Kimberly* y Celeste* son dos adolescentes de 14 y 17 años. Sus vidas coincidieron en la zona 1 de la Ciudad de Guatemala por un rótulo. «Se necesita muchacha». Ambas desaparecieron el 24 de junio pasado.
Kimberly dejó su casa en una aldea de Escuintla, uno de los departamentos más violentos de Guatemala cuando tenía 14 años. Su vida diaria era igual que el 25 por ciento de guatemaltecos: en pobreza extrema. Su hermano mayor era parapléjico por una herida de bala; su mamá conseguía pocas veces trabajo. Pasaban hambre y no fue nunca a la escuela. Y no le quedó más que migrar hacia la capital. Llegó a la zona 1 sin conocer nada. Preguntando en diferentes locales de la ciudad llegó a un comedor o bar, donde por Q2,000 al mes servía cerveza a los clientes, y en ocasiones, los acompañaba en la mesa. A sus familiares les dijo que cuidaba niños, y a su familia le enviaba Q1,600 cada mes.
La historia de Celeste es diferente. Fueron sus padres los que migraron para salir de la pobreza. Cuando tenía cinco años se fueron a Estados Unidos sin tener documentos legales, y a ella, hija única, la dejaron con sus abuelos en una comunidad de Jutiapa. Celeste tuvo acceso a educación. Con las remesas que sus padres enviaban fue inscrita en un colegio del pueblo, pero cuando estaba en primero básico, dejó de ir a sus clases. Al mismo tiempo se hizo amiga de una mujer adulta que era acusada por el pueblo por trabajar sexualmente, como prostituta. Cuando sus abuelos la riñeron, se fue de su casa y viajó a la capital, un lugar donde nunca había estado. Lo que sucedió cuando llegó no está del todo claro. Su familia no tuvo noticias de ella durante meses.
A través de diferentes caminos, buses y tiempos, ambas llegaron el centro de la Ciudad de Guatemala a un bar y un hotel, que según una denuncia de la Procuraduría de Derechos Humanos, eran investigados por trata de personas.
El 22 de marzo pasado, Celeste, Kimberly y tres jóvenes más fueron rescatadas en una redada en el hotel El Arco Iris, en la 9 avenida y 15 calle de la zona 1. El comedor-bar de enfrente era La Media Estrella, donde vieron el anuncio «Se necesita muchacha». Celeste admite que explotada sexualmente. Kimberly no. El Ministerio Público dijo que eran explotadas sexual y laboralmente.
Escape del hospital
Kimberly y Celeste fueron enviadas a una entidad para recibir ayuda psicológica, médica y educacional. Hace más de dos meses, el 24 de junio, las enfermeras de la institución las trasladaron al Hospital San Juan de Dios porque se quejaron un dolor intenso en el vientre. Cuando esperaban los resultados de las pruebas que les hicieron, pidieron permiso para ir al baño y sin que nadie las viera, escaparon, o se fueron.
Desde entonces se les activó la alerta Alba Keneth, pero las autoridades y sus familiares no las han encontrado. Lo que preocupa a los trabajadores sociales es no se hayan comunicado con sus padres. «Celeste se desvivía por su familia», dice una persona allegada al caso. Por eso es que los dos meses que llevan desaparecidas hace sospechar que pudieron haber regresado a la red voluntaria o forzadamente.
Sus historias y sus vidas son parte de una dinámica que en Guatemala se repite desde los años 80: las desapariciones. Aunque anteriormente estos hechos ocurrían por motivos políticos o de violencia sexual, en la actualidad ocurren por violencia, trata de personas, crimen organizado, migración o pobreza.
Hace una semana se conmemoró el día por las personas desaparecidas. Según estadísticas del Sistema Alerta Alba Keneth, en promedio al día se reportan 17 niños, niñas y adolescentes desaparecidos, aunque quince de estos aparecen. Pero desde 2010 hasta hoy hay 2,500 menores de edad no han sido localizados. Sus edades oscilan entre los 14 y 17 años.
