Las paradojas y contradicciones de nuestra realidad son motivo manido de la crónica y la literatura. La prensa es un registro cotidiano de la arbitrariedad y del absurdo. Pero más allá del sin sentido tristemente evidente de nuestra vida pública, la obra de Beckett me parece interesante como metáfora de la actitud con la que los guatemaltecos continuamos esperando que «surja un líder» como solución a nuestros problemas: Que el Hombre Providencial que nos podrá sacar de este desierto y salvar de la desesperanza se aparezca. Que Godot entre en escena.
En el ínterin, seguimos como Vladimir y Estragón, ocupándonos en diálogos que dicen muy poco y en acciones que no nos mueven del mismo lugar del escenario. No se trata de que no sepamos cuáles son los males que nos aquejan o los retos que enfrentamos. Hay muchos y buenos trabajos académicos que desmenuzan los detalles fantásticos de nuestra realidad barroca, y basta leer los medios de prensa para caer en cuenta del alcance de nuestro descalabro. Tampoco falta propuesta: desde los distintos espacios de la sociedad y del estado se han formulado en los últimos veinte años planes de toda índole, algunos de ellos acertados.
Pero seguimos sin ser capaces, como sociedad, de dar los pasos necesarios para salir de la sombra del mismo árbol y comenzar a salir del escenario del absurdo. En buena medida porque –buenos Vladimires y Estragones- seguimos esperando la llegada de Godot para que nos diga qué, cómo y cuándo.
La veta caudillista que todavía corre por nuestra cultura política nos condiciona a esperar que sea alguien más quien se ocupe de actuar en la arena de la política. A cambio de nuestra lealtad y nuestro apoyo, expresados como rituales en las elecciones, esperamos a la figura que se ocupe de representarnos, de interpretarnos el mundo, de tomar decisiones por nosotros. Buscamos esperanza esperando al candidato. Y si quienes cumplen estas funciones no nos gustan, no están a la altura de nuestras expectativas o traicionan nuestras intenciones, nos quejamos y alegamos y nos indignamos, pero no nos lanzamos al ruedo, no decidimos actuar directamente, no nos involucramos, seguimos siendo clientes y nos negamos a constituirnos en ciudadanos. Simplemente, esperamos que alguien llegue a salvarnos.
Pero ¿y si Godot no viene?
El problema es que las democracias no se construyen solas. Las construyen los ciudadanos. Sin ciudadanos que ocupen el espacio público y den sentido real a las instituciones formales de los textos constitucionales, las democracias se convierten en edificios precarios de fachadas vistosas e interiores derruidos. Esa es nuestra realidad hoy en día: con una cultura política de patrones y clientes, nuestra democracia no va más allá de las formalidades básicas y los rituales electorales. El escenario de un teatro del absurdo.
P.D. Y si quiere ver la obra del teatro del absurdo, acá interpretada por el grupo peruano Vichama:
Josè Alfredo Calderòn Enrìquez /
He sostenido esta tesis pero mejor dicho con tus palabras...imposible. Un abrazo
Pablo /
Es dificil comentar sin hacer apología de la falta de involucramiento del guatemalteco. Vivimos una realidad compleja que es notoria cuando mirando no mucho para atrás te das cuenta que lideres con visiones diferentes y que promovían el ejercicio de ciudadanía han existido pero hoy están muertos y no de causa natural.
La intencionalidad detrás de la división tan marcada entre todos nosotros es algo importantísimo de mencionar porque si este líder que esperamos existiera, por muy pequeño que fuera, lo deshacemos en el camino. Solo hay una mímica de pluralismo y nada que realmente tenga un impacto es viable.