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Pueblo, término populista con tufillo antidemocrático

Que tengamos en el siglo XXI problemas con el manejo de la democracia y la realización de sus principios fundamentales no debe sorprendernos. Si -reduciendo cinco mil años a veinticuatro horas- la historia de la civilización fuera equivalente a un día, la democracia como forma de gobierno estaría con nosotros desde hace poco más de una hora.

Cotidianidad Opinión P258
Esta es una opinión

Por: Eugene Delacroix

La libertad guiando a su pueblo

Que tengamos en el siglo XXI problemas con el manejo de la democracia y la realización de sus principios fundamentales no debe sorprendernos. Si -reduciendo cinco mil años a veinticuatro horas- la historia de la civilización fuera equivalente a un día, la democracia como forma de gobierno estaría con nosotros desde hace poco más de una hora.

No me refiero, por supuesto, a las formas de democracia ‘primitiva’ que ocasionalmente se han presentado en culturas tribales, ni a sus padres fundadores, los griegos, que aunque desarrollaron sus fundamentos lo hicieron en el contexto de una democracia de la que la mayoría de sociedad estaba excluida: esclavos, siervos y mujeres no tenían voz ni voto en el Ágora, ese espacio donde los varones atenienses –y solo ellos- se reunían para debatir sus decisiones: 40,000 ciudadanos de un total de más 300,000 habitantes, en su momento de mayor población.

Desde sus inicios hace cerca de 400 años, la democracia ‘moderna’ ha ido creciendo, desarrollándose paulatinamente, cayendo en el camino para levantarse y aprender de los errores, fortaleciéndose. No es un sistema estático sino dinámico, y sin ser la panacea, es perfectible. Y parafraseando a Churchill, no es que sea el mejor sino que es el menos malo.

En Latinoamérica y más precisamente en Guatemala, la democracia tiene serios problemas que deben ser superados: heredera de la democracia de fachada de los regímenes autoritarios, es clara en sus formas y turbia en su contenido. Los rituales electorales periódicos y las estructuras institucionales formales dan cabida a relaciones de poder patrimonialistas y clientelares que nada tiene que ver con los principios democráticos. Tenemos un sistema de partidos políticos corrupto y corruptor, y una ciudadanía apática y desconfiada. A pesar de las formalidades electorales, las políticas públicas de los gobiernos continúan respondiendo a los intereses de los sectores elitistas que logran co-optar el sistema político, en vez de promover los de sus mayorías.

Dentro de este escenario, últimamente ha circulado la noción de que la amenaza que se cierne sobre nuestros sistemas políticos es el populismo, y que la respuesta es la república. De que la democracia como la estamos viviendo hoy tiene disfuncionalidades críticas que hay que resolver no cabe duda. Pero que el problema sea ´el populismo`, y la salvación ‘la república’ depende de cómo definamos estos términos.

Sobre el populismo hay ríos de tinta escritos y múltiples interpretaciones académicas que en común tienen poco: la referencia a su naturaleza anti-elitista y su búsqueda de la fuerza política en el respaldo de las mayorías populares. Pero en la historia populismos ha habido de derecha y de izquierda; los ha habido anti-democráticos –cuyo objetivo es anular los procesos democráticos- y democratizantes –los que se manifiestan contra prácticas antidemocráticas. Los ha habido, incluso, que mutan de orientación política con el tiempo, bandeando entre la izquierda y la derecha, o que acogen en su seno corrientes ideológicas contrapuestas, de izquierda y de derecha. Será por eso lo ha llegado a definir más como un estilo que una ideología de gobierno: un estilo en el que un líder carismático establece vínculos directos con la población al margen de los marcos legales-institucionales establecidos, relación que utiliza discrecionalmente como herramienta de gobierno.

Pero además es un término al que se le da usos distintos: mientras en la academia se lo usa para describir cierto tipo de fenómeno político, en la política se lo utiliza a menudo como adjetivo para denostar al contrario. Acusar a alguien –a un movimiento- de `populismo’ equivale a tacharlo de demagogo y oportunista; culpable de movilizar la ignorancia y el resentimiento de la población a favor de sus propios intereses. Pero pongan atención: hay varias suposiciones que subyacen a este uso. La primera, que el pueblo es ignorante. La segunda, es que el pueblo opera por resentimiento. La tercera, es que el pueblo no sabe lo que le conviene. Es decir: cuidado con el pueblo. Hay en este uso del término populista un tufillo anti-democrático que cuando se combina con referencias a la república como solución se vuelve preocupante.

Me explico: república no es sinónimo de democracia. Bajo el manto republicano se han acogido regímenes de todo tipo: desde totalitarios de izquierda –la desaparecida URSS- hasta autoritarios religiosos –la República Islámica de Irán-, pasando por toda suerte de regímenes autoritarios de izquierda y de derecha. En muchas de ellas, los preceptos básicos de una república como forma de gobierno –el interés público como fundamento de la acción de gobierno; un cuerpo legal que plasma los objetivos y norma el funcionamiento de la comunidad política; y representantes electos que administran ‘la cosa pública’ (la Res publica) a partir de dicho ordenamiento legal- se cumplen formalmente.