El Estado sí tiene capacidad de responder
Carolina Escobar Sarti, investigadora social, catedrática y columnista, dice que detrás de las desapariciones hay una lógica que hace a unos invisibles y a otros no, que suscribe y atiende a las víctimas dependiendo su estrato social, su cultura, su género. “Se normaliza la violencia, así es más fácil desaparecerlos”. Añade que al hablar de invisibilización también tienen que tomarse en cuenta los casos de niños desnutridos que solo en crisis parecen ser vistos por las autoridades, niños en conflicto con la ley, niños migrantes, pequeños perdidos de toda posibilidad de desarrollo.
Harold Flores, jefe de la Unidad Alba-Keneth, afirma que el Estado tiene la capacidad para ubicar a los menores de edad desaparecidos. De los 2,500 que continúan sin ser localizados, cree que pueden haber sido por redes de trata de personas, explotación, grupos delincuenciales de jóvenes o noviazgos.
Carlos Amézquita, del Programa Missing de la Cruz Roja, dice que en la mayoría de los 500 casos exitosos, han visto que hay una búsqueda mutua: desde la familia biológica y desde el niño que sobrevivió a las masacres durante la guerra civil (1960-1996).
Un ejemplo es el Antoine Burbach, extraído de una casa hogar en Guatemala cuando tenía dos años, para que un proceso en apariencia legal hiciera que fuera adoptado en Francia. En la época del conflicto armado, su madre lo llevaba a la casa hogar para que lo cuidaran mientras trabajaba y lo atendieran por una enfermedad estomacal. Lo único que le quedó a su familia fue una fotografía y el dolor de la incertidumbre y la desaparición.
Mientra creció, lo que Antonine -antes Luis- creyó, es que había sido abandonado. Pero tenía otra historia, no de rechazo sino de carencias y amor. En el 2012, tres décadas después y con la ayuda de la Liga de Higiene Mental y organizaciones francesas, encontró a su madre biológica viviendo en una colonia de Villa Nueva.
En apariencia es un tema antiguo, pero sigue, todos los días, fomentado por las organizaciones criminales y la indiferencia de la sociedad. En Amatitlán se encontró un cementerio clandestino. Cristina Siekavizza desapareció el 6 de julio de 2011.
A Kimberly y a Celeste, las dos adolescentes desaparecidas ¿qué les espera? «No tienen un lugar a dónde ir, ni un trabajo, ni dinero, solo la ropa que llevaban puesta. Lo único que tenían era la mejor oferta que les pudieran hacer, sea de donde sea», dice la trabajadora social.
Toda su historia ocurrió a cuatro cuadras del Ministerio de Gobernación y la Policía Nacional.
*Nombres ficticios para proteger su identidad.
ANONIMO /
[…] otra cifra espeluznante: cada día desaparecen de sus casas dos adolescentes. Muchas de ellas van a parar a las redes de tráfico sexual de Centroamérica y México. A muchas […]
ROBERTO MOLINA /
La respuesta a su inquietude la encuentra en las palabras de Shetemul "SI BIEN EL PODERÍO de Lima Oliva viene de tiempo atrás, fue durante la actual gestión patriotista cuando se acrecentó gracias al respaldo que sentía de un gobierno de corte militar. Tan buenos vínculos había que el PP permitió que el capitán llevara a su suegro, Samuel Reyes, como subdirector técnico administrativo del Sistema Penitenciario. Incluso le propuso a López Bonilla una lista de candidatos a dirigir Presidios, entre los que estaba Édgar Camargo, quien finalmente asumió ese puesto a principios del 2013. La rosca estaba completa. Quizá si el capitán hubiera tenido un perfil más bajo habría logrado amasar fortuna sin llamar la atención, pero su fuerte personalidad mediática colmó la paciencia de sus padrinos patriotistas que veían en él un molesto compañero de viaje y por eso intentaron aplacar su poder."
Marvin Ramirez /
Es lamentable el alto porcentaje que se tiene en Guatemala de desapariciones.
En el caso de las niñas o adolescentes es peor el resultado porque después de trabajar en estos lugares o prostíbulos disfrazados de comedores, se quedan sujetas al estigma de nuestra sociedad, quizás eso las haga retornar a refugiarse nuevamente a estas actividades.
Además de vivir en una sociedad hipócrita porque algunas veces cuando criticamos algunas acciones, por el otro lado las reproducimos en la clandestinidad acudiendo a estos lugares.