables muestran la forma de operar de la diplomacia estadounidense. Lo hace de maneras muy sutiles desde hace cien años. Intuyo que Assange no viaja a demostrar su inocencia a Suecia porque no confía en la independencia del gobierno Sueco y teme que lo puedan extraditar a Estados Unidos y que ahí lo juzguen sin garantías. Comprensible cuando uno ve los videos de decenas de congresistas y senadores republicanos y demócratas acusándolo de terrorista y pidiendo que lo maten con un dron. Sí. Piden en público que lo maten con un dron.

De cualquier manera, llegué a la embajada de Ecuador en Londres, en medio de uno de los barrios más exclusivos, vecinos de la tienda Harrods, de la que era dueño aquel billonario árabe que era novio de LadyDi. Afuera del edificio, varios carros de la policía británica, incluido uno que parecía de esos de mudanzas, probablemente con todas las herramientas de espionaje dentro. Entré al edificio y había otro policía al lado de la puerta de la embajada de Ecuador. Toqué y me recibió un español.

—Hola. Tengo una cita con Julian Assange.
—No tenemos a nadie en lista para hoy.
—Debe haber un error. Mi nombre es Martín Rodríguez, de Guatemala.
—Lo siento.
—¿Puede preguntarle?
—No. Están en reunión.
—¿Puede tocarle la puerta?
—No. Lo siento. ¿Quizás puede llamarlos?

Otra vez. Tan cerca y tan lejos de Assange. Obviamente no hay un call center de WikiLeaks. Entonces regresé a la estación de metro, en donde hay internet gratis (como en el Transmetro chapín), y le mandé un mail a todos mis amigos que alguna vez vieron a Assange para pedirles que le dijeran que si me podía anotar en la lista. Regresé.

—Hola, soy Martín.
—Lo siento. Siguen en reunión.
—¿Puede meter un papelito debajo de la puerta y avisarles que estoy acá?
—No.
—Entonces esperaré.

Después de un ratito –¿qué es una media hora de espera después de tres años y tres días?– salió una chava con un pañuelo en la cabeza, como árabe. Me levanté listo para entrar y me detuvo. “Vamos a platicar afuera, que no me da confianza hablar frente a los policías”. Era un no.

—Lo sentimos. Se perdió tu papel en la lista. No te prometemos nada. Te escribimos en una hora a tu correo.
—Traje una botella de ron. Y un café.
—Y él te manda un libro (con un mensaje) y te pide disculpas. Que mucha suerte con Nómada.

Las pastillas de menta me las quedé en protesta. Se repetía la historia. Tres años después. Londres. Casi ver a Assange. Y nada. A comer. Y tomar un vino. Y contar en mi diario cómo se sentía estar dos veces a punto de ver al enemigo número uno del mundo.

Regresé al metro para ver mi correo y sorpresa. “Ya. Lo logramos! Ven!” Increíble.

—Hola.
—Pasa.

La embajada es como una casa vieja, de paredes blancas, techos altos, piso de madera y marcos que serán victorianos o barrocos, no tengo idea, viejos con estilo. No había nadie pasando. Y la puerta de su oficina, cuarto, celda con internet, cerrada. Dos años en un apartamento.

Salió. Era de verdad don Assange. Julian. Alto, de buen ánimo. Agradeciendo por la botella de Zacapa. En calcetines. Estaba en la embajada también la chava de velo. Entramos a su oficina-cuarto-celda. La ventana siempre está cerrada. Evitar en algo el espionaje. Cuando uno entra se siente menos oxígeno que fuera. Al final de cuentas es una cárcel. Un asilo que mantiene Rafael Correa a pesar de las presiones estadounidenses. Una cárcel sin sol pero más digna que una celda en Guantánamo con un juicio camino a una pena de muerte.

Era una mezcla de sentimientos. Alegría y tristeza. Qué valientes son. Assange no puede salir de la embajada. Harrison ya no puede regresar a Londres sin que la metan presa. Otros colegas viven en anonimatos y vigilados todo el tiempo. Todo porque hacen lo que los medios grandes hacen menos cada vez. Fiscalizar a los más poderosos. Y por contarnos que los más poderosos del mundo nos vigilan, presionan a nuestros políticos para decidir sobre nuestras vidas. Y lo hacen sin ningún contrapeso ni ningún control y con toda la impunidad del mundo.

Harrison preguntaba a la audiencia de la Deutsche Welle: ¿Cuántos tienen gobiernos electos democráticamente? ¿Cuántos tienen celulares? ¿Cuántos votaron para que sus gobiernos democráticamente electos grabaran sin permiso todas sus llamadas, correos, ubicaciones, etcétera? Ninguno. Y los poderosos tienen toda la información de todos. O casi toda. Yo tengo un máskin tape sobre la cámara de mi computadora para que no me puedan filmar. Y los periodistas tenemos que contar esto al público, a la sociedad. Por dicha hay periodistas valientes como Assange, Hraffnson, Harrison y tantos otros.