Pero por supuesto, se cumplen a partir de una definición precisa, no democrática, de cuál es ese interés público a defender: el de un proyecto de clase en las repúblicas soviéticas, el de una teocracia represiva en la república islámica, el del dominio de las elites comerciantes en la república veneciana, etcétera que se reflejan en sus leyes y sus instituciones. La república es democrática sólo cuando explícitamente se compromete con los principios, los objetivos y los mecanismos de la democracia, que es un sistema de gobierno. Cuando son éstos los que animan su gestión, su legislación, y la elección de quienes como representantes de los ciudadanos, sirven en ella, la república es una democracia. Si no, puede ser cualquier cosa…

En los albores de la democracia, algunos sectores llegaron a plantear la república como alternativa al desorden y la anarquía que, según ellos, derivarían de extender el voto al ‘populacho’. Ya libres de regímenes hereditarios, había que desarrollar una forma de gobierno representativo que dejara a ‘los mejores’ tomar las decisiones que afectaban a la sociedad, salvándola de los excesos de sus mayorías ‘ignorantes e irracionales’. Hoy, pareciera que hay sectores que quisieran retomar esta distinción obsoleta a partir de su desconfianza con el sistema democrático y su rechazo a la idea del gobierno de las mayorías.

En Estados Unidos –precisamente el primer ejemplo de una democracia representativa en la historia- persiste una corriente de extremistas libertarios que continúan advirtiendo los peligros de la democracia y proclamando que la solución se encuentra en la república. Sin sustento serio de tipo doctrinal -¡ya no existe!- estos grupos se ven obligados a recurrir a uno de los pocos textos oficiales norteamericanos que recogió las ideas de un republicanismo anti-democrático: un oscuro manual de entrenamiento del Ejército norteamericano publicado en 1928 y sacado de circulación por la administración Roosevelt, y que pareciera haber adquirido rango de texto sagrado para este círculo.

En el texto, que puede encontrar aquí–en el que se establece que los Estados Unidos de América no son una democracia-se describe la democracia como sinónimo de desorden y anarquía, y ruta segura al comunismo.

Tal vez, como decimos en buen chapín, estoy viendo ‘micos aparejados’, pero la referencia a la república como solución a una crisis de la democracia causada por el populismo (es decir: cuidado con el pueblo), me trae ecos de esa apolillada y obsoleta argumentación elitista que distingue entre ‘los mejores’ y el resto, de raigambre aristocrática-oligárquica, y que con la excusa de las evidentes disfuncionalidades de nuestra democracia sutilmente sugiere que nos deshagamos de ella. Tirar al niño con el agua sucia….

Por eso, tal vez será mejor precisar que de lo que amenaza a nuestra democracia es el abuso que sus clases políticas hacen del sistema democrático y no problema del sistema mismo; que de lo que se trata es de rescatar la democracia republicana y no una república de otro tipo; que lo que se requiere es defender el estado democrático de derecho y no un ordenamiento legal anti-democrático; y que lo que se espera de los representantes electos a la función pública es que efectivamente actúen a partir del interés de sus representados y no de los propios….o de los que logren comprarlos.

Allí si, en esa defensa de la democracia, podremos converger todos.

Bernardo Arévalo
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Estudió sociología, y don Max marcó la forma como ve el mundo. Alguna vez fue diplomático, y le quedaron algunas mañas. Tal vez por eso sigue trabajando en temas que conjugan ambas perspectivas, como consolidación de la paz y transformación de conflictos. Algo nómada, ha vivido fuera del país por temporadas largas pero al final, siempre regresa. Secretario General Adjunto II de Movimiento Semilla, a partir de 2019.


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COMENTARIOS

RESPUESTAS

    Bernardo Arévalo de León /

    10/12/2014 4:37 PM

    Gracias Víctor. Corregido el error: el vínculo ya funciona.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Juan Pablo /

    09/12/2014 11:44 PM

    La democracia del Ágora fue algo que no lo es la de hoy: un privilegio. La de hoy es un derecho por el cual la mayoría nunca luchamos y parece que no valoramos.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Victor Moreira /

    09/12/2014 7:51 PM

    Respecto del manual del ejército gringo de 1928 que se menciona en el ¿antepenúltimo? párrafo no "funciona" el vínculo (link). Asumiendo que se pretendía ofrecer uno.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!

    Giovanni /

    09/12/2014 12:54 PM

    Bien Bernardo, me parece muy atinado y en buen momento lo que escribes. Un saludo.

    ¡Ay no!

    ¡Nítido!



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