Con Assange platicamos una hora antes de que me tocara correr al aeropuerto rumbo a Düsseldorf, Berlín y Bonn. Sigue escribiendo, investigando, haciendo amigos como Snowden o como una marca de ropa que lo quiere de modelo. O como un medio guatemalteco que está naciendo y que se inspira en periodistas valientes como él y los de WikiLeaks para buscar la verdad. Platicamos de lo difícil que pueden ponerse las cosas. Y también que el futuro será mejor. Entonces sonreímos y nos tomamos una foto.

Martín Rodríguez Pellecer
/

(Guatemala, 1982.) Es el fundador de Nómada. Fue director y CEO entre 2014 y 2019. Es guatemalteco, perseverante y alegre. En 2020, cedió parte de sus acciones a trabajadores, periodistas de prestigio y vendió el resto a uno de sus maestros, Gonzalo Marroquín. Fue periodista 20 años y ahora se dedica a hacer consultorías para personas, instituciones y empresas. Es políglota y escritor. @revolufashion


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Lucha /

    10/01/2018 7:10 PM

    Admiro completamente el trabajo de Wikileaks y respeto mucho a Nómada; sin embargo, pienso que lo personal es político... Así, dejarle alrededor de medio párrafo a las denuncias de abuso sexual que Assange tiene en su contra, reduciéndolo exclusivamente a una conspiración yankee, me parece increíble, acaso penoso. Podemos admirarlo, pero al mismo tiempo debemos increparlo. A él y a todos los "rocktars" de todos los medios, que a propósito, es el mundo de la tecnología y la seguridad informática (ambiente dominado por hombres y conductas sumamente machistas y patriarcales) uno de los cuales se está comportando a la altura al increpar, expulsar y detener a los machos abusadores de dichos espacios. Una parte maravillosa, protagonizado por mujeres valientes y extremadamente capaces, que no deberías de invisibilizar.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Carlos Castro /

    10/01/2018 10:14 AM

    Excelente reportaje Martin, sigan en elcamino del periodismo independiente, aquel que les es incomodo a los grupos de poder. Sigamos elcaminode la ética antes que el de las prebendas.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Nelly /

    10/01/2018 9:37 AM

    Bueno pues felicidades...!!! se comprueba que el que persevera alcanza.!!! Bueno me imagino que la historia seguirá>><<< de que hablaron, que te dijo sobre guatemala?????

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Lilian /

    15/04/2017 8:11 AM

    Eres grande. ... tu riqueza ancestral es fuerte y muy valiente! !

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Informer /

    06/01/2016 11:34 AM

    Anónimo por dios santo, no te enteras de nada !
    Viste a Assange. Y? Lo importante es qye viste a Assange y le llevaste un Zacapa?

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Victor Pinzon /

    27/12/2015 5:59 PM

    Largo el camino pero el exito lo vuelve corto. Adelante Martin y con mas animo y esfuerzo¡¡¡

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Saul /

    25/12/2015 2:45 PM

    Ulugrun que nivel. Larga Vida a Nomada!*

    ¡Ay no!

    1

    ¡Nítido!

    ANONIMO /

    23/04/2015 9:03 PM

    Un periodista de calibre. Viva nómada

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    René Villatoro /

    24/10/2014 8:02 PM

    Fuerza Martín!!!, y larga vida a Nómada!!!

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Avatar
    Francisco Díaz /
    17/08/2014 12:07 PM

    Excelente nota... el camino es el mismo y la suerte es coincidir. Éxitos.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Marvin Ramirez /

    12/08/2014 9:38 AM

    Seguiremos pendientes de Nómada, adelante periodistas.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Roberta Pennafort /

    08/08/2014 9:44 PM

    Como te admiro! Que belo relato! Vida longa para Nomada!

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Diego L. /

    08/08/2014 12:02 PM

    Está bien conocer del viaje, pero me interesa mas saber que pasó en la reunión.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    ANONIMO /

    07/08/2014 10:16 PM

    Viste a Assange. Y? Lo importante es qye viste a Assange y le llevaste un Zacapa?

    ¡Ay no!

    1

    ¡Nítido!

    EDGAR /

    07/08/2014 4:28 PM

    Gracias por hacer ese periodismo que esta en peligro de extinción.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

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    Julio Gámez /
    07/08/2014 3:11 PM

    Hace tiempo leí el artículo de tu periplo para lograr los cables de wikileaks en PlazaP, y ahora leo esto. Wow, mis respetos Martín, que bestial.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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